Yo lo Viví: estaba ahí cuando Chile debutó en el Mundial de España

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Por Julio Salviat
Actualizado el 13 de septiembre de 2016 - 5:54 pm

Luis Santibáñez me tenía en la lista de “los enemigos de la Selección”, pero no había nada eso: solamente era uno de los tantos que criticaban la preparación de la Roja y auguraban el desastre que se produjo en tierras asturianas.

Llovía esa mañana en Oviedo, y esas gotas que caían del cielo gris eran de mal augurio. En los días anteriores el sol se había mostrado radiante y, sin llegar a ser caluroso, invitaba a un buen pasar en Asturias.

Había llegado el gran día del debut chileno en el Mundial de España. El 17 de junio de 1982 se cumplía el plazo largamente esperado desde que la selección dirigida por Luis Santibáñez había celebrado la clasificación después de sortear invicta la serie sudamericana que la ubicó junto a Ecuador y Paraguay un año antes.

Había cierto morbo en el ambiente. Allá y acá. Durante todo ese año, la polémica sobre la dirección técnica y el poderío del equipo se había acrecentado y, en algunos casos, había llegado a los límites de la insolencia.

MÁSCARAS Y RATONES

Luis Santibáñez, el entrenador, quería evitar a toda costa que las críticas llegan a sus jugadores. Prefería que las balas le llegaran a él, y ponía el pecho. Buena parte de la prensa le reprochaba el nivel que mostraba el equipo y auguraba un desastre en el Mundial. Los “sparrings” eran de muy segundo nivel, y ni aun así el equipo lograba convencer.

Fui de los tantos que criticaron el juego previsible, el decaimiento de algunos jugadores y la falta de renovación. E ingresé, por supuesto, a la lista de “los enemigos de la Selección” que pregonaba Santibáñez. A otros les fue peor: el técnico los trató de “ratones de cola pelá”. Y con algunos fue abusivo. Especialmente con dos de los grandes periodistas que ha producido este país: Julio Martínez y Raúl Hernán Leppé. Cuando el equipo se embarcaba hacia España, Santibáñez se burló de los reporteros que cubrieron la partida y les dijo que “ya se terminaron los pasajes para el carro de la victoria”.

Un síntoma de lo mal preparado que estaba ese equipo fue el 0-0 con que terminó su encuentro con el Real Oviedo, de la segunda divión española, en abril de 1982. Pero el partido preparatorio que desnudó absolutamente las falencias de Roja fue el que jugó a un mes del mundial contra Rumania en el Estadio Nacional. Terminado el primer tiempo, la Roja caía por cero a tres, y era un desastre. La diferencia de velocidad en el juego era abismante y se preveía un bochorno histórico.

Con el tiempo corrió una versión que decía que los dirigentes de la época visitaron el camarín rumano y consiguieron que los europeos sacaran a algunos jugadores clave y bajaran el ritmo. El partido terminó 3-2.

Por esos días, TVN armó un programa que promocionó como “Santibáñez enfrenta a sus enemigos”. Era un foro en que el técnico debatiría con cuatro periodistas: Antonino Vera, Raúl Hernán Leppé, Edgardo Marín y este servidor”.

Aclaré de partida que no me sentí enemigo de nadie y que la labor periodística no puede ser complaciente. No sirvió de mucho. El Gordo (con quien a la larga terminamos forjando una buena amistad) nos ridiculizó en pantalla. Sacó un antifaz que llevaba en el bolsillo y la ondeó diciendo: “¿Ven? Se sacaron la máscara…. Aquí tengo la máscara que se sacaron mis enemigos”. Y con eso terminó el programa sin que se nos diera derecho a réplica.

CRÓNICA ANUNCIADA

Estaba mojado el pasto del estadio Carlos Tartiere cuando el árbitro uruguayo Juan Daniel Cardellino hizo sonar el pitazo inicial, pero el cielo se había despejado.

Austria era uno de los rivales a los que había que vencer. El otro era Argelia. Se suponía que Alemania Federal iba a ganar cómodamente el grupo B.

La falta de roce internacional hacía que ni el técnico ni los jugadores conocieran las características de sus rivales. Santibáñez manejaba algunos datos estadísticos y se ponía el parche: “Austria es un buen equipo. Hace tiempo que no pierde”. De cómo jugaba, ni idea.

Fue un partido parejo, en todo caso. El ritmo de juego fue más lento del acostumbrado en los europeos y más rápido del normal en los chilenos. Mario Osbén, que pasó los cuatro partidos de las Clasificatorias sin que le hicieran goles, pareció responder a esos niveles en los minutos iniciales.

Hizo dos tapadas muy buenas antes de que Patricio Yáñez recibiera las primeras patadas con que los austríacos intentaban disminuir su velocidad.

A los 22’, con situaciones y dominio compartidos, se produjo el mazazo: un centro de Bernd Krauss desde la derecha fue empalmado por Walter Scharchner, quien peinó el balón y lo alejó del vuelo y las manos de Osbén.

De protagonista positivo, Krauss pasó a negativo: le cometió falta a Carlos Caszely en el área, y Cardellino no vaciló: mostró el punto penal. Desde mi pupitre vi cómo varios colegas se abrazaban. Escribí un apunte en mi libreta notera y cuando miré quién iba a servirlo, le comenté a Enrique Ramírez Capello (jefe y compañero de viaje) que no iba a ser gol. El “Chino” ya había malogrado uno en un partido reciente y siempre se ha estimado inconveniente que la víctima del foul (sobre todo si es violento) se encargue de la pena.

Pasó lo que pasó. Caszely asegura que nadie quería patear el penal, pero lo cierto es que él se apoderó el balón en cuanto se reincorporó. Varios me han dicho que el designado era Miguel Ángel Neira, pero que lo vio tan decidido que ni siquiera se acercó. Otros aseguran que “Caszely se sentía en condiciones de ser goleador del Mundial, y no iba a desperdiciar ese regalo”.

Hubo otra falta en el área austriaca, un penal más vistoso que el anterior, pero el árbitro desestimó la caída de Patricio Yáñez. Después, el arquero Friedl Koncilia sacó hacia un costado un taponazo de Eduardo Bovallet, que con Yáñez, Gustavo Moscoso y Neira fueron los rescatables de ese torneo.

Pero Austria se sintió como pez en el agua cando Chile arriesgó más. Entre Osbén y los palos evitaron que la cuenta se ampliara.

Con el pitazo final, me quedé un rato ordenando las ideas. Y llegué a la conclusión de que la Roja no había jugado mal, pero que le faltaba mucho para ponerse a la altura de los europeos. De partida, ninguno de los 22 convocados jugaba en el Viejo Continente. El único repatriado era Elías Figueroa, que ganaba dólares en los Strikers, de Fort Lauderdale, en el incipiente fútbol de Estados Unidos.