Yo lo viví: el peor día de suerte de Azkargorta

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Por Andrés Alburquerque
Actualizado el 22 de junio de 2016 - 11:23 am

Casi 15 años después de acertar esa increíble combinación de tres plenos seguidos en la ruleta, Javier Riquelme, ex utilero de la Roja, me explicó que esa noche en Paysandú hubo otra persona que tuvo más suerte, pero mucho más suerte que yo…

A pocas cuadras de distancia del pequeño casino sanducero (el gentilicio que nadie supo explicarnos de la tranquila ciudad uruguaya de 75 mil habitantes), el vasco Xabier Azkargorta terminaba de cenar en el hotel Mykonos cuando de improviso no se sintió bien. Nada de bien.

Y Javier estaba frente a él para contarlo. “Comenzó a pestañear bien seguido y se le iba la vista, así que le dije al doctor Yáñez que algo le pasaba al profe. Entre todos lo bajamos después de que se desmayó. Y pesaba. Como entre seis tuvimos que bajarlo”.

La noticia nos sorprendió a la mayoría de los enviados especiales chilenos a la Copa América de 1995 en ese casino de la avenida Wilson Ferreira.

Chile ya estaba casi eliminado, tras caer ante Estados Unidos (2-1) y Argentina (4-0), y sólo le faltaba enfrentar a Bolivia, a la que debía golear para buscar un cupo como mejor tercero. El partido se jugó con Ignacio Prieto en la banca, y los chilenos desperdiciaron una ventaja de 2-0 (ambos goles de Basay) para terminar igualados, lo que los dejó penúltimos en el torneo. Pero esa es otra triste historia.

Ya eran cerca de las 10 de la noche cuando uno de los reporteros gráficos llegó con la noticia, que intentó mantener en reserva, pero ya era imposible. El aviso del ataque neurálgico de Azkargorta pasó rápidamente de boca en boca y la apacible noche se transformó en una vorágine de especulaciones, llamados telefónicos, carreras y búsqueda de taxis.

Alguien gritó que estaba grave, otro -peor aún- que había muerto. Había que llegar rápido al Sanatorio Modelo, en la calle Colón, a 15 cuadras de distancia. Y los que no conseguimos taxi, corrimos. No era necesario, porque al llegar allá, nadie sabía ni comunicaba, y hubo que esperar cerca de una hora para que el doctor Fernando Yáñez diera las primeras declaraciones sobre lo que acontecía con el técnico de la Roja.

Serio y lacónico, el cardiólogo explicó que el vasco estaba en evaluación, que había sufrido una descompensación asociada a un alza de presión que hizo temer por un infarto cardíaco. Exceso de tensiones, ausencia de sonrisas.

Mis colegas corrieron a despachar y yo, aprovechando que el doc conocía a mis hermanos -también cardiólogos- conseguí unos minutos a solas para que me explicara con mayores detalles lo ocurrido. Lo conocía además por mis años de reporteo en San Carlos de Apoquindo, y la cercanía me permitió una cobertura más completo.

Mientras, los reporteros gráficos Marco Muga y Ariel Morales, de La Tercera (mi medio) y La Cuarta (el medio hermano), respectivamente, maquinaban la manera de conseguir una fotografía exclusiva. Lo consiguieron haciendo alarde de sus apodos (“Loco” uno; “Perro”, el otro). Se coludieron de la forma menos pensada, porque el de La Cuarta rompió el vidrio de una mampara cuando vio pasar la camilla con Azkargorta y luego compartieron las imágenes.

Casi les cuesta ser arrestados por la osadía, pero la adrenalina les recorrió el cuerpo como un relámpago y quedaron felices como los niños que siguen siendo.

Azkargorta no reía. De hecho, ni se percató de lo ocurrido.

Al día siguiente del ataque, los jugadores chilenos, encabezados por un Ivo Basay que pocos días antes había arribado a la concentración como el divo que era por entonces, explicaron que ellos no eran los culpables del estado del “Bigotón” y desmintieron versiones de que le habían pedido la renuncia.

En los meses previos, Azkargorta había sufrido un rechazo encarnizado, impropio para un tipo que dominaba tan bien las palabras y que demostraba una claridad meridiana en sus conceptos futbolísticos.

Lo menos que se dijo de él es que era un “chanta”, un “vende humo”. El medio suele ser muy cruel ante la ausencia de resultados inmediatos. Y esa ojeriza lo perseguiría hasta su final en la Roja, tras el pobre empate en Barinas ante Venezuela, en el inicio de las Clasificatorias para el Mundial de Francia 1998 (2 de junio de 1996). No tuvo suerte con Chile, pese a contar con un plantel que, con pocas modificaciones, llegó al Mundial y tuvo una buena presentación.

Pero ese jueves 13 de julio de 1995, en Paysandú, sí tuvo la suerte de contar con un cardiólogo a la mano, la buena estrella de estar a apenas unas cuadras de un hospital y de que quien se sentaba enfrente se percatara de inmediato que algo no funcionaba en ese rostro desencajado. La fortuna necesaria para esquivar a la muerte.