(VIDEO) Columna de Rodrigo Cabrillana: El país de los gigantes
Películas, libros y numerosos testimonios dan cuenta continuamente de distintos sucesos que implican derramamiento de sangre durante la dictadura y que muchos aún están investigándose por la justicia chilena. Sin embargo, todavía hay historias que no se han contado…
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Por estos días se estrenó en la pantalla grande “Patio de Chacales”, un filme nacional dirigido por Diego Figueroa y protagonizado por Néstor Cantillana y Blanca Lewin. Retrata desde una historia en particular los vejámenes de la dictadura.
En este caso, un maquetista que vive en la quietud de su hogar cuidando a su madre, hasta que ve interrumpida agitadamente su existencia, debido a la irrupción de unos nuevos moradores del barrio (agentes encubiertos) que desatan la violencia extrema como medio de control de la época.
Un cuadro que se repite constantemente en la cronología anual del cine chileno, donde diversas producciones están haciendo referencias de forma permanente a los años oscuros del gobierno militar.
Algo que se proyecta bastante bien en los enigmas que encierra la película que se ambienta a mediados de los ’70, donde los excesos se concentran tras las paredes vecinas del atormentado trabajador de maquetas que intenta ayudar y apoyar a cada una de las víctimas que llegan inesperadamente al desolador espacio. Convirtiéndose finalmente él, en el damnificado mayor de la trama.
Experiencias difusas de la niñez
Sin embargo, muchas veces la realidad supera la ficción, y las atrocidades que se cometieron en dictadura no siempre se encuentran del todo en lo que se recrea en una cinta. Porque existen vivencias innegables que como niños no las asimilamos completamente cuando nos tocó experimentarlas y que, por conmoción, incertidumbre, desconocimiento, y tal vez espanto no fuimos capaz de traducir, darnos una respuesta a nosotros mismos y traspasar esa sensación a nuestros cercanos.
De hecho, fue en junio de 1987 que vivía junto a mis padres en la Villa Olímpica de Ñuñoa. Siendo aún muy niño cursaba la escuela primaria y donde la pureza de las cosas invade la imaginación que todo chiquillo de temprana edad proyecta en el mundo en que está coexistiendo.
Es más, mi cumpleaños había pasado hace muy poco, recuerdo con claridad que eran días fríos, pero algunos con mucho sol y que las circunstancias de los apagones, los cacerolazos y cánticos nocturnos en la Villa, las historias de extremistas, y los personajes extraños que pululaban en el entorno era tema de todos los días. Me llama incluso la atención que esas narrativas de gente que hacía resistencia política desde la clandestinidad se les asociaba siempre en el relato oficialista con la figura de criminales, rebeldes, asesinos y ladrones, como si fuera un discurso imperialista salido de una película de George Lucas.
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El país imaginado de los colosos
Así fue como una noche de esas invernales no podía dormir y acobardado de los terrores nocturnos habituales que todo niño desarrolla, me fui a intentar conciliar el sueño en una habitación cercana a la de mis padres y donde comenzó a tejerse un suceso que, transcurrido el tiempo, he intentado asociar de distintas formas con tal de encontrar una respuesta.
Medio despierto, medio dormido, pero de seguro en estado de vigilia en las penumbras, oía un grupo de gente que acechaba los edificios cercanos y que las voces ya no eran murmullos, sino habladurías que comenzaban a traspasarse en todas las paredes de los departamentos y que también irrumpieron en el débil sueño que ya estaba empezando a sentir.
Pero, no eran voces irreconocibles, porque comencé a visualizarlas como palabrerías provenientes de distintos gigantes que estaban discutiendo acaloradamente sobre algo importante que debían terminar. Vivían en una región que era tierra de nadie.
Estos colosos eran enormes, vestían ropas gruesas, muchos de ellos entrados en años y con vistosas barbas extendían la conversación que cada vez iba tomando más color.
– “Son alrededor de quince”- sentí de otra voz que hablaba en mi sueño. Luego, un pedido de ayuda desgarrador, de auxilio urgente que provenía de una mujer que estaba en serios problemas por… ¿culpa de estos gigantes? Los gritos eran tan lastimeros que estremecían profundamente. ¿Acaso estos superhombres barbudos intentaban dañarla?
El terror implacable de la violencia nocturna
Vidrios rotos, golpes como si derribaran una puerta o una muralla, y las discusiones de los gigantes crecieron… Estaba en un país asediado por ellos, en que eran los dueños de ese mundo implacable y donde su voluntad era ley.
Lo que ellos decidían era lo que acontecería. Por lo que mi sueño ya comenzó a convertirse en una pesadilla, una alucinación nocturna que empezaba a embargarme en un horror que de niño no sabía explicar. De pronto, vi a la mujer que chillaba y estaba rodeada de unas pocas personas que intentaban escapar de estos titanes sin piedad alguna.
Y fue ahí que sucedió lo impensado, porque los gigantes comenzaron a correr tras ellos, con la intención de machacarlos, de triturarlos como si fueran simples hormigas. Cada paso que daban era atronador, pavoroso, muy estruendoso, como si descargaran una ametralladora ensordecedora tras la huella de sus víctimas. Era algo impresionante, que todavía resuena en mi mente…
El tema es que, tras esa abrumadora persecución, vino un silencio nocturno abismal y los gigantes se esfumaron tan pronto como pulverizaron a sus víctimas. Una especie de angustia, confusión y congoja invadió mi leve despertar, no sabiendo qué sucedía, ni qué significaba todo aquello de ese extraño sueño.
La tragedia de un frentista
Unos pocos metros más allá, la sangre que derramaron los colosos se despeñaba por todos los bordes de una escalera. Allí yacía también inmóvil quien se había inmolado por su noble causa… La noche se había tragado a Julio Guerra y a la mujer que clamaba por socorro… Sus victimarios, los gigantes imaginarios, agentes de la policía de Pinochet, huían impunes con sus ametralladoras, como el viento que cierne una montaña perdida en el infinito…
Mira aquí el tráiler del film de Diego Figueroa, «Patio de Chacales»: