Una polémica de sentido único: “La próxima vez que te vea te mato”
La reciente publicación de la última novela de la escritora chilena Paulina Flores sacó chispas en redes por un título enfático.

Alguien comentó el otro día en un bar que había salido una reseña con una paráfrasis al título de la novela de Flores: “La próxima ves que te lea, me duermo” o algo así. Interesante retruécano, aunque despectivo. De todas formas, no muy alejado de la realidad. La novela de Flores es otra muestra de su escritura sintomática hecha para el ágora virtual y toda la galera que lee literatura desde una gramática “applicada”, un imaginario de redes.
Las contratapistas de Anagrama son todas pésimas escritoras, cuyo posicionamiento no guarda relación alguna con una lectura crítica de sus libros.
De hecho, son escritoras a las que no se puede leer porque eso sería incurrir en una crítica inmediata y, como se sabe, en la actualidad es un acto de temeridad criticar los libros escritos por mujeres.
Podríamos hablar de un período acrítico de la lectura y por lo tanto de la escritura.
La inopia de la novela apenas camufla la autobiografía en otro nombre (Javiera, la protagonista, es Paulina), está en primera persona y todo lo que ocurre es su experiencia como “migrante” en Barcelona.
Primera persona, tiempo presente. Síntomas que ya eran cansones hace 10 años hoy resultan revulsivos.
La novela contiene todos los clichés necesarios para promover una imagen de autora adecuada a su nicho: Instagram y música de mierda, disidencia liberal y mojigatería.
¿Desde cuándo las escritoras comenzaron a ser tan precarias en su labor? Por supuesto, no son todas; pero de nuevo hay un grupillo (como en el boom) armado a la sazón del rubicundo presente, cuya búsqueda de legitimación sigue siendo neocolonial. Además, por si no se dieran cuenta y como si fuera poco, en la entrevista que salió en Culto, de La Tercera, hay cinco fotos de la autora, cuando lo relevante sería el texto. Después hablan de cosificación.

Polémica
El título de la novela no debiera ser un problema, además su intención es provocar, ¿pero qué provocación podría tener alguien que cuenta con el respaldo del momento histórico? En eso no hay riesgo alguno. Sin embargo, Instagram se dio la maña de bajar los posts de la propia autora, que temió por no poder promocionar su novela: “Me asusté, de verdad dije, ay, no va a salir en ningún lado, qué pena, qué tonta”. Lo que no se advierte es que un título así, escrito por un hombre, independiente de todo, no hubiese salido nunca. Entonces, ¿qué tipo de legitimación hay detrás? ¿Ojo por ojo, diente por diente?
El síntoma vindicativo de la cuarta ola no aporta a la crítica de base que supone una ideología que podría ayudar a poner en crisis el sistema que tanto odiamos. De hecho, al contrario, lo promueve, lo fortalece.
La novela gira en torno a la experimentación del poliamor de Javiera, que cae en las redes de un roomie peruano ultra-mega-ok, que además tiene dos amigas con quienes expande sus propios límites amorosos.
La novela pudo haber sido una crítica al cinismo que hay detrás de todos estos pregones responsableamorosos, a la hiperdiscursividad y la supremacía moral de ciertas parcelas de la población. Es como si estuvieran inventando la rueda. Habría que revisar la historia de Roma, por ejemplo, leer las “tablillas de Boj” de Apronenia Avitia o bien echarle una repasada al maravilloso “Libro de la Almohada”.
Algunas autoras parecen decididas a reproducir los estereotipos contra los que se supone que luchan. Pero esta ceguera no ha sido revelada o no quiere ser aceptada. Habiendo tanta escritora buena, el medio insiste en hacer de las autoras un ridículo rentable, una voz garrapiñada. Además, ¿desde cuándo que España es un referente literario para nosotros los sudamericanos? España, y en particular Barcelona, es un referente de la industria editorial, pero no de la literatura. Sería increíble que surgiera una Copi o una Gabrielle Wittkop, alguna Safo desmesurada, y no esta retahíla de autoras con hedor a bitcoin, que hablan y escriben pensando en hashtags.
En fin, por más que quieran blindar a ciertas autoras, las escritoras existen. Patricia Highsmith fue una grandísima escritora. Marguerite Duras también existió, por ejemplo, y cuando le preguntaron cuál era la misión de la literatura, respondió sin empacho: “Representar lo prohibido. Decir lo que no se dice normalmente. La literatura debe ser escandalosa: todas las actividades del espíritu, hoy, deben apuntar al riesgo, a la aventura”.
La novela, cuyo título resultó seudo escandaloso, no tiene riesgo, está tan asegurada en sus referentes culturales, que lo que hay allí es una muestra de un delirio que se supone colectivo.
Lo único interesante es que la protagonista no logra hacer coincidir sus predicamentos con su herencia cultural. En el fondo, pretende ser la novela de una época, y ese carácter representativo, casi de candidatura, casi de oficialismo queertural, la vuelve tediosa de principio a fin. Y eso que a todxs nos gusta el cachondeo. Pero como dicen en España: ¡Anda ya!