Una Mannschaft de múltiples colores

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Por Jorge Castillo Pizarro
Actualizado el 2 de julio de 2017 - 1:13 pm

Cada vez menos arios y cada vez más negros, turcos, polacos y árabes. Es la conformación actual de la selección alemana, nuestro rival en la final de la Copa Confederaciones.

Ochenta y un años han pasado desde que Hitler fue humillado en los Juegos Olímpicos de Berlín por la saeta negra Jesse Owens. Recién empezaba entonces el Tercer Reich que alcanzó a perdurar horrorosamente otros nueve años. Finalmente, la historia terminó borrando la supuesta superioridad aria y la ideología nazi es hoy mantenida a raya.

De que esos tiempos felizmente quedaron atrás lo prueba la actual selección alemana que este domingo enfrentará a la Roja en la final de la Copa Confederaciones. La Mannschaft es ahora un mosaico multicultural que no ha hecho sino acrecentar su tradicional poderío futbolístico.

Los primeros en entrometerse en la pureza germana fueron los polacos. La frontera común y la alternada posesión de algunos territorios fueron tierra fértil para el ingreso de miles de polacos tras la Segunda Guerra Mundial. Ya a fines de los años 60 comenzó a brillar el puntero izquierdo Juergen Grabowski, campeón mundial en 1974.

Después de él vinieron muchos más. Al último título mundial de Brasil 2014 contribuyeron los goleadores Miroslav Klose y Lukas Podolski, ambos nacidos en Polonia. Hoy brilla el joven volante León Goretzka cuya calidad augura una inminente titularidad en el equipo alemán que defenderá su corona el próximo año en Rusia.

Como los polacos, también los turcos están jugando un rol relevante. Claro que han debido remar de atrás. Llegados en masa en los años 70 hasta formar hoy una colonia de casi tres millones de personas, no tuvieron la misma suerte que sus antecesores eslavos y quedaron relegados a las más bajas condiciones de vida. “Cabeza de turco” es un dicho despreciativo que refleja inequívocamente esa realidad.

Por eso su intromisión en el fútbol alemán fue más tardía. A la selección llegaron recién en los años 90 de la mano del talentoso delantero Mehmet Scholl.

Ahora es distinto. Tanto, que bien podría darse que un equipo titular alinease en el medio campo a Emre Can, Kerem Demirbay, Ilya Gundogan y Mezut Oezil. Cuál de todos mejor dotado técnicamente. Los dos primeros están hoy en Rusia y los dos últimos llevan varios años aportando su calidad a la selección A.

La sangre negra que tanto despreció Hitler ya es también habitual. Hubo apariciones fugaces en la mitad de los años 70 con el goleador Erwin Kostedde y una década después con el volante Jimmy Hartwig. Ambos fueron casos excepcionales pues no había entonces inmigración africana como sí la hubo a partir de los años 90. De hecho, Hartwig era hijo de un marine que se quedó en Alemania tras la conflagración mundial.

En los últimos 15 años los afro empezaron a hacerse notar. Al comienzo, casi puros atacantes, como los de origen ghanes Gerald Asamoah y David Odonkor, el de raíz brasileña Cacau y el de sangre nigeriana Sidney Sam. Ahora  aparecieron dos joyas de mucho futuro en la selección, Leroy Sané y Serge Gnabry.

Defensas también los ha habido. Hasta no hace mucho alinearon en la selección Patrick Owomoyela y Denis Aogo. En el equipo que enfrentará a Chile destacan el gigantón Anthony Rudiger y el lateral Benjamín Henrich. Y desde la selección sub 21 espera dar el salto Jonathan Tah, otra mole my difícil de superar.  Pero el mejor de todos, sin duda, es Jerome Boateng, de clase mundial y pilar en el Bayern Munich, al que una seria lesión lo ha alejado de la selección este año. Su caso es un ejemplo de las complejidades del multiculturalismo, puesto que su hermano Kevin Prince Boateng, talentoso volante, declinó jugar por Alemania y prefirió a Ghana, la tierra de su padre.

Del África árabe hay menos aporte. Actualmente despunta el pequeño extremo zurdo Amin Younes, de padre egipcio, autor del último gol ante México en la Copa. También ha sido convocado en los últimos meses otro extremo ofensivo, Karim Bellarabi, con ancestros marroquíes.

Curiosamente, a diferencia de otras selecciones vecinas (Suiza y Ausria), la alemana no ha absorbido aun profusamente la diáspora albanesa, kosovar o de las ex repúblicas yugoslavas oysoviéticas de fines de los 80 e inicios de los 90. Solo aparecen dos casos, el del volante de origen bosnio Marko Marin, en Sudáfrica 2010, y ahora el central genéticamente albanés y macedonio Shkodran Mustafi, seguramente titular en el duelo final contra la Roja.

Un lunar entre tanto inmigrante es Mario Gómez, el goleador de sangre hispana y veterano de dos mundiales. Curioso su exclusividad, puesto que la inmigración española se hizo notar en Alemania en los años 60 y 70.

Después de casi 50 años de abrirse paulatinamente a la diversidad la rubia selección germana, cuatro veces campeona mundial y otras tantas subcampeona, depende cada vez menos de la pureza aria y mucho más del aporte inmigrante para llegar por fin a dominar al mundo en las reducidas dimensionas de una cancha de pasto.