Un año más de Carlos Santana: rock, en ambas riberas del río Bravo
“Oye cómo va, mi ritmo, bueno pa’ gozar… mulata” (Tito Puente, letra), LP “Abraxas» (1970).
Por ARTURO RODRÍGUEZ / Fotos: ARCHIVO
2023: el 20 de julio, Carlos Santana, uno de los grandes de la guitarra y quien hizo una histórica fusión entre el rock anglosajón y el mundo latino, cumplía 76 años. Décadas de un sonido inigualable y reconocible en cualquier década y latitud. Una historia que, en lo personal, comenzó así…
1970: Región Metropolitana, Chile. Calle Huérfanos. Cine Rex. Sí. El de las butacas anchas de felpa roja junto al pasillo. Otoño. Se estrena “Woodstock” y hay fila. Ya adentro, sentado y dispuesto a ver lo que esperamos: lo mejor de lo que sucedió en el agosto anterior en Bethel, Nueva York.
A Carlitos Santana, mexicano de Jalisco, pero gringo en papeles, se le ha ocurrido crear una banda que ya por ese año iba en su segunda formación.
Se olía en el ambiente el aroma del primer megaevento llamado Woodstock. Textual. Era entonces agosto del 69. El año de Neil Armstrong y su Luna. Y del Flower Power. Verano norteamericano. El año de la consagración de Hendrix, hasta hoy una deidad.
Y de CSN&Y, The Who, Cocker, Ten Years After, Richie Havens y Joan Báez.
Santana espera la salida a escena como antesala de Greatful Dead, Mountain, Canned Heat y Janis Joplin, quien vendría a aparecer a eso de la dos de la mañana en escena. Lo que pudiese llamarse un telonero de consolidados. Pero siendo lo suficiente visionarios y decidir estar, como la promesa del festival, ganando el más bajo de todos los honorarios: mil 500 dólares (ver foto de planilla original de puño y letra de los creadores de Woodstock).
Son las 05:15 de la tarde y, en el escenario único, suena Waiting y huele a renovación y frescura. A una energía llena de percusiones y ensambles, con un Hammond C3 que lo llena todo y una guitarra que ha dejado huella hasta hoy.
Allí es entonces, cuando nace el “sonido Santana”, de impecable ejecución y sello latin rock, el cual, con toda lógica, vino a crear una marca, una onda que no existía. Lo que se escuchaba y bailaba en Chile era cumbia. La salsa y su sonido bestial ni siquiera se escuchaba en la ducha. Ni en la radio.
Carlos Santana estuvo este jueves de cumpleaños. Y su hoja de ruta musical ha tenido la impecabilidad y la demostración del talento para rodearse de gente como Chepito Arias y Mike Carabello, percusionistas; Gregg Rolie, teclados, y en la batería un Carlos Alcaraz de los tambores llamado Mike Shrieve, un portento que no le tuvo temor a la multitud y aún menos al debut con su genial y alucinante solo en “Soul Sacrifice”, entre otras gracias.
Sobre ellos, la cabeza, el feeling y la latinidad de Santana para ingeniárselas y crear sonidos y atmósferas con su sello personal. Pero, además para compartirlo con seres más místicos y creativos, como cuando alista un proyecto y escenario con uno de los tres mejores guitarristas de este otro lado de la música (para mi gusto): John McLaughlin, Mahavishnu. Se encontraron en la búsqueda. En el Incienso. Patchoulí. Cannabis. Todo blanco. Lennon, stuff.
Su “Love, Devotion & Surrender”, de julio del 73, sumado al homónimo larga duración, “Santana”, del 69 (el tigre en blanco y negro en carátula), junto a “Caravanserai” (1972), lo hace merecedor al lugar que ocupa en la track list personal.
Cual jugador titular en la banca que se cansó de estar en rankings, hacer temas tan buenos como los de su búsqueda personal, transar con los gustos y los dólares, y subirles el pulgar a los ejecutivos disqueros del antiguo sistema.
El combo 3: resultado, Carlitos se nos globalizó, compartió con varios de la música popular, y debe de vivir tranquilísimo con los royalties. Desde aquel entonces…
Los 70s fue su momento, porque se editó muy buena música tanto en estilos, tendencias y ejecución, y supo estar entre los más prolíficos de la década y seguir produciendo año tras año.
No es menor, don Carlos.