Balance de la Sub 17: sin velocidad ni dinámica no se llega muy lejos
Pese a su redención ante Brasil en la despedida del Mundial, la “Rojita” pecó de un ritmo de juego insuficiente para llegar más arriba. Un pecado repetido en nuestras selecciones menores y que la ANFP parece no tomarlo en serio.
¿Es contradictoria la estupenda actuación de la Sub 17 en el sudamericano y su oscilante desempeño en el Mundial?
Es una interrogante válida para analizar el desempeño internacional de una camada a la que muchos ponen fichas como eje del futuro recambio de la selección mayor.
Lo más fácil es explicarlo todo con el manido expediente del cambio de mano: que Hernán Caputto hubiese mantenido incólume el alto rendimiento del Sudamericano de Lima -donde Chile fue segundo- y que a Cristian Leiva le quedó grande el desafío.
Si así fuese, no se explica entonces la muy buena actuación de esta selección en su despedida del Mundial de Brasil. Mostrando un nivel que maniató totalmente al Scratch en la segunda etapa y que lo tuvo por las cuerdas.
Naturalmente, siempre la batuta tendrá sus peculiaridades, dependiendo de quién la mueva. Pero es probable que con Caputto en la banca el paso de la “Rojita” por Goiania, Vitoria y Brasilia habría sido parecido. De hecho, la selección que él dirigió en el pasado Mundial de la India quedó eliminada en primera fase, arrancando apenas un punto a México en el partido de despedida.
Una igualdad que no es casual, como tampoco lo fue la inmerecida derrota ante Brasil.
En ambos casos, se trató de rivales ante los cuales Chile está más que aclimatado. Independiente de sus distintos estilos, a aztecas y brasileños las selecciones chilenas –incluso imberbes como la Sub 17- saben perfectamente cómo jugarles para atenuar sus virtudes y maximizar sus debilidades.
Los ingleses e iraquíes en el mundial anterior, y los franceses, haitianos y coreanos, en el actual, exhibieron en cambio cualidades extrañas para jugadores pocos más que infantiles y recién haciendo el aprendizaje táctico: la velocidad y la dinámica.
Con ambas virtudes, selecciones que antes no podían siquiera magullarnos nos pasaron por arriba. Así ocurrió con Irak (0-3) y Corea del Sur (1-2). Y si el fiasco no se repitió contra Haití (4-2), fue porque los veloces y vigorosos isleños carecen todavía de la sapiencia táctica para hacer pesar sus fortalezas físicas. Británicos (0-4) y galos (0-2) no sólo hicieron pesar su superioridad física, sino que también la técnica.
Es muy posible que esta camada continúe madurando y muchos de sus jugadores sigan siendo considerados en futuras competiciones internacionales. Y que la natural maduración futbolística les dé armas para afrontar mejores estilos desacostumbrados. El punto es cómo hacer para que a este nivel Sub 17 nuestras selecciones no sólo lleguen a mundiales sino que además alcancen cotas más altas que la fase de grupos o de octavos de final.
No es coincidencia que el único resultado valioso lo consiguiera la selección del “Pollo” Véliz, tercera en el Mundial de Japón 1993. La camada de Rozental, Tapia, Neira y Poli tenía a esas alturas un roce internacional superior al de las generaciones recientes. Eran los tiempos en que Colo Colo y Universidad Católica enviaban continuamente a sus series infantiles al extranjero, incluyendo por cierto a Europa, para que adquiriesen un roce inadmisible en las canchas de Quilín. Por eso también ambos clubes eran las bases de todas las selecciones menores en los años 90. Y por eso, además, eran los frecuentes campeones del fútbol menor.
Era una suerte de subsidio a la responsabilidad de la ANFP. Pero eso languideció hasta casi desaparecer. La única experiencia internacional actual es la Copa UC Sub 17, que en rigor poco sirve, porque se juega en un semi vacío San Carlos de Apoquindo y los invitados son siempre selecciones o clubes sudamericanos y mexicanos.
Adiós a la experiencia de enfrentar rivales de tinte alienígeno, para usar un término en boga.
Siempre la ANFP debería disponer de fondos para que las selecciones menores compitan en todo el mundo y no sólo con brasileños y uruguayos (nuestros más frecuentes sparrings en los procesos preparatorios de menores). Es el único modo de que jugadores de un estimable talento no parezcan postes clavados en la cancha a cuyo lado los coreanos volaban como aviones.