Sobre Los Materiales de George Oppen
Anoche me quedé dormido pensando en la palabra Oppen, en el grafismo de la doble pp, donde leí “políticas públicas”, nada más lejos de nuestro poeta, quizás pensando en aquel libro editado por Charles Bernstein sobre la política del poema. También pensé, evidentemente, en “open” como abrir, abierto o apertura; lamentablemente, también pensé en app, appen, un acontecer sin h. ¿Un acontecer mudo? Después pensé la palabra como “op.”, abreviación de opus, obra, y pen, como “lápiz” en inglés. La obra de un lápiz: escribir. Una vez hecha la digresión mental, encontré la manera de abrirme camino entre los materiales con el único material del que disponemos en literatura: la palabra. La pala que labra.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS
Después de veinticinco años sin publicar, gracias a un sueño que le contó a su psicólogo, Oppen vuelve a escribir y publicar poesía. El título es justamente eso: la exposición de materiales que aguardaban su aparición, pero también los materiales con los que se ganó la vida como carpintero en México. La relación entre texto y su etimología, escritura y oficio. En cualquier caso, es una concepción materialista de la vida. No es el mejor libro de Oppen, muy por debajo de De ser numerosos, pero claramente no hubiese llegado a esa cristalización, el summum de su obra, sin haber escrito Los materiales y This in Which. El título es una especie de título total, ya que en el plural caben todos los medios por los cuales podemos escribir (los materiales), que se traducen a uno solo, las palabras, una suerte de material inagotable, aunque esto puede encallar en una retórica, algo que nuestro poeta rehuyó como la plaga y que hoy parece una ley.
Al mismo tiempo, estos materiales hablan de la construcción de un mundo, un mundo que ya no fue, las herramientas que permiten hablar de “continentes de trabajadores”, cosas absolutamente olvidadas hoy, donde todas las herramientas son digitales y las acciones son reemplazadas (o empaladas) por apps. También están los materiales de la vida: “la guagua está hecha sobre todo de leche”. En el fondo, Oppen entiende, desde la forma en que titula los poemas (Población, Balneario, Solución), que el mundo puede ser enumerado a través de sus materiales. En un material como “la luz desnuda” encontramos “el valor de lo lírico”, con la intuición de que el desastre, el naufragio, palabra oppeniana por antonomasia, es algo inminente.
Es curioso en este libro porque en De ser numerosos está la esperanza y la idea de que la masa puede cambiar las cosas, digamos, el pueblo, un vocablo vintage, pero en Los materiales hay un pesimismo que puede encontrarse en el silencio de tantos años, en el exilio, en el país cuya sordidez se hacía imperio. ¿Qué materiales tenemos hoy en un mundo virtual olvidado de su base material? (Steyerl). La claridad pesimista de Oppen se lee en estos versos predictivos: “Pero ninguna pantalla mostrará/ La luz, el volumen/ Del momento, de nuestras decisiones”. Solo que ya no hay momentos ni decisiones.
También he pensado en un detalle: a lo largo del libro y de la poesía de Oppen el plural de la especie es masculino, los hombres, algo incómodo en estos días. ¿Qué pasaría si donde dice hombres pusiéramos “mujeres”? ¿Sería otro mundo? En el lenguaje, en la enumeración caótica del lenguaje como virtualidad, da lo mismo decir hombre o mujer, piedra o zapato, barco o naufragio. Oppen, que tuvo una relación de amor absoluta con su compañera Mary, seguramente no era un judío machista ensimismado, pero es un detalle para pensar contra los biempensantes de la “literatura”, desde lo incorrecto, esa antiquité siempre actualizada.
El motor es el centro de este libro, la imagen del motor, cuya “definición de mortalidad” sin fin habla de que nuestra sociedad ha envejecido en un mismo paradigma con distintos gadget tecnológicos que caducan de antemano, pero la función política de la máquina (y tal vez de los materiales) han apuntado en la misma dirección acelerada, entrópica. Por supuesto, ese motor es la lucha de clases. Para Oppen, “incluso la camaradería se acaba”. El gran mérito de este libro, ingrato mérito, es que dio cuenta de un mundo que estaba a la vuelta de la esquina y que hoy es una realidad casi total. Supo tocar todos los temas que hoy aquejan al mundo contemporáneo, adjetivo cada vez más problemático, en relación a “el montón de desechos de nuestras raíces”. Hoy todo es capitalizable, todo es convertido en mercancía: ser-cualquier-cosa y levantar banderillas es un atributo mercantil para la circulación de etiquetas y taxones virtuales de la cultura, esa barbarie que desde hace décadas viene estableciendo una “clase cultural” como una nueva etapa del capitalismo posindustrial. Oppen vio todo esto, y en su particular sintaxis, en esos quiebres y silencios donde las palabras parecen quedar huachas y polisémicas, se esconde el horror.
Los materiales ponen en escena una nueva combinatoria de las palabras-concepto en la poesía de Oppen, y supone el regreso y sedimento de su mito personal. Todo poeta verdadero trabaja su mito personal (no sus redes sociales). Si nos detenemos en el acervo léxico de este libro, veremos que hay un glosario Oppen, una insistencia semántica y no una relación temática; además de la versificación tan característica, que encuentra su forma acabada en el libro que le otorga el Pulitzer. Quizás esto se deba a lo que refiere Mary Oppen en entrevista con Dennis Young cuando destaca la forma estructurada de sus poemas, la contención del contenido, la tensión de los materiales en los poemas y esa forma de decir algo que fue modulado previamente entre ambos. Los poemas de Oppen realmente parecen ser los poemas de una población exigua, hoy asediada por políticas públicas, el codazo virtual del lobby y la reproducción de los perfiles.
Finalmente, la traducción de Kurt Folch merece atención por sus decisiones y modificaciones de las versiones que aparecieron en la antología que preparara para Ediciones UDP. Es curioso lo tarde que se llega a Oppen (también hay unas traducciones de Francisco Leal) y llama la atención que una editorial que no descubre lecturas publique un libro que se encuentra en las antípodas ideológico-estéticas como una suerte de novedad. La poesía es enemiga del estado de las cosas (Michael Palmer). De todas formas, la parvada chilensis puede agradecer la publicación de un buen libro.