Si Colo Colo se va a la B, la permanencia de Blanco y Negro sería insostenible
En medio de la profunda crisis alba, todos los escenarios son factibles. Incluso una caída a “los potreros” para nada es una posibilidad delirante o “garcíamarquiana”. Hay que verle entonces el lado bueno, y el mejor es que estos usurpadores, que prometieron hacer del “Cacique” el Manchester United de Sudamérica, tendrían que abandonar el botín, por más que exista un contrato de Concesión vigente hasta el 2035.
Por EDUARDO BRUNA
Así como está jugando, con el nivel de jugadores que tiene, y una regencia de Blanco y Negro que actúa con la misma conducta desalmada, carente de criterio y empatía de cualquier otra empresa, que Colo Colo pueda descender por primera vez en su historia a la Primera B no es en absoluto una posibilidad delirante ni “garcíamarquiana”. Está ahí, latente fecha a fecha, para irritación del pueblo albo, que por culpa de la pandemia ni siquiera puede expresar su frustración y su ira desde las gradas por una situación que jamás imaginó ni en sus peores pesadillas.
Para decirlo pronto y claro: que Colo Colo después de 95 años de vida pueda caer por primera vez en su rica historia a “los potreros”, para nada es un ejercicio de “fútbol ficción”. Es una alternativa cierta cuando, a un plantel integrado mayoritariamente por jugadores mediocres, se suma una Sociedad Anónima que, fiel reflejo del nefasto sistema que representa, tiene destrozado y por los suelos al club más popular y ganador de Chile.
En la dramática situación que hoy vive el “Cacique”, la situación admite dos puntos de vista. Contrapuestos, sí, pero ambos positivos. Es decir que, con una rueda completa por disputarse, como sea tiene jugadores para al menos abandonar la incómoda posición en la que hoy se encuentra, porque desde luego que su plantel, con todas las limitaciones que hemos venido remarcando hasta majaderamente durante todo el año, no puede ser menos que el que poseen un Curicó Unido, un Deportes Iquique, un Huachipato, o un Coquimbo Unido, por nombrar sólo a algunos equipos.
La otra equivale a pensar que, si a pesar de todos sus esfuerzos y de la nueva conducción técnica de Gustavo Quinteros, Colo Colo no alcanza a remontar y se va a la B, significaría que Blanco y Negro tendría que cerrar la puerta por fuera del Monumental sí o sí. No sólo porque con ello culminaría el enorme fiasco que durante estos quince años la Concesionaria ha significado, sino porque el hincha albo sencillamente no podría tolerar que, por culpa de estos ineptos y usurpadores, su club descienda y pierda por primera vez la categoría.
¿Qué existe un contrato de Concesión? Mala suerte nomás. También la Constitución del tirano parecía escrita en piedra, y sin embargo el pasado domingo un despabilado pueblo le dijo a Chile y al mundo que se la podían meter por buena parte. En otras palabras, la permanencia de esta tropa de frescos se haría insostenible, porque el fracaso rotundo que encarnarían sería digno para un guion de una serie de Amazon o de Netflix.
¿No era que en el lapso de unos pocos años, manejado por ustedes, iban a convertir a Colo Colo en el Manchester United de Sudamérica y sus alrededores? Manga de sinvergüenzas. Con ustedes a cargo, Colo Colo perdió por completo su esencia de club del pueblo y para el pueblo. Lo transformaron en una empresa fría y distante de la gente, y no podía ser de otra manera cuando un delincuente de cuello y corbata, como Gabriel Ruiz Tagle, que estafó durante más de diez años al país vendiéndonos sus pichiruches productos de papel “tissue” a un precio artificialmente mayor en complicidad con la sacrosanta Papelera, pudo transformarse en presidente de Blanco y Negro, cuando en cualquier país normal y decente le habrían cambiado sus caros ternos Armani por un sentador trajecito a rayas.
A él y a los caballeros de la Papelera.
Lo mismo reza para Leonidas Vial, que, más vivaracho incluso que Ruiz Tagle, ha actuado en Blanco y Negro siempre desde las sombras, moviendo dirigentes de su bando como si fueran peones de ajedrez. ¿Y qué tenían que hacer este par de tipejos en Colo Colo, cuando hasta antes de que inventaran este engendro de organización deportiva denominadas Sociedades Anónimas Deportivas ni siquiera tenían la más remota idea de lo que era el Monumental ni dónde quedaba? Si usted les hubiera nombrado a David Arellano, Alfonso Domínguez, Jorge Robledo, Enrique Hormazábal o a Manuel Muñoz, doble contra sencillo que le habrían preguntado si eran corredores de la Bolsa, altos ejecutivos del Grupo Penta o Seremis del gobierno de Piñera.
El hincha, el socio -en suma, el pueblo albo-, pensaron que, bajo la presidencia de Aníbal Mosa, Colo Colo en algo cambiaría. Después de todo, y al contrario de los frescolines que han pasado todos estos años por la mesa de Blanco y Negro, se sabe que el actual timonel de la Concesionaria es un albo de cuna y, por lo mismo, un genuino hincha. Creyeron que, con él al mando, Colo Colo respetaría a sus socios, a sus hinchas y también a los jugadores. Sin embargo, he aquí que Blanco y Negro fue la única Concesionaria, de los denominados “grandes”, que se acogió a la Ley de Protección del Empleo para dejar de pagarles a sus jugadores durante todo ese tiempo que se prolongara la pandemia. Es decir, no sólo actuó como una empresa más de las miles que en este país recurrieron a esa tramposa martingala, sino que hasta se le pasó la mano, desconociendo semanas que los futbolistas -o sea, sus trabajadores- habían entrenado de manera individual de acuerdo a las rutinas que les había diseñado el cuerpo técnico.
Y como Blanco y Negro desconoció ese entrenamiento casero de sus jugadores, pretendió escamotearle más dinero aún que el que ya les había escamoteado recurriendo a la genial ley de Piñera para proteger a las empresas y a los empresarios.
La guinda de esta indigesta torta la constituye el desprecio absoluto y la nula consideración que se tuvo para con Matías Zaldivia, un jugador que, desde que llegó desde Argentina al “Cacique”, en 2016, se ha entregado entero por el equipo.
Zaldivia venía saliendo de una larga lesión de ligamentos cruzados que lo tuvo por meses fuera de las canchas cuando, en un entrenamiento, se rompió el tendón de Aquiles. Pésima noticia en ese momento para Gualberto Jara y mala también para Quinteros, el director técnico entrante. Pero mucho peor fue lo que vino después, cuando Blanco y Negro decidió desentenderse del jugador para que, de aquí en más, fuera su Isapre quien cubriera los gastos de su licencia. Dicho de otra forma, Zaldivia iba a ver enormemente mermados sus ingresos, toda vez que sus emolumentos mensuales con suerte alcanzarían los dos millones de pesos.
Mucha plata para el ciudadano medio de este país, pero poca para un jugador de Colo Colo.
Frente a la crítica unánime que despertó la medida adoptada por la Concesionaria, Blanco y Negro respondió que ellos habían corrido siempre con todos esos gastos, pero que, luego de lo ocurrido con el delantero Iván Morales, habían decidido tomar el camino de que fuera la Isapre de Zaldivia quien se hiciera cargo.
¿Y qué pasó con Morales? Que, en pleno tratamiento, también por una grave lesión, Blanco y Negro se acogió a la Ley de Protección del empleo respecto del plantel, medida que, por cierto, dejaba en la indefensión al joven delantero. Intervino el Sindicato de Futbolistas Profesionales, encabezado por Gamadiel García, que para proteger los derechos laborales del jugador apeló a la Dirección del Trabajo, la que mediante fallo obligó a la Concesionaria a hacerse cargo del tratamiento médico y kinésico de Morales.
Es decir, Blanco y Negro actuó respecto de Matías Zaldivia como han actuado siempre -con honrosas excepciones- la inmensa mayoría de las empresas: derrotada por un sindicato que no aceptó un abuso más de los tantos que cometen los empleadores, la Concesionaria optó por la represalia en lugar de sopesar que las leyes existen, que están para ser cumplidas, y que, si llegaron a promulgarse, fue porque a los trabajadores (en este caso los futbolistas), les costó una dura lucha ser finalmente escuchados.
El pueblo, la gente, jamás ha conseguido nada gratis, muchachos. Eso todos debieran tenerlo más que claro, porque la historia nuestra y la de todos está llena de ejemplos.
Afortunadamente para un Colo Colo que ya no resiste más quiebres, a las palabras de Quinteros tras el empate albo frente a Everton, en el Sausalito, se sumó la intervención del Club Social y Deportivo -el verdadero dueño de la institución-, el que, a través de su presidente, Edmundo Valladares, golpeó la mesa para que Blanco y Negro revirtiera la decisión adoptada en contra de Matías Zaldivia.
La regencia alba, viendo el revuelo y el repudio que había provocado su desconsiderada forma de actuar, decidió revisarla y dejarla sin efecto. En buena hora.
El hecho es que, miradas las cosas fríamente, a lo mejor no es tan trágico el que Colo Colo pueda irse eventualmente a “los potreros”. Más allá de reaccionar como un “Tano” Pasman cualquiera, y con toda razón, el hincha albo bien podría pensar que la desaparición del yugo de Blanco y Negro bien vale una caída a la Primera B.
Después de todo, clubes grandes del mundo han pasado por esa instancia, como Juventus, Milan, Manchester United o el propio River Plate, entre varios otros. ¿Por qué no podría descender Colo Colo, con un fútbol que cada vez es más mediocre en un medio mediocre? Por lo demás, volviendo esas instituciones a la división mayor, confirmaron su condición de grandes, porque sólo los grandes tras caer pueden volver a levantarse.
¿Qué yéndose Colo Colo a los potreros Blanco y Negro igual intentaría hacer respetar el contrato de Concesión que los amarra hasta el 2035? Todo es posible. El dictador patán y mano larga también pretendió hacerse el vivo con los resultados del Plebiscito de 1988 y burlarse una vez más de la voluntad popular, pero no pudo porque hasta entre sus mismos amigotes primó el criterio.
De partida, quiero ver a estos señores de Blanco y Negro si Colo Colo sigue dando pena en la cancha, ahora con público en las tribunas. Por el Monumental mejor ni se aparezcan, porque ya habrá pasado Halloween y no habrá disfraz que los proteja.
Hoy en día, ni vestidos de carabineros podrían pasar colados, como se estilaba antes, cuando un árbitro, luego de un arbitraje estimado lesivo por la muchachada, se vestía de verde y abandonaba el estadio subrepticiamente arriba de una “Juanita”, para no ser comido vivo.
Con la realidad actual de la policía uniformada, la situación hoy sería al revés: a muchos carabineros les encantaría poder disfrazarse de árbitros.