Sepa cómo Steven Spielberg se enamoró del cine
De eso trata “Los Fabelman”, la nueva cinta íntima del realizador estadounidense.
Por ANDRÉS ALBURQUERQUE / Foto: UNIVERSAL STUDIOS
Steven Spielberg tiene fanáticos incondicionales desde que se estrenó “Tiburón”, en 1975, su primer éxito que se convirtió en uno de los títulos más taquilleros de la historia e instauró el modelo moderno de superproducción, con gran mercadotecnia y efectos especiales. Desde ahí no pararía más, y la lista de grandes películas, tampoco.
A su haber es imposible no mencionar “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, la saga completa de “Indiana Jones”, “ET”, “El Color Púrpura”, “El Imperio del Sol”, “Jurassic Park”, “La Lista de Schindler”, “Rescatando al Soldado Ryan”, “Inteligencia Artificial”, “Atrápame Si Puedes” y “West Side Story”, entre muchas otras. Eso, sin contar sus aportes como productor (por ejemplo, de “Poltergeist”, “Los Transformers”, “Casper”, “Hombres de Negro”, “Impacto Profundo” y “Volver al Futuro”).
No ha sido un tipo precisamente tímido a la hora de emprender aventuras ni de incluir elementos de su historia familiar en sus películas. Ha hablado en entrevistas sobre cómo las historias de su padre sobre la Segunda Guerra Mundial dieron forma a “1941” (su única película abiertamente cómica y que fue un fracaso de taquilla) y “Rescatando al Soldado Ryan”, o cómo “ET” y “Encuentros Cercanos” surgieron a partir del dolor que le provocó el divorcio de sus padres.
Ahora, a los 75 años (cumple 76 en diciembre), Spielberg pone ese divorcio en primer plano en su más reciente filme, “Los Fabelman” (“The Fabelmans”), que viene cargado también de muchos otros detalles de su infancia y adolescencia. Es su cuarta colaboración con el dramaturgo y guionista Tony Kushner y, por primera vez ambos comparten el crédito de escritor.
La crítica dice que la película es divertida, melancólica y, en conjunto, maravillosa. Y si el retrato de un joven prodigio del cine roza la autocomplacencia, se puede perdonar fácilmente, teniendo en cuenta en quién se ha convertido ese prodigio. En la cinta, su nombre es Sammy Fabelman, y lo conocemos por primera vez como un niño en la Nueva Jersey de los años 50.
Desde el momento en que sus padres le llevan a ver “El Mayor Espectáculo del Mundo”, de Cecil B. DeMille, queda enganchado y sabe que ha encontrado la vocación de su vida.
A Sammy le encanta hacer películas, en parte, porque le da la ilusión de control. Al rodar con una cámara de 8 milímetros y cortar las escenas a mano, descubre que puede someter la realidad a su voluntad e incluso superar sus miedos e inseguridades. Parece una confesión muy honesta por parte de Spielberg, a quien se le ha criticado a menudo por ser demasiado manipulador, por entregarse al sentimentalismo fácil (como en las escenas finales de “Rescatando al Soldado Ryan” y “La Lista de Schindler”) y por evitar las preguntas más difíciles.
Lo que hace de “Los Fabelman” una historia conmovedora es que Sammy sabe que el cine es algo más que una simple fantasía. Con el tiempo, aprende que una cámara puede ver cosas que el ojo humano no ve, que puede sacar a la luz secretos dolorosos y a la vez alucinantes. Como la vida misma.