Rodeo: ¿Partió la rebelión de los novillos?

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 20 de septiembre de 2019 - 11:47 pm

En un acto tan criticable como incomprensible, un torito decidió no ser parte de la “tradición”, de la “fiesta huasa”, de una muestra más de nuestro acendrada “chilenidad” y, sin más ni más, abandonó de un salto la medialuna de Huasco, dejando diez personas heridas, entre ellas siete niños. Los huasos brutos y ricos que practican la bárbara actividad se muestran estupefactos y además indignados: en una semana terroristas animalistas les quemaron tres medialunas.

“A mí me carga el fútbol, pero jamás se me pasaría por la cabeza ir a quemar el Estadio Nacional”, señaló indignado un empingorotado latifundista, disfrazado de huaso igualito a como se disfrazaban “Los Quincheros” cuando, sobre un elegante escenario, encarnaban lo más puro y genuino del alma nacional, interpretando esas verdaderas obras maestras de la música frente a un público refinado y de buen gusto que, cual chanchito en el barro, disfrutaba a mares con “El patito”.

El tipo, de espuelas, manta y sombrero, como corresponde a un verdadero caballero de nuestros campos, tenía razones de sobra para estar molesto. En cosa de días, terroristas animalistas habían cometido la inaudita insolencia de prenderle fuego a las medialunas de Curacaví, Paredones y La Ligua, dejando sin disfrutar de la “fiesta huasa” a miles y miles de fieles seguidores de ese “deporte” paradigma de la chilenidad denominado “rodeo”.

Deporte que, digámoslo de paso, mucho de emocionante no tiene. De variedad, de imprevistos, mucho menos. Todo lo contrario: debe ser de lo más monotemático y sin gracia del mundo. Echan a correr una vaca para que dos huasos brutos, también disfrazados con los atuendos del caso, en el tramo de unos pocos metros le echen encima al pobre y asustado animal dos caballos para que lo aprieten como a cualquier pasajero del Metro en hora punta.

Pero como en este mundo debe haber gusto para todo, porque de lo contrario no habría carreras de caballos ni se venderían las telas, como apuntaba un sabio amigo mío, en las tribunas otros huasos igualmente brutos, aunque nunca tan elegantes como los “deportistas”, aplauden y deliran que es un gusto. Y son capaces de llegar hasta el paroxismo si la pobre vaca cae como producto del “sandwich” de que fue objeto y luego no es capaz de pararse por sus propios medios.

Me imagino que ver que otros huasos, tan brutos como los anteriores, aunque estos más picantes todavía que los “deportistas” y que muchos de aquellos que pueblan las tribunas, apelen a todo tipo de argucias para levantarlo, como picanas eléctricas, por ejemplo, equivale a un penal en el fútbol, o a un “tie break” en el tenis. Porque en lugar de compadecerse, de sentir cierta empatía por ese cuadrúpedo que alguna vez fue un tierno e indefenso ternero, la chusma se alborota y grita para que lo saquen cuanto antes, de modo que la fiesta huasa y chilena no se detenga.

En su derecho por lo demás están. Por algo pagaron una entrada, nada de barata. Y no tienen paciencia para esperar ver el próximo animal que será protagonista de la misma y repetida jugada, que dejará en claro, una vez más, el talento y virtuosismo de nuestro hombre de campo para detener el desesperado e inútil escape que intentará esta nueva vaca justito en el punto que los reglamentos del deporte indican.

¡Tres puntos buenos…!, gritará entonces un zopenco por los parlantes, mientras el par de huasos de utilería saludan a su barra y esta, exultante, los vitorea con parecido fervor del que han sido objeto los grandes goleadores del fútbol mundial. Para estos huasos ociosos, ¿será una buena atajada lo más parecido al orgasmo que, en lenguaje figurado, por cierto, decía sentir Iván Zamorano cada vez que lograba vulnerar la portería rival?

Es probable. La que no debe sentir ningún orgasmo es la recién aplastada vaca, que se retira a sus cuarteles de invierno más vapuleada, magullada y golpeada que cualquier boxeador de esos denominados “paquetes”.

Algo está cambiando, en todo caso. Y no me refiero a esos animalistas terroristas que, bidón de combustible en mano, hicieron pasar tres medialunas a mejor vida, aburridos de protestar como la gente decente, con lienzos y pancartas contra lo que ellos estiman una brutalidad que no va de acuerdo con los tiempos. Porque nunca sacaron nada, como no fuera una pateadura propinada con el mayor de los entusiasmos por parte de los “deportistas”, público y organizadores.

Amen, por cierto, de pasarse algunas horas a buen recaudo en algún retén o comisaría, por jugosos, rosqueros y estar por entero desprovistos de esa cacareada “chilenidad” que tanto nos embarga en Fiestas Patrias.

Tal parece que los animales mismos, protagonistas obligados de una fiesta en la que seguramente nunca han querido estar presentes, se están aburriendo de tanto abuso y de tanta injusticia.

Así como las féminas de este país, y de todo el mundo, a decir verdad, parecen haberse choreado de un machismo tan abusivo como aplastante; así como hasta los cabros chicos avispados de hoy tienen clarito que los padres deben cumplir son su deber de educarlos, pero nunca de utilizarlos como vulgares “puchingball”; así como a los trabajadores -por muy asopados que sean- les está haciendo cada vez más sentido el trabajar no más que 40 horas a la semana de acuerdo a los sueldos miserables que reciben, así también los vacunos del rodeo parecen haberse choreado de tanta “tradición patriótica”, por centenaria que esta sea.

Se me ocurre que, el pasado jueves 19 de septiembre, en la rasqueli medialuna de Huasco, comenzó la rebelión de los novillos, luego que uno de estos, evidenciando un nulo interés por ser partícipe de tanta chilenidad y tanta tradición, decidiera abandonar el escenario y, cual caballo “Huaso”, pero sin Larraguibel encima, saltara olímpicamente la empalizada apretando cachete, sabedor de que novillo que huye puede no ser considerado para la siguiente fiesta huasa.

Por penca. Por cobarde. Por arrugador. Por lo que sea.

El tema es que el juvenil torito decidió sin más restarse. No prestarse para la entretención de tipos que, en una de esas, hasta tienen menos cerebro que él. Simplemente pegó el salto y se fue, dejando tras su caída a diez partícipes de la fiesta heridos, entre ellos siete cabros chicos que, habilosos más que sus padres, como es habitualmente la norma, tendrán que preguntarse más adelante el por qué el pobre bruto no mostró ni la más mínima disposición para ser dejado como bolsa tras el apriete de huasos y caballos.

Creo que es hora de preguntarse si vale la pena seguir con esta tradición tan absurda como bárbara. Tradición que, por lo demás, día a día cuenta con más opositores. Después de todo, cunden los movimientos animalistas y ya no constituye ser etiquetado como bicho raro el declararse vegano o vegetariano.

Por lo demás, no son pocas las tradiciones que afortunadamente han muerto o, por prohibidas, son ahora actividades clandestinas y, por lo mismo, ilegales. Como las peleas de gallos y de perros, que en su momento también fueron parte de nuestra acendrada “chilenidad”.

Si hasta en España, con una cultura mucho mayor que la nuestra, con cientos de años más que nosotros, el toreo está en entredicho, al punto que 80 municipios ya lo prohibieron y es también ilegal en provincias como Asturias, Andalucía, Canarias y Cataluña.

Es hora de decir, además, que el bárbaro rodeo es una actividad absolutamente clasista. Para que la practiquen únicamente los huasos ricos, patrones de fundo con capacidad económica suficiente para adquirir los atuendos del disfraz y comprarse los caballos especialistas en apretar vacas, denominados “corraleros”.

Ningún peón patipelado podrá darse jamás ese gustito. Nunca va a llegar al “Champion”, título que por lo demás refleja a las claras el profundo patriotismo y nacionalismo de nuestros huasos ricos.

¿No era mejor decir simplemente “Campeonato”, huasos yanaconas, además de brutos?