Réquiem para el boxeo olímpico

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 28 de julio de 2016 - 2:12 pm

En los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro podrán participar por primera vez en la historia púgiles profesionales. La guinda de la torta de las muchas aberraciones que ha cometido el taiwanés Wu Ching-Kuo desde que, en 2006, asumió la conducción de la AIBA. Comenzó hiriendo de muerte al boxeo aficionado para ahora darle la extremaunción.

Cuando en el Congreso del 17 de noviembre de 2006 realizado en República Dominicana los delegados eligieron al taiwanés Wu Ching-Kuo como nuevo presidente de la Asociación Internacional de Boxeo Aficionado (AIBA), en reemplazo del pakistaní Anwar Chowdhry, timonel desde 1986, nadie pudo prever que el organismo iba a iniciar, a partir de la nueva administración, un cambio que terminaría hiriendo de muerte al pugilismo aficionado, definido también como “boxeo olímpico”.

Mucho menos que, con el correr de unos pocos años, decidiera darle la extremaunción.

Si a comienzos de 2013 el taiwanés influyó sobre su directorio y el dócil consejo mundial de delegados de AIBA para introducir una serie de cambios que resultaron absolutamente aberrantes, con miras a los Juegos Olímpicos de agosto en Río de Janeiro el chino Wu Ching-Kuo le puso la guinda a la torta al proponer –y obviamente conseguir- que en la competencia pugilística puedan participar boxeadores profesionales.

Un completo absurdo, un total atentado. Años de lucha por proteger la integridad física y la salud de los peleadores aficionados han sido lanzados por la borda bajo la administración de Wu. Hoy, no sólo se ha despojado a los pugilistas de la protección que tanta lucha y años costó conseguir, sino que se les ha quitado, además, la ilusión de competir en los Juegos Olímpicos y de alcanzar una medalla consagratoria.

¿Qué mueve a Wu Ching-Kuo? ¿Cuáles sus objetivos? La respuesta es una sola: movido por la codicia, a estas alturas toda una pandemia, ha traicionado la disciplina que se suponía debía proteger y hacer progresar para transformarla, más que en un deporte, en una actividad mercantilista que le dispute en lo posible de igual a igual al boxeo profesional la danza millonaria en dólares que lo envuelve.

A la creación de la World Series Boxing (WSB) y la Aiba Profesional Boxing (APB), que permitían que los boxeadores aficionados combatieran en forma remunerada sin perder su opción de participar en los JJ.OO., se sumó luego la eliminación del término “amateur” o “aficionado” de la sigla AIBA. No sólo eso: al mejor estilo de los emperadores romanos, le bajó el pulgar al sistema de puntuación, a la edad tope para combatir y, lo que fue aún más grave, al cabezal protector.

Desde 2011, existe bajo la égida de la AIBA la competencia anual que reúne a 16 equipos de diferentes países bajo la denominación de World Series Boxing (WSB), que se enfrentan en un sistema parecido al de la tenística Copa Davis. Se combate en cinco categorías en peleas de cinco asaltos y es ganador aquel equipo que suma tres victorias como mínimo. Para una fase de semifinales, clasifican ocho equipos, los que se agrupan en dos grupos de cuatro equipos cada uno. Los mejores de cada serie van por el título mundial.

Los boxeadores combaten sin camiseta y sin cabezal. ¿Cuál fue la ganancia de la AIBA? Cada equipo participante debe pagar una franquicia de 50 mil dólares, a lo que hay que sumar los correspondientes “sponsors” y los derechos de transmisión televisiva. Y ambos alcanzan cifras más que respetables.

Para llegar a vender tal producto, el astuto Wu Ching-Kuo impuso una serie de cambios que, según su criterio, lo harían mucho más atractivo: cambió el sistema de puntuación utilizado a partir del término de los Juegos Olímpicos de 1988, en Seúl; eliminó el cabezal protector impuesto a partir del Mundial y los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 y, no contento con eso, decidió que el tope de edad para combatir ya no serían los 35 años, sino que los 40.

Ninguna de esas medidas de protección adoptadas por anteriores directorios de AIBA habían sido gratuitas.
La máquina de puntuación el organismo la introdujo luego que, en los Juegos de Seúl, el mediano estadounidense Roy Jones Jr había sido despojado de una victoria clara y contundente frente al peleador local Park Si-Hun.

Increíblemente, tres de los cinco jueces vieron ganador al coreano. A partir de ese momento, los jueces comenzaron a utilizar una cajita provista de un botón azul y otro rojo (los colores de cada rincón) y, cuando creían ver un golpe, apretaban el botón correspondiente, quedando el impacto registrado en el computador si al menos tres de los jueces lo contabilizaban. A partir de ese momento, la violencia del golpe perdió relevancia. Bastaba con puntuar, llegando al adversario. En otras palabras, el boxeo aficionado, o boxeo olímpico, derivó en la práctica en un combate de esgrima. Dicho de otra forma más clara aún: en un confronte de habilidad e inteligencia más que de brutalidad y de fuerza.

Wu eliminó la maquinita de una plumada. Ahora cinco jueces votan con el mismo sistema de los profesionales, es decir dándole 10 puntos al ganador y 9 al perdedor de cada asalto o 10-8, 10-7 e incluso 10-6 si la superioridad es aún más amplia. Está prohibido, al igual que en el profesionalismo, dar empate. De los cinco jueces, una máquina computadora elige al azar el final de la pelea la votación de tres de ellos. Lo paradojal es que, cuando en el profesionalismo existe una superioridad tan evidente de un púgil sobre otro, el árbitro suele detener el combate decretando nocaut técnico. En el boxeo olímpico ya no. Según el discutible criterio del taiwanés, la paliza inclemente es un elemento más para el interés y el morbo.

El cabezal protector fue la respuesta de AIBA a la trascendental medida que, tras la muerte del surcoreano Deuk-Koo Kim, el 13 de noviembre de 1982, adoptaron las dos entidades regentes del boxeo profesional de ese entonces: el Consejo Mundial de Boxeo y la Asociación mundial de Boxeo. El oriental, retador a la corona del mundo en poder de Ray “Boom Boom” Mancini, cayó en el round 14 fulminado sobre el ring del Caesars Palace, de Las Vegas, producto más del agotamiento que de los golpes recibidos. Si a esas alturas el boxeo profesional registraba más de 600 muertes, esta vez la trágica escena la habían presenciado miles en directo y millones a través de la televisión.

Consecuencia: tanto la AMB como el CMB determinaron, a partir de ese momento, que los combates por títulos mundiales ya no serían más a 15 asaltos, sino a 12.

Si el boxeo profesional acortaba sus combates más estelares, la AIBA fue aún más radical: obligó al uso del cabezal protector para el Mundial y los Juegos Olímpicos de 1984. Desde entonces, el pugilismo aficionado vio desaparecer por completo los cortes de cejas y pómulos y, lo que es más importante, el nocaut, que implica muerte de neuronas. Siguió habiendo, por cierto, combates de definición rápida, sólo que estos lo fueron en más del 90 por ciento de los casos por RSCH (árbitro detiene el combate por golpe a la cabeza), o por RSC, cuando un árbitro estimaba manifiesta la superioridad de un púgil sobre el otro.

Para eliminar de raíz este radical cambio, la AIBA de Wu echó mano a supuestos estudios de su propia comisión médica que, tras estudiar 2.000 combates, llegó a la “científica” conclusión de que los boxeadores sufrían más traumatismos utilizando el cabezal protector. El que el nocaut desapareciera en miles de peleas durante un cuarto de siglo, al parecer, para estos señores no tuvo ninguna validez.

El aumentar la edad permitida para combatir, sin embargo, fue la que más revuelo produjo. Ricardo Araneda, representante del boxeo chileno en los Juegos de 1992 en Barcelona y en los de 1996, en Atlanta, cuando se enteró de esta nueva norma comentó: “¿En qué cantina habrán decidido estos cambios los viejos de la AIBA? Después de una extensa carrera como aficionado hice una breve campaña como profesional entre 2004 y 2005. En ese lapso hice cinco peleas y las gané todas, entre ellas una a Carlos Cruzat, en Valdivia, pero yo sentía que ya no tenía ni la misma fuerza ni la misma velocidad. Mucho menos los reflejos de antes. Y por más que entrenaba tampoco podía alcanzar el estado físico de mis mejores momentos. Estaba en los 35, es decir, que según estos señores de la AIBA a mí me quedaba cuerda para cinco años más. ¡Están locos…!”.

Iván Corral, hoy uno de los mejores entrenadores del medio, representante chileno en cuanta competencia internacional hubo durante la década de los 70, dijo por su parte que “eliminar el cabezal fue un tremendo atentado. De haber existido en mi época no habría sufrido la lesión terrible que experimenté durante un Nacional que se llevó a cabo en el mineral El Teniente, en 1969. Un muchacho de Arica, de apellido Morales, me reventó el labio superior y me soltó varios dientes. Tuvieron que ponerme 35 puntos y estuve meses sin combatir. Y sobre el aumento de le edad reglamentaria, qué decir… Otra aberración. Uno ya veterano ve venir el golpe, pero ya no tiene reflejos para esquivarlo”.

Pero la nefasta aplanadora de Wu siempre ha podido más. Con la complicidad de los miembros de la AIBA y la absoluta indiferencia del Comité Olímpico, presidido por el belga Jacques Rogge, la asamblea de la AIBA llevada a cabo el miércoles 1 de junio en Lausana, Suiza, votó por 84 votos a favor y 4 abstenciones, a favor de la inclusión de los boxeadores profesionales en los próximos Juegos de Río.

El boxeo olímpico, tal como lo conocimos, ha muerto. Un respetuoso réquiem por él…