Reportaje: Ucrania, la OTAN y un golpe de Estado no muy discreto
La expansión colosal de la OTAN hacia las fronteras rusas, se planeó y llevó adelante de una manera tan grosera como cínica. La movida fue acompañada de la nazificación y militarización de Ucrania. Y de ataques brutales a la minoría rusa. Para completar la tripleta, vino un golpe de Estado contra su gobierno constitucional. Y nadie protestó.
Por LUCHO ABARCA, desde Australia / Fotos: ARCHIVO
En su célebre “Discurso de Munich”, leyendo de un texto preparado, pero también improvisando, Vladimir Putin expresó públicamente la alarma e indignación, de su gobierno y de su país, por el avance de la OTAN en dirección hacia el este, hacia las fronteras rusas.
Ante líderes políticos, jefes militares, empresarios y expertos de 40 países, Putin denunció las mentiras y promesas rotas que Occidente les había dado a tres gobiernos: los de Gorbachov, Yeltsin y el suyo. En su discurso, calificado de electrizante por periodistas que cubrían la conferencia, Putin no sólo se refirió a la usurpación de Europa por la OTAN, sino que a muchos otros temas.
Putin dijo que iba a hablar sin rodeos; no iba a usar cortesías gratas, pero vacías. Afirmó que la seguridad internacional implicaba mucho más que la estabilidad militar y política. Que también involucraba la seguridad de la economía mundial, la superación de la pobreza y el desarrollo de un diálogo entre civilizaciones, que el carácter universal e indivisible de la seguridad era expresado por el principio básico que seguridad para uno era seguridad para todos.
Y agregó que el fin de la Guerra Fría había sido mal interpretado por EEUU, que creyó que iba a ser la única superpotencia, en una posición de poder absoluto. “Pero –dijo Putín– este concepto de un mundo unipolar que nos proponen, a pesar de los intentos de embellecerlo, no significa otra cosa que un solo centro de autoridad, y un solo centro de toma de decisiones. Un mundo en el que existe un amo. Esto es inaceptable y pernicioso, porque no sólo destruye a los que tienen que sufrirlo, sino que también se destruye a sí mismo”.
“¿Y esto nos ha traído más seguridad?” –preguntó Putín– Y nombró las guerras-de-nunca-acabar de EEUU en el Medio Oriente: “En Irak, Afganistán, Siria. Las guerras de secesión en los Balcanes y el eterno problema palestino. Y el despertar de un terrorismo internacional islámico, que ha golpeado por igual a EEUU, Europa y a Rusia”.
A pocos metros del proscenio, en la primera fila del auditorium, se encontraban quienes encabezaban la delegación estadounidense: el secretario de Defensa, Robert Gates, y el senador John McCain. Gates escuchó a Putin con seriedad. Pero McCain no podía ocultar su molestia. Durante todo el rato, mantuvo una expresión desafiante. Y más tarde, vino la insolencia: “¿Respeto por Rusia? ¿Rusia, una gran nación?… ¡Rusia es España con una bomba bencinera!”.
Hablando en la TV norteamericana, Larry Johnson ex oficial de la CIA, dijo que “el problema radica en que, entre muchos ‘expertos’ de las cancillerias en Washington, Londres y Berlín, aún existe la errada idea que Rusia es una economía al borde del desastre, manejada por un grupo de comunistas borrachos, corruptos y autócratas; y que esa economía está colgando de un hilito, y bastaría un pequeño empujón para mandarla abajo. ¡Y nada podría ser más falso!”.
El reto de Putín a EEUU cautivó a los periodistas. Y en diciembre, 10 meses después, la revista Time lo nombró “Personaje del Año”, con su rostro en portada y el artículo central. Con seguridad, Putin dialogó con los periodistas, sin cortapisas. Reiteró su rechazo a la hegemonía de EEUU, se refirió al tema de las armas nucleares, a la corrupción en Rusia. Y Occidente comenzó a tomar nota de Putin.
En 1996, Clinton decidió darle luz verde al proyecto de avanzar la OTAN y sus bases militares hacia el Este. En 1999 entraron Hungría, la República Checa, Polonia; y en 2004, tres países que habían sido parte de la URSS: Estonia, Latvia y Lituania, además de Eslovaquia, Bulgaria, Rumania y Eslovenia. En años posteriores al discurso de Putin, ingresarían a la OTAN, creando un verdadero cerco alrededor de Rusia, Macedonia del Norte, Croacia, Albania y Montenegro. La advertencia de Putín había caído en oídos sordos. Y EEUU se sentía omnipotente e irrebatible.
De todos los territorios que habían sido parte de la URSS, y donde Rusia se sentía más vulnerable era Ucrania, encajada en su vientre, y país con el cual los rusos compartían una historia común y límites de 2.300 kilómetros de extensión, terrestres y marítimos.
La palabra Ucrania proviene de “Krajina”, palabra del antiguo idioma slavic: se pronuncia “kraína” y significa “la frontera”. Putin ha dicho, apoyado en datos históricos que Ucrania jamás fue una nación. En la Edad Media vivían allí tribus eslavas. Entre los siglos IX y XII, Kiev, es decir, durante 300 años, la capital de Ucrania de hoy, fue la capital imperial de Rusia. Después, durante 800 años, esas tierras fueron conquistadas y divididas por jefes cosacos, mongoles, polacos, los zares rusos, tártaros, la Comunidad Polaca-Lituana, el Imperio Austro Húngaro y el Imperio Otomano. Siempre como “La Frontera”.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la actual Ucrania era parte de cuatro países: la Union Soviética, Polonia, Checoslovaquia y Rumania. Ucrania no existía. Había sido reconocida tras el triunfo bolchevique, en 1922. Y no sólo obtuvo reconocimiento sobre tierras disputadas, sino que se le cedió territorios que habían sido rusos durante siglos. Los anticomunistas eran fuertes en Ucrania. Entonces Lenin cedió a Ucrania ciudades como Odesa y Kharkov, y regiones alrededor del Mar Negro, que eran rusas y sólidamente revolucionarias.
Lenin quería equilibrar fuerzas y reforzar la revolución añadiendo a Ucrania zonas bolcheviques; en obras de Dostoyevski, Turgueniev, Chejov, Tolstoi y otros clásicos de la literatura, se puede ver como esas regiones y ciudades eran, desde una eternidad, parte de Rusia. Putin ha dicho que fue un error histórico imperdonable de Lenin.
Situación distinta era Crimea, donde, de 1853 a 1856, se desarrolló la cruenta guerra que enfrentó a la Rusia zarista contra el Imperio Otomano, Francia y el Reino Unido, y que terminó con un tratado. Tras la revolución, Crimea fue autónoma. En 1945, pasó a ser parte de Rusia. Pero en el año 1954, el lider soviético Nikita Khruchev, por motivos que se debaten hasta hoy, le cedió Crimea a Ucrania.
El problema era que en Crimea se encuentra Sebastopol, el puerto que sirve de base a la flota naval del Mar Negro, y que había sido fundada en 1783 por el príncipe Potemkin, militar y estadista ruso, el amante de Catalina, la Grande; y desde entonces, había servido de asiento de la base naval que le ha permitido al país, acceso al Mar Negro y Mar Mediterraneo; y la salida al Atlántico.
Ucrania es un país de 603.700 kilómetros cuadrados, el más extenso de Europa, después de Rusia. En 2022, sus habitantes llegaban a los 42 millones. Al igual que en todas las ex repúblicas soviéticas, había en Ucrania una gran cantidad de ciudadanos rusos y descendientes de rusos; también, familias mixtas. Las estadísticas señalan que un 18% de los que vivían en Ucrania son rusos; en su mayoría, en el sur y en el este. Es decir, en Ucrania vivían 9 millones de personas que hablaban el idioma ruso. Y esa es una de las causas primordiales del conflicto, pero que rara vez se menciona.
Además, los rusos se acordaban muy bien que cuando la Alemania nazi invadió la URSS, en 1941, ucranianos del oeste los habían recibido con ramos de flores. Las películas documentales de tal acción son miradas por los rusos, hasta hoy, con enorme repugnancia. Y había otro hecho aún más inquietante: en la Ucrania de nuestros días había surgido un movimiento para reivindicar la figura de Stepan Bandera, anti-comunista ucraniano y colaborador nazi. En la Segunda Guerra, Bandera y sus seguidores masacraron a miles de civiles polacos y judíos. Y en Israel, está catalogado como un criminal de guerra.
Bandera nació en 1909, en una región del Imperio Austro Húngaro, entre Polonia y Ucrania. Fue acusado de terrorismo y condenado a muerte, en 1935, por el asesinato de un ministro polaco, pena que le fue conmutada a prisión perpetua. Pero cuando Alemania invadió Polonia, Bandera fue puesto en libertad. Y de inmediato se ofreció a los nazis, como colaborador, para socavar a la URSS.
El 23 de junio de 1941, un día después que la Alemania invadiera la URSS, Bandera envió una carta a Hitler, solicitándole que autorizara la creación de un estado ucraniano, prometiendo que tal estado iba a ayudar a Alemania: La carta terminaba con estas palabras: “Gloria al heroico ejército alemán y a su Führer, Adolf Hitler”.
Bandera propiciaba el antisemitismo, la xenofobia, un nacionalismo totalitario, violencia contra las minorías y todos los que se opusieran a sus postulados. Su odio a la URSS lo llevó a crear escuadrones y grupos de choque que llegaron a tener 7.000 miembros, que puso a disposición de los nazis. Organizaron pogroms contra los judíos de Polonia. Y eliminaron, protegidos por la Gestapo, a quienes resistían por las armas, participando en masacres de polacos y judíos.
Bandera creía que Hitler apoyaría un estado ucraniano fascista, que se uniría al “Eje” Alemania-Italia. Hitler ignoró la carta y la Gestapo le impidió trasladarse a Kiev, obligándolo a estar en Polonia. Más tarde, fue puesto bajo arresto domiciliario. Y luego, enviado a Berlín, donde lo pusieron en la cárcel, como “prisionero honorario”.
Después de la derrota de Stalingrado, los nazis lo liberaron, para que sus tropas ayudaran a resistir el avance soviético. Al fin de la guerra, Bandera se encontraba lejos de los rusos, en el frente occidental. Se ocultó. En Alemania Federal, contactó a los servicios de inteligencia de Inglaterra y colaboró en acciones anti-soviéticas. Creó el Bloque de Naciones Anticomunistas. En 1959, la KGB lo asesinó, en Munich.
En Ucrania, Bandera es hoy figura controversial. Repudiado en el este y sur, en el oeste es venerado. En el centenario de su nacimiento, se editaron estampillas con su efigie; en los estadios, sus partidarios desplegaban banderas con su imagen; el gobierno le otorgó el título póstumo de “Héroe de Ucrania”, lo que fue condenado en Europa. Y fuerzas paramilitares neo-nazis, de choque e inspiradas en Bandera, comenzaron a surgir en Kiev y Lvov.
Todo eso alarmaba a los 9 millones de rusos ucranianos, que vivían en el sur y este. La independencia le había traído serios problemas a Ucrania: crisis económicas, corrupción, luchas intestinas, golpes de estado, enfrentamientos callejeros; desde 1991, Ucrania ha tenido siete presidentes: Kravchuk, Kuchman, Yushenko, Yanukovych, Poroshenko y el actual, Volodomyr Zelenky.
Oligarcas ucranianos, hasta entonces desconocidos, de la noche a la mañana eran dueños de cuantiosas fortunas. El culto al neo-nazismo de Stepan Bandera crecía y había indicios que círculos gobernantes de EEUU y Europa, en la OTAN, se habían enbarcado en un plan para instigar, armar y movilizar Ucrania en contra de Rusia.
La elección de 2010 le devolvió la calma a Rusia. Viktor Yanukovych, del Partido de las Regiones, en su campaña prometió entendimiento con Rusia. El nuevo líder dijo que Ucrania iba a ser un país neutral, no alineado. Y firmó un convenio, que extendía el derecho de los rusos a utilizar Sebastopol, en Crimea, como base de su flota de guerra.
La decisión de Yanukovich destruía de una plumada años de trabajo del Departamento de Estado estadounidense, de agregar Ucrania a la OTAN, aumentar el cerco a Rusia, asfixiando su flota naval, dejándola sin salida hacia el Mediterraneo. Entonces, EEUU decidió poner fin al gobiero de Yanukovych. Clave en tal tarea fue Victoria Nuland, por 30 años ligada a gobiernos en Washington. Estudió Literatura Rusa, Historia y Política en la Brown University. Casada con Robert Kagan, ideólogo neo-conservador. Durante décadas, Victoria Nuland ha sido una feroz continuadora de la Guerra Fría.
En los gobiernos de Clinton, Bush, Obama y Biden, Nuland ha ejercido cargos de seguridad nacional y en las acciones más deplorables del intervencionismo de EEUU: las guerras de Iraq y de Afganistán. Fue asesora de Hillary Clinton y Dick Cheney. En el gobierno de Obama, fue experta en Armamentos. Y hoy es, en el gobierno de Joe Biden, subsecretaria de Estado en Asuntos Internacionales.
Cuando se trató de derribar el gobierno ucraniano, Nuland jugó un rol central. En 2013, Obama la había nombrado subsecretaria de Estado para asuntos Euro-Asiáticos. El complot contra el gobierno de Viktor Yanukovych fue organizado por EEUU y Nuland se ha vanagloriado de ello. Al comenzar las programadas manifestaciones en contra del gobierno, Nuland llamó públicamente a derribar a Yanukovych.
El Golpe de Estado fue financiado, él mismo lo reconoció, por Petro Poroshenko, billonario a quien llaman el Silvio Berlusconi de Ucrania. Dueño de cadenas de TV, astilleros, bancos y multiples empresas, Poroshenko fue a quien EEUU decidió instalar en el poder. Así, en junio del 2014, pocas semanas tras el golpe que derrocó a Yanukovich, Petro Poroshenko asumía la presidencia de Ucrania. La minoría rusa salió a las calles, a expresar su repudio. Temían que los neo-nazis iniciaran una dura campaña en su contra, ya que las regiones, donde ellos vivían, habían sido bastiones electorales del derribado presidente Viktor Yanukovych. El tiempo habría de darles la razón.
LUCHO ABARCA
Estudió en la Universidad de Chile. Ha ejercido el periodismo en Chile y Australia, desde fines de 1974. En 1972 escribió el libro “Viaje por la Juventud” para Quimantú. Otro libro suyo, “Historias del Blady Woggie”, fue editado por LOM, en 1991. Tiene en prensa otro libro: “20 Cuentos de Fútbol y un Autogol Desesperado“