¡Porca miseria!

Imagen del autor

Por Jorge Castillo Pizarro
Actualizado el 19 de noviembre de 2017 - 12:13 pm

Lejos de los lamentos de los comentaristas dados a refregar mitos para ganar audiencia fácil, la marginación de Italia es una de las más justas de las recién terminadas clasificatorias para Rusia 2018. Una siempre opaca Suecia dejó en el camino a una también grisácea Italia que no termina de adecuarse a un fútbol nuevo donde la velocidad, talento y ambición ofensiva es lo que está redituando premios.

«Al fútbol se juega como se vive», dijo alguna vez Xabier Azkargorta.

Dado que su labia solía envolver y anulaba la capacidad de respuesta, no recuerdo que en su momento haya habido reparos a esa afirmación. Cual más, cual menos, y solo situándonos en nuestro continente, Bigotón nos hizo evocar entonces la cadencia marinera de los peruanos, los pasos cumbiamberos de los colombianos, la cintura sambista de los brasileños y la potencia grandilocuente de los argentinos.

Por ahí se nos escaparon los uruguayos. Esos tipos tan amables y correctos en las calles de Montevideo y que se transforman en unos energúmenos en las gradas y en la cancha del Centenario, justificadores de cualquier artimaña o provocación para salir triunfantes.

Pero, bueno, si alguien pensó entonces que la Charrúa refutaba de plano el aserto del vasco, bien puede haber concluido que no era más que otro ejemplo de la excepción que justifica toda regla.

Días atrás recordé de nuevo a Azkargorta. Fue a propósito de la eliminación de Italia de Rusia 2018. Se le calificó como la peor sorpresa de las clasificatorias. No faltaron los que lamentaron profundamente la ausencia de un grande, recordando los cuatro títulos mundiales que atesora la Squadra Azzurra.

Mientras oía esos comentarios no pude dejar de pensar que el vasco se olvidó de los italianos cuando profirió esa frase para el bronce.

Será porque junto con el fútbol es el arte, en todas sus expresiones, parte de lo que más conmueve mi vida, que no puedo hallar nada más disociado que el Calcio y la grandeza artística italiana.

Para mí, muy lejano descendiente de sicilianos, desde niño Italia es sinónimo de grandes escritores, pintores, músicos y cineastas. Grandes de verdad. De lo mejor que ha dado la Humanidad.

Dejo atrás la magnificencia arquitectónica del Imperio Romano. Me centro únicamente en lo contemporáneo y recuerdo a los grandes artistas del siglo 20. Por ejemplo, a escritores notables como Alberto Moravia y Pier Paolo Pasolini.

Del primero -un genio descriptivo de la mente humana- tengo casi toda su obra desde que la descubrí en una librería de viejos en calle San Antonio en los turbulentos años 80. Del segundo no hace mucho estuve largos meses buscando su novela Teorema, leída cuando adolescente y perdida en aquellos préstamos sin retorno. No fue una libreria de San Diego la que me la devolvió sino que Internet. Pero Pasolini también evoca aquellas impresionantes películas Salo, o los 120 días de Sodoma, El Decamerón o El Evangelio según San Mateo. Un artista e intelectual completo, provocador e inquietante. Que pagó con su vida su constante confrontación con el poder corrupto que ya a mitad de los 70 asolaba a su país, y no solo desde la política.

Y si seguimos en el cine, qué decir de Fellini, Bertolucci, Visconti, Rossellini, Scola o De Sica. Incluso, si de creatividad se trata, cómo no recordar los spaghetti western de Sergio Leone o el cine erótico de Tinto Brass, que a los ensimismados adolescentes post golpe nos regaló aquellas musas despiadadamente perturbadoras como Laura Antonelli, Gloria Guida, Ornella Muti o Agostina Belli. No pudimos admirarlas en algún gran cine romano, pero su magia nos envolvió igual en marginales cines santiaguinos que hacían la vista gorda con los ávidos liceanos que financiaban su sobrevivencia.

Y si hay un pueblo amante de la música, ninguno como el italiano. Hasta hoy la Rai nos sigue regalando en el cable con festivales o conciertos donde figuras de antaño o actuales son fervorosamente aplaudidas por un público que sabe de música. Italia ha dejado caer sobre el resto del mundo un vendaval de compositores de canciones únicas e intérpretes genuinos, totalmente desinteresados de lucir su potencia vocal y sí minuciosos relatores de las historias que entonan.

Son tantos los nombres de cantantes que cada cual podrá recordar como escasos son los de algún futbolista talentoso en la selección italiana.

¿Gianni Rivera y Sandro Mazzola en los 70?, ¿Giancarlo Antognoni y Bruno Conti en los 80? ¿Roberto Biaggio y Alessandro del Piero en los 90? ¿Quiénes en la primera y segunda década de este siglo?

Cuesta hallar alguno en los últimos años. Más bien debemos conformarnos con un grande del arco como Buffon, férreos defensores como Cannavaro y Nesta en los primeros años de este siglo, o Chiellini, Bonucci o Barzagli, ahora último. Más arriba solo Pirlo y De Rossi, estrategas organizadores del centro de la cancha pero no deslumbrantes artistas del balón.

Todos ellos sinónimos de un fútbol que ha decaído sostenidamente. Con una liga que ya está por debajo de la española, alemana, inglesa o francesa. Con clubes como el Milán y el Inter que añoran tiempos idos y con la solitaria Juventus intentando todos los años mantener el prestigio perdido en la Champions League.

Y con una Squadra Azzurra que, tras el último título obtenido en el 2006 gracias a la provocación de Materazzi a Zidane, dio literalmente bote en el 2010 y 2014, quedando merecidamente eliminada en la fase de grupos.

Una selección que a veces ni siquiera puede golear a esos rivales cuasi amateur que la UEFA instala en las clasificatorias europeas. Y que en los mundiales ya es incapaz de batir con comodidad a rivales de medio pelo. Qué decir de alguna jugada que uno pueda apilar en la memoria por su belleza. Sólo táctica, disciplina y olfato de gol para anotar la única ocasión que suelen ser capaces de armar en los partidos.

Duele ser tan duro con una selección que siempre ha estado en las alturas. Pero la realidad es implacable. Italia nunca deslumbró a nadie, pero al menos se las arreglaba para llegar arriba.

Ahora, con un fútbol globalizado, con naciones cada vez más elocuentes en la integración
racial y, por ende, demostrativas de habilidad, talento e improvisación, la eficiente pero gris Italia tiene poco que hacer si no muta y trata de acercarse a la grandeza artística y al histrionismo y la pasión que siempre ha demostrado su pueblo.

¡Addio, Azzurra!