Por último, hay que morir con la de uno…

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Por Sergio Gilbert
Actualizado el 23 de julio de 2021 - 11:04 am

No se trabaja en la conversión, en el oportunismo, en la variabilidad de situaciones a resolver en el área. Mejor inventemos un “9 falso” u otra de esas tontas definiciones que hacen los entrenadores para explicar lo que no saben ni siquiera definir.

Por SERGIO GILBERT J.

La eliminación de Universidad Católica de la Copa Libertadores a manos de Palmeiras, -que deja al fútbol chileno sin representantes en la arena internacional para lo que queda del año- más que una vergüenza es una drástica constatación: el balompié nacional está por debajo de su promedio histórico en cuanto a competitividad y claramente en retroceso en los puestos de valoración nivel sudamericano.

Estamos en el grupo que está arriando al lote.

No deja de ser llamativo que justamente esto se produzca en el momento de declive de la mejor generación futbolística de la Selección que, en los últimos 13 años alcanzó los máximos competitivos (dos títulos de Copa América, un subcampeonato de Copa Confederaciones y dos octavos de final en mundiales adultos). 

La paradoja en sí es difícil de explicar, pero evidentemente es fácil sacar una conclusión: no hubo en todo este tiempo ninguna preocupación seria y profesional por aprovechar este estado de gracia para reconstituirlo y transformarlo en una base de sustentación permanente.

Es obvio que a esta alturas -cuando se está iniciando la reconstrucción sin pilares firmes- es bastante improductivo buscar culpables para echarlos en la hoguera. Lo que parece más cuerdo es tratar de minimizar las bajas e intentar construir algo que pueda, en un mediano o largo plazo, al menos generar las condiciones para replicar el nacimiento de una generación a la altura de la que vimos en estos años.

Contrariamente a lo que pueda pensarse, la primera base no debe ser económica (invertir más en el trabajo de las series menores es una exigencia lógica, de Perogrullo) sino que tendría que ser técnica.

Por años, el futbolista chileno ha sido creado sin mayor identidad técnica, física o de propuesta táctica-estratégica. Nunca ha existido, en verdad, una identidad que sea reconocible. Los trabajos técnicos de base, replicados después en los primeros equipos y a su vez, en las selecciones nacionales, permanentemente han sido émulos de modelos lejanos y hasta contradictorios con la naturaleza del deportista chileno. Intentando lograr una especie de autovaloración, los entrenadores nacionales, más que fortalecer las ventajas naturales, tratan de imponer modas ajenas las que, al no cristalizarse, terminan por desarticular y eliminar las pocas ventajas que podrían ser utilizadas.

Sí, hoy en el fútbol de base se buscan zagueros centrales altos porque el biotipo es lo que pareciera importar a la hora de construir defensas sólidas sin considerar que tan importante como eso es tener defensas que puedan jugar al pie para una salida limpia y rápida.

Se quieren laterales-volantes-extremos que las hagan todas por su surco, desechando la especialización de funciones.

No se trabaja en la conversión, en el oportunismo, en la variabilidad de situaciones a resolver en el área. Mejor inventemos un “9 falso” u otra de esas tontas definiciones que hacen los entrenadores para explicar lo que no saben ni siquiera definir.

Es hora de no hacer tanta copia mala y decadente y comenzar a trabajar de acuerdo a lo que somos.

Tal vez igual nos vaya mal, pero, al menos, no será tan decadente como pasa ahora cada vez que nos disfrazamos de “modernos”.