Paola Sotomayor-Botham: “El teatro pone sobre el escenario interpretaciones de la realidad política”

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Por El Ágora
Actualizado el 23 de enero de 2023 - 6:00 pm

“Para algunos, todo teatro es político, dado que el teatro es un arte colectivo en su creación y además requiere contacto directo con el público para su recepción”, señala la académica chilena del departamento de Actuación del Conservatorio Real de Birmingham.

Por CAMILA BARACAT / Foto: ARCHIVO

El Ágora se comunicó con Paola Sotomayor Botham, periodista y licenciada en Estética de la PUC, magíster en Teatro Británico y doctora en Filosofía (PhD, Conventry University), que actualmente es académica en el departamento de Actuación del Conservatorio Real de Birmingham (RBC), Birmingham City University, Reino Unido.

-¿Qué entiendes por “político” hoy, pos pandemia, pos estallido y pos fracaso constitucional?

Es una pregunta muy amplia. A mí la definición que más me gusta de la política es la que se centra en cómo la gente se organiza para vivir en comunidad. El teatro político, a mi entender, interviene en esa conversación, por eso yo lo defino como un teatro que se ocupa de problemas colectivos y que promueve, directa o indirectamente, cambios hacia una sociedad más justa. A nivel global, la pandemia constituyó una gran amenaza para el teatro, ya que suspendió el encuentro presencial de actores y público. Para muchos, la experiencia de estar como audiencia en una misma sala, concentrados todos y todas en una misma historia, es única y le da al teatro una potencialidad política que lo distingue de otras expresiones artísticas. Sin embargo, la pandemia también creó una oportunidad para que el teatro se renovara utilizando nuevas tecnologías comunicacionales. Aunque no es remotamente lo mismo conectarse a una producción por videollamada que ir al teatro, la experimentación con estas formas híbridas de contacto con el público ha tenido algunas consecuencias positivas para el teatro político, en términos de posibilidades de interacción, de acceso geográfico y de costo, lo que no es menor. Me preguntas también por el contexto nacional pos 18 de octubre 2019 y pos 4 de septiembre 2022. Creo que es temprano todavía para evaluar las repercusiones artísticas de estos eventos tan enormes (además yo no vivo en Chile, pero sí participé en el plebiscito desde afuera). Aun así, me atrevería a decir que el teatro tiene la capacidad de responder en forma relativamente inmediata a los acontecimientos políticos de un país, y la mejor respuesta es a mi juicio la de plantear más interrogantes. El teatro también es un arte que ilustra muy bien los fracasos; recordemos que la tragedia es uno de sus géneros fundacionales. No obstante, como decía Brecht, la tragedia tiende a dejar al espectador sin capacidad de actuar, mientras que el teatro político invita al público a reflexionar sobre la realidad e, idealmente, pensar en maneras de cambiarla.

-A partir de esta respuesta, quisiera saber ¿qué distinción tácita hay entre un teatro político y un teatro que no se presenta como tal, un teatro a secas?

Para algunos, todo teatro es político, dado que el teatro es un arte colectivo en su creación y además requiere contacto directo con el público para su recepción. Aunque esta es una idea interesante, al mismo tiempo invalida la definición específica de un teatro político: si todo el teatro es político, entonces el “teatro político” no existe como tal, lo cual hace desaparecer una tradición que sí tiene rasgos propios y ciertos géneros asociados, la sátira, por nombrar alguno. Otra característica de esta tradición, principalmente en la Europa moderna, es su identificación con ideas progresistas, tanto en la vertiente del teatro obrero que surgió tras la segunda revolución industrial como en la dramaturgia de figuras influyentes como George Bernard Shaw y el ya citado Bertolt Brecht. Por otro lado, el teatro que directa o indirectamente (a menudo de esta segunda manera) defiende el statu quo, se puede considerar como la antítesis de lo que llamamos teatro político. Pero también hay muchas obras de gran calidad que no se relacionan con ideas o asuntos políticos; aquellas que, por ejemplo, se centran en historias íntimas y pueden ser muy iluminadoras.

¿Qué rol político puede tener el teatro hoy, en tanto arte representacional, cuando la representación como tal está en entredicho, si no en franca crisis?

Quienes defienden el teatro pos dramático insisten en que los actores en escena deben ofrecer “presencia” en lugar de representación, y hay muchos experimentos interesantes en esa línea. Sin embargo, yo no descarto el poder que tiene la representación teatral como un ejercicio de imaginación y empatía, tanto para actores como espectadores. Es innegable que la vieja idea de ponerse en el lugar del otro todavía tiene mucha potencia política. Ahora, la crisis que tú mencionas incluye a la representación política misma. En ese sentido mi pensamiento también es un poco anticuado (!). Creo que el teatro político tiene la posibilidad de intervenir en la “esfera pública”, que el filósofo alemán Jürgen Habermas define como un espacio ideal de debate no influido por el Estado ni el mercado (sí, ya sé que es casi imposible que exista en forma pura, pero por eso se entiende como un ideal). El teatro pone sobre el escenario interpretaciones de la realidad política que le permiten al público considerar visiones alternativas y de esta manera cuestionar a sus representantes. Mirando la situación internacional uno podría decir que la democracia misma está en crisis y que la causa principal es la desinformación o la aceptación de ideas políticas simplistas. El buen teatro político contribuye a desenmascarar esas ideas.

También quiero preguntarte si acaso crees que la mayoría del arte en Chile, incluyendo el teatro, es político. ¿Y por qué, de ser así, el arte político parece ser el único que cuenta?

Como ya decía, a mí me interesa mucho el arte político, pero eso no significa que el arte que se ocupa de otras dimensiones de la experiencia humana no tenga igual valor. Por supuesto que el teatro político en Chile tiene una historia muy importante, especialmente en su resistencia contra la dictadura militar (y también antes; por ejemplo, en la dramaturgia de la generación del 50). Me imagino que el aniversario del Golpe este año va a generar muchas obras y performances de carácter político, tal como fue el caso en 2013. Hoy existe una nueva generación de dramaturgos, actores y directores, cuyo trabajo se ha desarrollado en paralelo con el surgimiento de los movimientos sociales contemporáneos y que es, por lo tanto, profundamente político, aunque también mira a la política con gran escepticismo. Mi colega chilena en el Reino Unido Camila González Ortiz, quien también es actriz, directora y traductora, ha hecho un análisis muy certero de esta generación, a quien les llama el teatro del “giro ciudadano”.

Por último, ¿qué piensas de la correlación política entre políticas culturales (es decir, subsidio, concursabilidad) y teatro? ¿Cómo funciona el teatro en Inglaterra en relación a Chile?

Desde mi experiencia en el Reino Unido, considero que una política de subsidio, como la que existe desde la pos guerra, es absolutamente necesaria para la salud del ecosistema teatral. George Devine, quien fue director del famoso teatro Royal Court de Londres en la segunda parte de los años cincuenta y principios de los sesenta, tiene una frase muy famosa: “El derecho a fracasar”. El derecho a fracasar de los artistas desaparece cuando el teatro depende en forma exclusiva de la venta de entradas, mientras que el subsidio les permite arriesgarse en sus propuestas. Con esto no quiero decir que el sistema británico sea perfecto, ya que también hay críticas fundadas. Por ejemplo, a la centralización de los fondos en la capital y a ciertas preferencias ideológicas (sin ir más lejos, el Royal Court recibió mucho más apoyo en el período de la pos guerra que la compañía Theatre Workshop en el lado este –más pobre– de Londres, que estaba a cargo de la revolucionaria directora Joan Littlewood). Los fondos concursables se usan bastante ahora y probablemente están sujetos a mayores distorsiones. En cualquier caso, a mi juicio, lo fundamental es que el Estado les dé soporte a las expresiones artísticas, que son un bien para la sociedad aun cuando a veces su “producto” es intangible. No conozco en detalle el sistema chileno actual de financiamiento a la cultura, pero me imagino que la subsistencia de quienes caminan sobre las tablas no es fácil, a pesar de la riqueza creativa que veo en el país.