[Opinión] Del sueño a la realidad: los millones de la Roja y las miserias del fútbol chileno
A dos semanas de la consagración de la Selección -como hija pródiga de una familia disfuncional-, David Pizarro graficó el doloroso sentimiento de una actividad depreciada: “Ganamos la Copa América, pero la casa está hecha mierda”.
Tras los fulgores y las burbujas de una celebración embriagadora de la Copa Centenario, la vuelta del fútbol chileno a la realidad doméstica de cada día fue tan dura como iniciar una mañana de invierno santiaguino a bordo del Transantiago. Se terminó el sueño de los campeones y mientras los jugadores emigraban a sus destinos paradisíacos de vacaciones, la actividad tuvo un choque traumático con sus carencias en un medio que adoptó a la Selección como el hijo predilecto de una familia numerosa y demandante.
En rigor, la Roja es el regalón, el niño mimado que retribuye con talento y éxitos los esfuerzos de sus padres y que -a cambio de esas alegrías que emocionan y enorgullecen a todos-, pide, exige, reclama y se queda con las mejores recompensas en detrimento de los demás. Las siempre cuestionadas voces de los dirigentes chilenos proclamaron a menudo en los consejos de Quilín la necesidad de “no convertir a la Selección en un equipo que monopoliza intereses, gastos e ingresos, y que a menudo compite deslealmente con el desarrollo de los clubes”.
De Francia ’98 en adelante, según el mismo análisis dirigencial, la Selección empezó a convertirse en un “gigante” de manejo complejo, con un crecimiento insospechado en resultados y en contratos comerciales, que casi 20 años después la convierten en una maquinaria millonaria que genera tanto por auspicios, como desembolsa por el concepto de “arreglos de premios” de los jugadores para disputar amistosos, clasificatorias, mundiales y copas América.
Un cálculo estimativo reciente de un consejero de Quilín consideraba que de los casi 32 millones de dólares correspondientes a Chile por la Copa Centenario, un 60 por ciento fue directo al pozo del plantel y cuerpo técnico. Sin embargo, más allá de la política económica que debiera aplicar la ANFP, parece un premio irreprochable para un bicampeón de registro histórico…
Como sea, el final de la fiesta decantó la resaca y el regreso a las penurias internas. “Ganamos la Copa América, pero la casa está hecha mierda”, filosofó desde su tribuna David Pizarro, quien conoce ambas caras de la medalla y hoy se queja por la falta de incentivos en el torneo y la depreciación de un fútbol chileno que ya internalizó su dependencia absoluta del CDF, un canal que no promueve el fútbol sino que sólo actúa como un emisor neutro por sus pantallas.
Viviendo de la plata dulce de la señal, los clubes no se afanan por un desarrollo real que les autonomice de esa cómoda subordinación y, definitivamente, a nadie le importa recuperar al hincha -cliente, en estos tiempos- porque es preferible un abonado a un aficionado más en el estadio.
Y ahora, en otra crisis cíclica, el Sifup retiene la “pelota” con la amenaza de un paro, si no se reestructura el sistema de torneos, y la casa de nuevo se revuelve agitada e incómoda, porque el niño-genio recién diplomado disfruta sus privilegios en la nieve mientras la extensa y disfuncional familia discute por el sustento cotidiano de sus componentes. Dos semanas después de la celebración de la Roja, el sueño ya se esfumó y otra vez asoman los fantasmas eternos…