[Opinión] Del azul victorioso al morado mortuorio

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Por Julio Salviat
Actualizado el 20 de diciembre de 2016 - 3:15 pm

Finalmente, Colo Colo le hizo el favor a la U: su victoria sobre Everton en la final de la Copa Chile les permitió a los azules ubicarse entre los cuatro clasificados para la Copa Sudamericana, el premio de consuelo al que aspiran los equipos que se despiden del título y sus cercanías.

No hubo muchas celebraciones en Azul Azul y tampoco en el Complejo Deportivo. Y menos todavía, en el cuerpo técnico. Para los dirigentes, no fue ninguna gracia; para los jugadores, ni fu ni fa: uno de ellos, Johnny Herrera, prefería quedar afuera con tal de que Colo Colo no se consagrara campeón.

Para el cuerpo técnico, esa regalada clasificación significó el inicio de un litigio: el contrato establecía que Víctor Castañeda y Luis Musrri seguirían al mando del equipo si clasificaban para algún torneo internacional, pero ambos fueron sacados del puesto antes del desenlace. Y lo que ahora se discute es si el regalo de Colo Colo sirve, o no, para efectos de la indemnización por término anticipado de contrato. Según los dueños del club, no clasificaron; según los técnicos, sí. Y ahí están…

Conflictos aparte, aunque fuera fortuitamente, la U está inscrita en la competencia internacional tal como lo ha hecho regularmente en la última década. El problema es qué va a hacer cuando enfrente a equipos de mediana capacidad, porque con los buenos parece no tener argumentos para ponerse a la altura.

Si no fue capaz de ganarle al equipo B de Audax Italiano ni de vencer a Huachipato en la instancia decisiva, ¿qué se puede esperar?

Refuerzos débiles

La generosa billetera sirvió de poco esta vez porque se eligió mal a la cabeza técnica. El equipo nunca dio el tono cuando estuvo a cargo de Sebastián Beccacece, y fue poquito lo que mejoró con la dupla esperanzadora.

Hoy se puede decir con certeza que no era asunto de entrenador exclusivamente. El equipo fue mal armado y los refuerzos no tuvieron la calidad de tales. Quince jugadores llegaron este año a la U, y muy poquitos justificaron su incorporación: el arquero Fernando de Paul, el volante Jonathan Zacaría y el delantero Nicolás Maturana.

Otros tres quedaron con escaso saldo a favor: Felipe Mora, Gastón Fernández y Franz Schulz.

El resto fue un desastre: Matías Rodrí- guez no se afirmó como lateral ni como volante, Gonzalo Jara fue la mayor decepción del torneo, Alejandro Contreras fue un poema a la imprecisión. Cristián Vilches fue un fantasma larguirucho y triste, Fabián Monzón insinuaba y no rendía, Jean Beausejour recién jugó a algo en los últimos tres partidos, Lorenzo Reyes olvidó todo lo que sabía antes de irse a España, Juan Leiva y Mario Briceño estaban muy verdes como para salvar al equipo.

A ese desastre hay que agregar que los que estaban tampoco hicieron mucho. Johnny Herrera jugó lesionado algunos partidos y no fue el murallón acostumbrado, Sebastián Martínez fue ocupado en distintas funciones y no pudo afirmarse en ninguna, Fabián Carmona reapareció después de lesionarse y se vio sin fútbol, Sebastián Ubilla recién apareció en el último partido después de su larguísima ausencia, Rodrigo Ureña jugó poco y nada. Los más jóvenes (Nelson Espinoza, Yerko Leiva y Bryan Taiva) tuvieron pocas oportunidades, Al final, el único confiable fue Gustavo Lorenzetti, aunque no siempre fue titular.

Los culpables

Hubo culpa de los entrenadores, seguramente, pero si los jugadores no alcanzan un buen nivel, ¿qué puede hacerse?

De cualquier manera, las responsabilidades son compartidas. Por lo general, los que pagan toda la cuenta son los entrenadores. Y esta vez no hubo excepción: fue despedido Beccacece el mismo día que se inauguraban las fondas y fueron destituidos Castañeda y Musrri apenas terminó el campeonato de Apertura.

Pero ahí siguen varios que se lavan las manos y ensucian las toallas. Y hay que partir por el presidente. Es innegable el amor que le tiene Carlos Heller a la U. Se desvive por su club y ha sido generoso con él. Pero no ha podido acertar con los refuerzos que contrata o que visa.

Ya vimos lo que ocurrió este año. En los anteriores fue igual de desastroso. Para el torneo de Apertura de 2014 contrató a nueve jugadores que le tincaban. Buenos nombres, como habían comprobado antes y confirmarían después, pero que con la camiseta azul se empequeñecieron.

Los recién llegados eran Benjamín Vidal, Cristián Suárez, Gonzalo Espinoza, Joao Ortiz, Cristián Cuevas, Sebastián Zúñiga, Ignacio Duma (que volvía de préstamo) y los uruguayos Mathias Corujo y Guzmán Pereira.

En su momento tampoco funcionaron Leandro Benegas, Rubén Farfán, César Cortés y Leonardo Valencia, que en otros clubes fueron buen aporte.

De Heller fue la idea de tener dos entrenadores y un ayudante. Y suya fue también la decisión de incorporar al preparador físico Luis María Bonini sin despedir al titular, en desesperado e inútil intento de socorrer a Beccacece.

¿Cirugía mayor?

También ha pasado piolita Diego Rivarola, el encargado de asesorar al directorio en la contratación de jugadores y en la relación con el plantel, otro enamorado de los colores azules.

Desde afuera no se divisa qué influencia ha tenido. Si “sopló” los refuerzos, no le achuntó. Si intervino en los conflictos de camarín, mucha unión no hubo.

Pero ahí está… Y tampoco se advierte qué influencia puede tener Patricio Mardones en el directorio de Azul Azul. El ex jugador, héroe en el título de 1994, tiene enorme experiencia y buena preparación. Sólo que no se sabe de sus obras dirigenciales…

Así como cambian a los entrenadores, habría que cambiarlos también a estos.

No es tan fácil, porque la decisión depende de ellos mismos. Pero si le preguntan a cualquier hincha azul, es seguro que manifestaría sus preferencias por Federico Valdés en la presidencia, Sergio Vargas en la asesoría y Alberto Quintano en el directorio.