Mis recuerdos de “El Chuleta”

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Por Julio Salviat
Actualizado el 25 de septiembre de 2022 - 3:20 pm

Andrés Prieto fue un personaje importante en mi infancia y un cercano en mi carrera periodística. Su muerte me estremeció, como a tantos, y le dedico los mejores momentos que dejó en mi memoria.

Por JULIO SALVIAT / Foto: REVISTA ESTADIO

Era un gran conversador, pero no le gustaban las entrevistas.

Me tenía gran estima, y tal vez por eso me concedió una en el hotel Gran Palace cuando él entrenaba a Cobreloa y estaba a punto de ascender a la primera división. Hablar con él sobre aspectos de su vida privada era imposible, pero bastaba mencionarle un jugador o una circunstancia futbolística para que se pusiera locuaz. En esas circunstancias lo tomaba a uno de un brazo, lo paseaba y junto con comentar lo que le parecía, preguntaba. Le interesaba saber lo que los demás pensaban.

Andrés Prieto, “El Chuleta”, fue un personaje importante para mí durante mi infancia. Uno de los primeros partidos que vi en mi vida fue el que Universidad Católica le ganó a Audax Italiano en el Estadio Nacional en 1949. Ganó la UC y quedó a las puertas de conseguir el título de ese año, el primero en la historia cruzada. Me llamaron la atención su pelo rubio, escaso entre los futbolistas chilenos cuando nadie se lo teñía, y su habilidad con el balón.

Andrés Prieto defendiendo a La Roja.

Le seguí toda su carrera con interés y simpatía. Lo vi por segunda vez en el debut de Chile en el Campeonato Panamericano de 1952. No sé si alguien se habrá alegrado tanto como yo: La Roja le metió 7-1 a Panamá y “El Chuleta” anotó tres goles. En los partidos siguientes ya no fui al estadio, pero los escuché por radio. Y supe que le hizo otros dos a Panamá (4-0) y uno a Perú (3-2). El goleador del torneo fue el peruano Valeriano López, con uno más.

Su carrera como seleccionado terminó en 1957, en el nefasto Campeonato Sudamericano de Lima. Integró uno de los planteles más indisciplinados en la historia del fútbol chileno y no se libró del castigo al que todos fueron sometidos, algunos con inhabilitación perpetua para vestir los colores nacionales. A él le llegó una de las sanciones más leves: dos meses de suspensión.

En el intertanto, defendió durante algunos meses de 1953 al Deportivo Vasco, en Venezuela, y de ahí saltó a España, al Español de Barcelona. Su debut fue deplorable. La prensa hispana fue hasta cruel con el recién llegado: “Pocas veces vimos a un jugador tan perdido en la cancha. Parecía un extraterrestre observando lo que ocurría”, se escribió en un diario catalán.

El juego de los españoles era absolutamente contrario a su estilo: había que jugar con pases largos, nadie ponía la pelota contra el piso, se lo saltaban como mediocampista porque el balón sacado por la defensa pasaba sobre su cabeza e iba directamente al ataque. Pero pronto comenzó a imponer sus características. Y no sólo convenció a su hinchada, sino que se convirtió en figura del campeonato. La prensa, tan dura con él, lo puso durante dos temporadas en un pedestal al lado de Alfredo Di Stéfano y Ladislao Kubala, las figuras máximas de entonces.

Volvió a la Católica en 1955, atraído por la nostalgia, colaboró en el retorno de los cruzados a la Primera División después del descenso, jugó hasta 1957 y se retiró sorpresivamente. Tenía 29 años de edad y cuerda para rato, pero sencillamente lo aburrió la mediocridad.

No tardó mucho en iniciar su carrera como entrenador.

Fue con el buzo de esos tiempos donde desplegó sus conocimientos futbolísticos y -especialmente- calidad humana. Se ganaba a los jugadores con su seriedad y su buen trato. Su hazaña inicial fue salvar del descenso a San Luis en 1962 en un partido correspondiente a la última fecha y que los quillotanos no olvidan. Después de ir perdiendo 3-0 con Colo Colo, los amarillos ganaron 5-3 y celebraron como si hubiesen salido campeones.

Colaboró con el título que la UC obtuvo en 1966, aunque el que dio la vuelta olímpica fue Luis “El Huacho” Vidal. En Colo Colo dio clases de ética futbolística al ponerse al lado de los jugadores cuando eran castigados por formar sindicatos y tuvo el ojo de hacer debutar a Carlos Caszely cuando éste era aún un quinceañero. En Argentina lo adoraron. Después de dirigir a Huracán asumió en Vélez Sarsfield y llevó al equipo de Liniers a lugares desacostumbrados como gran animador del campeonato trasandino en 1971. En Uruguay también hizo historia al poner a Liverpool y Defensor a la altura de Peñarol y Nacional, por entonces gigantes inalcanzables.

Andrés Prieto y Julio Salviat, autor de la nota, en el hotel Gran Palace, en 1977.

Le dio impulso a Cobreloa, cuando recién el club loíno es aceptado en el fútbol profesional en 1977. Y fue en ese equipo donde terminó su carrera a fines de los 80 y comienzos de los 90.

Modesto, se apartó del ambiente y nunca dio clases sobre cómo se debían hacer las cosas. Siguió aconsejando los jóvenes, eso sí, inculcando valores para el fútbol y para la vida.

Me cuentan que falleció, y me estremezco.