Messi se levantó con el pie izquierdo

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Por José Roggero
Actualizado el 17 de junio de 2018 - 12:57 am

El único «objeto» de real valor con el que la Albiceleste se presenta en Rusia 2018 volvió a errar en el momento menos oportuno, aumentando las dudas sobre las posibilidades de Argentina en el Mundial.

Zurdo de nacimiento, diestro cada vez que se le antoja gracias a su talento sin igual.

Hoy ante Islandia Lionel Messi decidió confiar en su pie genéticamente más apto. Tal como hace dos años lo hizo ante Claudio Bravo en la final de la Copa América Centenario. Y tal como esa vez, ahora también falló. No quiso cruzar fuerte el balón para no elevarlo. Optó por la sutileza y, más que pegarle, la empujó suavemente y a media altura, confiando en que el largirucho Halldorsson se arrojaría hacia el otro lado. Pero no, el portero islandés, tal como Bravo, esperó, y al ver que la trayectoria era la ideal para cualquier colega suyo, no tuvo más que estirar sin angustia su 1.93 metros de altura para desviar la pelota y acrecentar la leyenda maldita de Messi en los mundiales.

«Me siento responsable por no habernos llevado los tres puntos», dijo tras el encuentro. Cabizbajo, como tras las finales perdidas en el Estadio Nacional y el MetLife Stadium. Para peor, ese moscardón que siempre le zumba en sus oídos, el engreído Cristiano Ronaldo, un día antes sí había empezado con el pie derecho -dos veces, para mayor precisión- deslumbrando al mundo entero con su maestría y frialdad en los momentos precisos.

Cierto, Argentina hace años no es la que atemorizaba a medio mundo cada vez que entraba a la cancha. Con el tiempo eso ha pasado a ser un dato menor. Porque las penurias del pobre Messi con su camiseta nacional crean tal morbo en todo el planeta que da lo mismo si la Albiceleste se retira triunfante al finalizar cada encuentro. Desde hace mucho que aquello no importa tanto como saber si alguna vez Messi podrá ser feliz con su selección y, título mundial mediante, vencer en esa particular y amedrentadora carrera contra Pelé y Maradona.

En el debut ante Islandia nuevamente la Pulga y los suyos defraudaron. Los antiguos y los nuevos. Los Mascherano, Di María e Higuaín, entre los primeros; los Salvio, Meza, Tagliafico y hasta el añoso Caballero, entre los segundos. La nueva conjunción ideada por Sampaoli sigue desafinando a la hora de los conciertos de verdad.

Lo de este sábado en el estadio del Spartak de Moscú fue una prueba del colectivismo contra el individualismo.

Tanto en las tribunas como en el césped. En los asientos, porque mientras los tres mil islandeses entonaban al unísono la popular canción Ég er kominn heim (He vuelto a casa), enfatizando lo grupal sobre lo individual, los 30 mil trasandinos optaban por su pecado histórico: venerar al Dios del momento, el que les franqueará la entrada al Paraíso. «Que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar” entonaban cuando todo era confianza. Después, claro, cuando el desencanto arreciaba, las loas mutaron hacia Diego, presente en el estadio. Al fin y al cabo, ese sí es un Dios que alguna vez los sacó campeones. «Maradona es más grande que Pelé», gritaban a modo de torpe e infantil consuelo.

Como sus ancestros, sabiéndose inferiores a los argentinos, los islandeses optaron por formar como lo hacían los vikingos cuando estaban en problemas. Pegados unos contra otros y con sus escudos protegiéndolos sin dejar resquicios para el paso de las lanzas rivales. Lo único distinto hoy fue que en vez de un círculo impenetrable, el equipo dirigido por Heimir Hallgrímsson se plantó con una línea de cuatro sobre el área, otra de cinco algo más adelante, y un solitario atacante que era el primer defensa cuando Argentina sacaba la pelota desde el fondo.

La estrategia les dio pleno resultado. Solo Agüero pudo meter un punzazo entre los escudos, al que ellos respondieron con algunos ataques masivos y un tanto ilógicos que desarticularon a la retaguardia trasandina, acostumbrada a embistes más ortodoxos. Así convirtieron el primer gol en un mundial, por medio de Alfred Finnbogason, y luego volvieron a cerrar el cerco que Argentina no pudo abrir de nuevo.

A ratos da la impresión que la «Messi dependencia» es menos intensa que antes. Pero se trata de un espejismo. No sucede aquello por decisión técnica o voluntad del resto del equipo. Ocurre que el rosarino ya es menos veloz que antes. No mucho, cierto, pero lo suficiente como para que sean cada vez más espaciados sus carrerones endemoniados desde mitad de cancha. Cada vez menos frecuentes sus movimientos de desmarque. Ahora debe apoyarse más en sus compañeros, como lo hace en el Barcelona. Solo que los azulgranas son todos músicos de altísimo nivel.

Por ello centrar este empate en Messi es injusto, aunque no quede exento de culpa. Como siempre -aunque, como se dijo, con menos aptitudes que antes- intentó ser el estratega de la batalla. Y como siempre, careció de oficiales y tropa aptos para seguirlo. Los nuevos laterales Salvio y Tagliafico y los extremos Di María y Meza jamás desbordaron, los volantes centrales Mascherano y Biglia no fueron mucho apoyo ofensivo y Messi no pudo conectarse con Agüero. Tanto así, que el gol de este último fue posible al cazar un remate del central Rojo e ingeniárselas para disparar por el único espacio posible.

Messi por sí solo dio un pase bueno más que toda Islandia: 133 contra 132. Fue también el de más pases malos (11) y de pelotas perdidas (26). Pero en ambos casos, porque se lleva el peso de toda la responsabilidad. En otros tiempos, cuando talento y velocidad corrían de la mano, seguro que hubiese encontrado un espacio por el cual colarse. Ahora, no. Sin los compañeros del Barcelona rodeándolo, le cuesta más.

Eso fue en cuanto al partido entre dos selecciones. Porque en el duelo que a todo el mundo le importa, el de Messi contra la historia, el petiso ahora barbón y con 31 años sigue en deuda.

Hoy la acrecentó al marrar su cuarto penal por la selección y el 25 de su carrera, alcanzando un inusitado 23 por ciento de desaciertos desde los 12 pasos.

No hubo caso. Como en otras instancias cruciales con Argentina, el rosarino volvió a levantarse con el pie izquierdo. El más sublime, pero el que suele temblar cuando la historia coquetea con su dueño vestido de albiceleste.