Los niños de antes
Un grupo de infantes que no alcanzó a vivir los avances de la tecnología para jugar, estudiar e incluso matar las horas de ocio. Un niño de antes, a diferencia de los niños de hoy, hacía un sinnúmero de actividades lúdicas. Casi sin darse cuenta se “entrenaba”.
Por RODRIGO CASTILLO
Si usted no es un Millennials y nació en décadas anteriores es “un niño o niña de antes”. ¿Pero qué significa esa frase?
Se lo explico: un niño de antes corresponde a un grupo de infantes que no alcanzó a vivir los avances de la tecnología para jugar, estudiar e incluso matar las horas de ocio. Un niño de antes, a diferencia de los niños de hoy, hacía un sinnúmero de actividades lúdicas. Casi sin darse cuenta se “entrenaba”.
En el colegio, jugábamos a la escondida, al pillarse o a la pinta, con todas las derivaciones que se crearon con el correr de los años, y decenios también. Todas actividades motoras que requerían para el participante el desarrollo de las cualidades físicas que todos tenemos y que pocos con el andar de la vida siguieron cultivando.
Si está lejos de ser un niño de este siglo, seguramente recordará las pichangas de verano. Esas que comenzaban cuando “caía el fresco” o cuando el implacable sol estival no nos azotaba tan fuerte. Para señalar un horario, desde tipín 6 y media de la tarde, hasta que…. se acabe la luz. Es decir, pasadas las 21 horas. Un extenso tiempo de juego que sólo se interrumpía cuando pasaba un auto o en el momento de la hidratación, que seguramente habrá sido de una manguera de la vecina que regaba a esa hora.
Para qué enumerar otras actividades como trepar árboles para sacar un volantín, por ejemplo, subir al techo de nuestras casas o dar dos millones de vueltas dentro de un neumático, si es que eras valiente .
En la actualidad no tenemos esos “niños”. Ya no más. Eso no sucede. Ahora existen “entretenciones modernas”. Tales como celulares (con interminable cantidad de aplicaciones de todo tipo, consolas de juego o computadores. Todos los avances conllevan a la larga un inconveniente: ahora somos una población por sobre un 70% de obesidad o sobrepeso, según el Minsal.
E incluso algo más terrible: un 35% de los niños menores de 6 años padece de sobrepeso. Todavía no ingresan a su edad escolar y son candidatos en su vida que recién comienza a varias enfermedades asociadas a costumbres poco saludables.
Si hablamos de vida saludable no podemos obviar la alimentación. Según un estudio de la Cepal , “una dieta saludable es 37% más cara”. Entonces parece que estamos condenados a esta otra “pandemia”, la de los kilos de más.
¿Entonces qué podemos hacer para solucionar el problema? Porque todos estamos de acuerdo con el diagnóstico.
Primero, socialmente no nos movemos como antes. Segundo, tampoco podemos alimentarnos como corresponde por falta de recursos económicos. Y tercero, el Estado, quién debe velar por la salud de todos, parece que no le interesa. Ojo, Estado, no gobierno de turno.
¿Usted conoce un programa que ayude a la alimentación saludable y fomente la actividad física? A lo mejor dirá que sí porque alguna vez escuchó o supo de una iniciativa al respecto, pero no suficiente para para dar un “Sí “ categórico.
Si el Estado invierte en deporte, o en que los habitantes se nutran como corresponde, se ahorrarían millones y millones de pesos en operaciones a pacientes con problemas cardíacos, por ejemplo.
Parece que quienes participan en política no ven esto.
Tampoco la educación del país aporta mucho. Siempre se habla de disminuir las horas de educación física, e incluso que éstas sean optativas. Muchas veces en los colegios hay un larga lista de alumnos que se eximen de la clase.
No toda la culpa es del sistema gubernamental o, mejor dicho, estatal. Debemos hacer un esfuerzo nosotros para salir del “fondo del océano y poder respirar”.
A lo mejor tendremos que reeditar nuestras pichangas del verano o jugar con el neumático del mareo.
Empecemos con “el hombre del espejo”: nosotros mismos. Aunque estemos cansados del trabajo y la rutina. O por lo menos , dejemos que nuestros hijos se suban al techo, o al árbol de parque. Si les cuesta un poco, por la poca costumbre, tendremos que ayudarlos para que jueguen y se entrenen sin saber que lo están haciando, igual que los “niños de antes”.