La tarde que Lucero entró a la galería de ídolos del Cacique

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Por Eduardo Bruna
Actualizado el 1 de agosto de 2022 - 8:24 pm

Pese a sus goles y a su juego, el hincha albo, exigente como pocos, no terminaba de concretar un idilio con el ex Vélez. Pero que “El Gato” se inscribiera como goleador en el Superclásico, derribó la última barrera que restaba para que Juan Martín Lucero se ganara la idolatría popular.

Foto: AGENCIA ATON

Anotó en la primera fecha, frente a Everton, en un partido que a Colo Colo se le había hecho complicado ganar, y sólo lo estaba haciendo gracias al providencial ingreso de Alexander Oroz, cuando ya todos los caminos al Cacique parecían cerrársele. Sin embargo, Juan Martín Lucero no lograba convencer del todo a una hinchada exigente que, más allá de sus goles, porque siguió convirtiéndolos, se resistía de buenas a primeras a considerarlo entre sus ídolos.

En el juego de las inevitables comparaciones, Lucero, llegado desde Vélez Sarsfield, quedaba siempre un par de peldaños más abajo que el “Pibe” Solari, por ejemplo, que jugara bien o mal figuraba siempre en el podio de los adictos albos. Tampoco mostraba el fuego de Falcón, que llegado al Monumental en el  peor momento, y cuando parecía que el barco albo se hundía irremediablemente, había puesto en  el bloque posterior esa cuota de solvencia que se echaba de menos en un equipo que, además de jugar mal, estaba plagado de veteranos que da no daban el ancho.

Vehemente, desordenado, a ratos saliéndosele la cadena, el “charrúa” mostraba ese ímpetu, esa garra y espíritu de lucha que siempre ha seducido al pueblo albo.

¿O habrá sido por el todavía fresco recuerdo que dejó Nicolás Blandi como todo un fiasco que Lucero, pedido en forma insistente por Gustavo Quinteros, no lograba derribar el muro de cierto escepticismo con que era mirada su incorporación?

Y es que, convengamos también, hubo partidos en que el ex Vélez sembró más de una duda. No siendo lo que se denomina un “pecho frío” en el argot futbolero, tampoco se veía muy batallador que digamos. No siendo un “tronco”, ni mucho menos, su habilidad en espacios reducidos, hábitat habitual del Cacique, sobre todo jugando en su casa, más de una vez se antojó no alcanzar. Para graficarlo mejor: no era un “Chupete” Suazo. Y respecto del “Chino” Caszely, ni hablar.

Su mismo juego aéreo no terminaba de conformar. Teniendo una altura más que respetable para un centro delantero (1.80 metro), cuando iba a una pelota de aire, de espaldas al arco, perdía más que ganaba ante los centrales. Rara vez conseguía pivotear o bajársela a un compañero.

Hurgando en explicaciones para entender esta aceptación a medias de la hinchada respecto de Lucero, hay algunas a las que se puede echar mano. De partida, desperdició dos penales, y uno nada menos que en Lima, cuando Colo Colo, goleando a Alianza porque era la lógica de acuerdo a cómo se había presentado el partido, dejó ir dos puntos de oro, que resultaron determinantes para quedar fuera de la Copa Libertadores en la recta final del grupo. La otra tiene que ver con el estilo de juego del argentino, porque no es el centro delantero típico que se instala en las cercanías del área a la espera de empalmar un centro, cazar un rebote o aprovechar el error defensivo rival.

Lucero juega distinto. Por instrucciones de Quinteros, o por su propio estilo, busca las bandas, desordenando el esquema defensivo del rival y propiciando espacios para los que vienen de atrás. Pero vaya usted a hacerle entender eso a un hincha chileno, que debe ser lo más analfabeto que hay en el mundo respecto del fútbol. Y en esto, créanme que no exagero para nada. ¿Cuál es la muletilla preferida del hincha nacional cuando su equipo pierde? Es porque “no pusieron huevos ni mojaron la camiseta”, pueril explicación que usted nunca escuchará de un hincha uruguayo o argentino, por ejemplo.

Jamás. Criticarán el esquema del técnico, el mal trabajo de los volantes o defensores y no titubearán, en determinados casos, en fijar responsables con nombre y apellido, pero centrándose siempre en los aspectos técnicos del juego. Es una de las diferencias que hay entre países realmente futbolizados y nosotros, que sólo vibramos para las grandes ocasiones.

Como el “Chupete” Suazo, como Lucas Barrios o Esteban Paredes (y antes Ricardo Dabrowski y tantos otros), a Juan Martín Lucero le faltaba anotar en un Clásico para derribar los cada vez más débiles argumentos acerca de su aporte al equipo. Y lo consiguió este domingo. No sólo por partida doble, sino porque redondeó de seguro el mejor y más completo partido desde que se puso la alba.

Y se sabe que los buenos aparecen, sobre todo, en las grandes ocasiones.

El penal lo consiguió de vivo, ganándole la posición a un Daniel Navarrete que mostró toda su inexperiencia en una barrida que tenía que terminar como terminó. Y no estando Costa, fue el propio Lucero quien afrontó la responsabilidad, echándose olímpicamente a la espalda fracasos anteriores. No era fácil. Al frente tenía un arquero joven, pero muy capaz, y siete mil espectadores que echarían mano a todas sus malas vibras para que fallara. Con clase y frialdad, la puso lejos de la estirada de Campos, que se jugó al lado opuesto.

En el segundo gol albo todos recuerdan la jugada de “play station” para que se produjera la conquista y el desnivel en el marcador, pero pocos repararon que esa jugada de Zavala hacia Bouzat, y el centro de este para Gil, mientras el área azul estaba llena de defensores mirando, la inició Lucero con una extraordinaria habilitación de zurda y de voleo para el ex Melipilla.

Su segundo gol, el tercero albo y que significó la lápida para las débiles pretensiones azules, fue otra muestra de oportunismo y avivada. ¿Quién tenía que marcarlo en esa especie de córner corto? Vaya uno a saberlo. Lo concreto es que Lucero ni siquiera necesitó brincar para empalmar el cabezazo que se metió violentamente en el arco de Campos, sellando el destino del Superclásico número 192 de nuestro fútbol.

Si algo faltaba para que Juan Martín Lucero, alías “El Gato”, se transformara en el máximo héroe albo de la tarde en Talca, vino esa jugada del minuto 86’, en que el muchacho Bastián Tapia, impotente y frustrado, como todos sus compañeros, le entró con todo, así agarrara jugador o pelota. Fue lo primero. Llamado por el VAR, a Piero Maza no le quedó más que anular la tarjeta amarilla y mostrarle al defensor azul la roja directa. Y es que si lo pillaba con la pierna izquierda apoyada, tal vez la falta habría pasado a mayores.

Diecinueve goles ha anotado Lucero, hasta ahora, con la camiseta alba. De ellos, once por el Campeonato Nacional, ubicándose a uno de Zampedri. Sólo que, él mismo lo ha dicho, “lo importante es que el equipo gane, no quién haga los goles”. Y parece ser cierto, porque en tres oportunidades, pudiendo anotar, el atacante albo se vistió de habilitador.

Como sea, sus dos goles del pasado domingo, frente a la U, terminaron por derribar la última resistencia que el público albo podía tener respecto de su delantero. Juan Martín Lucero inscribió su nombre goleador en un Clásico, y con eso basta para que el hincha del Cacique lo inscriba en su lista de ídolos.

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