La mentira y el chantaje como fórmula política

Hace algunos días, un concejal de la comuna de Pudahuel denunció haber sido objeto de un asalto en el que los delincuentes sustrajeron su vehículo y se llevaron también a su hijo de 11 años que, supuestamente, permanecía en el interior. Pocas horas se demoró la policía en comprobar que el niño estaba seguro en casa de su madre, que al progenitor no lo veía hace tres meses –desde la separación–, y que todo era una mentira del concejal, ex militante del PC, expulsado hace algunos meses de ese partido.
Por JUANITA ROJAS
Sólo una semana antes, el conductor del vehículo del presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Soto, denunció que al salir de su casa había sido objeto de un intento de robo que se frustró, pero que había provocado daños en el vehículo. Otro invento, porque las cámaras de seguridad demostraron que el hombre había perdido el control y chocado el frontis de la casa vecina. El jefe del chofer mencionado, diputado Soto, fue acusado por otro parlamentario de estar haciendo gestiones secretas con la derecha y algunos independientes para mantenerse en el cargo de presidente de la Cámara, aunque en rigor corresponde hacer elecciones y, supuestamente, ya hay acuerdos al respecto. Ni siquiera se ha dado el trabajo de desmentirlo.
Años atrás, en medio de una campaña parlamentaria, un médico candidato, entonces socialista y hoy devenido en amarillo, denunció haber sido apuñalado en su sede por un individuo de aspecto extranjero. Su imagen siendo trasladado a un servicio de urgencia, grave y sangrando, fue material de portada en todo Chile. Se replicaron los mensajes de apoyo y solidaridad. Claro que la investigación posterior y las cámaras del sector nunca encontraron evidencia del agresor. La herida era superficial e integrantes de su comando afirmaron entonces que fue un auto atentado. Hasta hoy se considera un “tongo” electoral que buscaba visibilizarlo y victimizarlo.
La pregunta que cabe hacerse es por qué la mendacidad se ha instalado en nuestra sociedad, ya sea como una manera de zafar de situaciones gravosas o para conseguir objetivos personales. Más de alguien podría decir que la mentira es tan antigua como la existencia humana y que campea en todos los niveles, pero lo preocupante es que en Chile se ha instalado como una fórmula de acción política sin que tenga ningún costo para quienes recurren a ella, entregando a la población un peligroso ejemplo de cómo ganarle al adversario. La lógica del “todo vale”.
Una muestra de lo señalado es la campaña realizada por distintos sectores políticos para convencer a los ciudadanos de aprobar o rechazar el texto constitucional propuesto por la Convención Constitucional. La estrategia diseñada por quienes se oponían al trabajo de la Convención se inició desde el mismo momento en que esta última empezó a sesionar, diseminando sin pudor mentiras, descalificaciones e inexactitudes respecto a lo que se discutía al interior. Claro que los partidarios del trabajo convencional y sus integrantes no lo hicieron mucho mejor, acomodando los discursos con verdades a medias o explicaciones enrevesadas. Los últimos solían hacer puntos de prensa acusando a contrarios y a socios de todo tipo de manipulaciones, faltas a los compromisos y acciones malintencionadas, a la vez que se desdecían de cosas que habían afirmado previamente.
Los partidarios del Rechazo, agrupados bajo distintos nombres de fantasía (Una que nos una, Amarillos por Chile, Centroizquierda por el Rechazo, etc.) no trepidaron en instalar falacias que aseguraban que: el gobierno estatizaría los ahorros, se cerrarían las iglesias, las viviendas adquiridas con subsidio dejarían de ser propias y heredables, no podrían existir colegios ni clínicas privadas, se podría abortar hasta los nueve meses de gestación, se eliminaría la bandera y el himno nacional, más una larga retahíla de falsedades que fueron difundidas por redes sociales, en TV abierta en la misma franja electoral y, lo que es peor, nunca fueron desmentidas en los medios de comunicación masiva. Así, de tanto reiterar falacias por distintas vías, lograron transformarlas en “post verdades”, al punto que todavía hay gente que lo cree.
Y si las mentiras de la campaña todavía resuenan, el sector que se declara triunfante agrega otras falacias. Afirman que el resultado del plebiscito del 4 de septiembre señaló que la gente rechazó la plurinacionalidad, el aborto, un sistema nacional de salud, un fondo común para la previsión, los impuestos a los más ricos, etc. Hasta ahora, ninguno de ellos ha podido explicar en qué papeleta figuraban consultas relativas a esos temas, porque la única opción sobre la que los votantes se pronunciaron fue si les parecía o no el texto constitucional propuesto. Y las razones para rechazarlo fueron múltiples, entre otras que varios creyeron las mentiras difundidas.
En las pasadas semanas, en que partidos políticos con representación parlamentaria están avocados para encontrar una manera de continuar con el proceso que nos lleve a una nueva Constitución, el grupo que diseñó la estrategia de las mentiras –aunque nunca mostró la cara– ha encontrado una nueva, pero no menos decadente, fórmula de acción política: el chantaje. Así, las amenazas varían entre “si no promulga el TPP11, no aprobamos la reforma tributaria”; “si no destituye al director del Metro que escribió un tweet, no aprobamos el presupuesto de Transportes”, “si la ministra no se desdice y pide disculpas, suspendemos las negociaciones para la nueva Constitución”.
La impunidad con que operan la mentira y el chantaje en el accionar político son lo más grave, porque entregan un mensaje peligroso para el ciudadano de a pie. Se puede mentir y chantajear, disfrazando ambas cosas como decisiones políticas, pero lo cierto es que son una muestra de decadencia. Las diferencias políticas son legítimas, más aún deseables en democracia, pero se defienden con argumentos, ideas y propuestas de verdad.