La literatura chilena estará presente en la 60ª Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia 2023
Entre el día 6 y 9 de marzo se llevará a cabo el evento más importante del mundo entre editoriales e ilustración, que permite afianzar nexos comerciales.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS
Al parecer la presencialidad renueva las ansias comerciales de la cultura y la feria de Bolonia es una de las más promisorias en este sentido, pues abarca ilustradores, editoriales infantiles (negocio prominente) y, por supuesto, gente que escribe estos libros para infantes. Además, casi todas estas ferias están hechas para establecer puentes comerciales, donde los lectores y lectoras, niñas y niñas, adultos y jóvenes, no toman parte alguna en los efectos culturales de estas reuniones. Antes se leía y punto.
La subsecretaria de las Culturas y las Artes, Andrea Gutiérrez Vásquez, se refirió a la nueva expedición comercial de las literaturas para las infancias: “Estamos profundamente convencidos de que la participación de la delegación de autoras, autores, editoriales, ilustradoras e ilustradores en la Feria de la Literatura e Ilustración Infantil y Juvenil Bolonia 2023, será ampliamente valorada y reconocida a nivel internacional. Se trata de una muestra significativa de la calidad del trabajo que viene desarrollando ese género literario en Chile”.
En primer lugar, la literatura infantil no es un género literario sino una sección comercial que rompe el vínculo de lectura entre niños y adultos, en vez de acercarlos, como es la promesa del género. Si los adultos ya no leen, ¿qué caso tiene hacer libros para niños de padres que no leen? Además, la gran mayoría de las autoras y autores son gente biempensante que se aleja del poder que podría tener la literatura en niños y niñas. De hecho, hasta parece un campo hecho exclusivamente para ilustradoras/es. Basta ver los precios de los libros ilustrados, en general privativos y siempre localizados en los sectores progre, donde se fraguan las nuevas maternidades y paternidades.
Lo que está a la base de este cuestionamiento es la relación intrínseca entre lectura e infancia. César Aira: “Uno empieza a leer porque es un niño, porque no tiene otra cosa que hacer, porque está disponible para los sueños ajenos; esos motivos se mantienen intactos en el lector adulto, y le dan una buena razón para respetar al niño que fue. Los libros siguen siendo los mismos, la biblioteca establece una continuidad sin rupturas de los sueños, las historias, y el destino. Hasta que de pronto, en algún momento del siglo XX, hay una bifuración y el continuo se rompe. Por abyectos motivos comerciales (no hay otros, en realidad) empiezan a aparecer, para el escandalizado desconcierto de Borges, libros para los niños que ya no leerán los adultos”. Es conocida la aversión que le producía a Borges este campo, incipiente en su momento.
La ruptura de la continuidad de los sueños y libros que los adultos no leerán. Ese es el intríngulis del asunto. Por supuesto, ilustradoras/es y escritoras/es no perciben este quiebre, y de ser así, hacen caso omiso, por razones comerciales. La separación entre infancia y adultez, irremediable a estas alturas, es justamente lo que señala Aira: no inventa a su lector. El niño está inventado de antemano. Es un niño tipo. Es decir, este subgénero, que en realidad es una industria, va en contra de la literatura misma, cuya gracia sine qua non es inventar a su propio lector o lectora. Además de estar inventados y concluidos como posibles lectores, los niños están clasificados mediante “rasgos determinados por la sospechosa raza de los psicopedagogos: de 3 a 5 años, de 5 a 8 años, de 8 a 12 años, para preadolescentes, adolescentes, varones, niñas; sus intereses se dan por sabidos, sus reacciones están calculadas”.
Lamentablemente, no puedo celebrar estas delegaciones, estas incursiones de biempensantes en la “literatura”. ¿Qué culpa tiene niños y niñas? La lectura es uno de los pocos reductos que el capitalismo y sus prosélitos, aunque se confiesen de otro modo, no ha podido conquistar. Sin embargo, en las últimas décadas parece haberse librado una guerra sin cuartel contra la lectura, contra los niños y contra la literatura propiamente tal. Como señala Raúl Vilches, jefe del Departamento de Economías Creativas ProChile: “En ProChile queremos contribuir a la internacionalización de las industrias creativas, una industria donde la igualdad de género predomina, el cual posee formatos innovadores y con un alto valor agregado, que tiene un gran potencial exportador y que aporta fuertemente a nuestra imagen país en el exterior”. ¿Tiene esto alguna relación entre infancia y lectura?
En fin, la delegación consiste en los ilustradores Gabriela Lyon, Pato Mena, Alejandra Costa, Karina Letelier, Tomás Olivos y Fabiola Fratinni. Y seis profesionales del libro, sea lo que esto signifique, representantes de Amanuta, Ediciones Liebre, Saposcat, Agencia Puentes, VLP Agency y Ekaré Sur. También se sumó una delegación de recursos propios: Escrito con Tiza, La Bonita Ediciones, Una casa de cartón (leer a Martín Adán, que escribió el libro del mismo título a los 16 años), RB Ediciones, Claraboya Ediciones y Erdosain Ediciones.