La escuela francesa busca reafirmarse ante el mundo

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Por Jorge Castillo Pizarro
Actualizado el 10 de julio de 2016 - 1:39 pm

Pese a algunos altibajos en los últimos años, los galos siguen produciendo jugadores de alto nivel, técnicos, hábiles y veloces. Son el resultado de un proyecto de formación exitoso iniciado hace ya medio siglo que, de paso, supo aprovechar como nadie el carácter multirracial de su población.

Ocho décadas le tomó a Francia convertirse en potencia mundial.

No ocurrió sino hasta el Mundial de España en 1982. La exhibición del ballet azul de Platini, Tresor, Giresse, Tigana y Rocheteau fue de tal altura y belleza que la conclusión fue unánime: había nacido un nuevo gigante, capaz de pararse de igual a igual frente a Brasil, Alemania, Italia, Holanda, Argentina e Inglaterra.

Que esa conclusión no era fruto del entusiasmo del momento quedó ratificada dos años después. A su injusta eliminación ante Alemania en suelo hispano, Francia respondió con su primer título en la Eurocopa de 1984, jugada en su suelo. Platini y los demás mostraron mayor madurez y una superioridad tal que arrasó con España en el duelo final.

A despecho de algunos altibajos en años posteriores, Francia siguió siendo una amenaza para cualquiera.

Era lógico. Sus primeros logros no fueron fruto de generaciones excepcionales nacidas del azar, como le ha ocurrido a otros países, sin ir más lejos, a Portugal, su rival de este domingo. Al revés, el progreso galo estaba sólidamente asentado en un proceso impulsado por la federación francesa de fútbol que creó una estructura de formación de entrenadores y futbolistas admirada en el resto del mundo.

El proyecto se basó en centros formativos en todas las regiones del país. Cada laboratorio debía captar a los mejores talentos locales y darles un mismo tipo de desarrollo. A ello se le unió una segunda gran decisión: la detección de los niños y adolescentes más aptos debía por sobre todo acoger a la condición multirracial y multicultural de una nación fuertemente receptiva de la migración proveniente de sus ex colonias en el África negra, el Maghreb y Las Antillas. Ni el ultraderechista Jean Marie Le Pen y sus descerebrados seguidores han conseguido desbaratarlo pese a algunas arremetidas rechazadas por la mayoría de la población.

Fue la de la dirigencia gala una resolución coincidente con la que adoptó Holanda en la segunda mitad de los años 70. Y los resultados fueron similares, puesto que ambas selecciones dieron un salto de calidad no igualado todavía.

En el caso francés los pioneros fueron el gran líbero Marius Tresor y el lateral Gerard Janvion. Luego vinieron otros como Jean Tigana, hasta llegar a esa maravillosa generación que logró el título mundial de 1998, donde resaltaban Marcel Desailly, Lilian Thuram, Christian Karembeu, Patrick Vieira y Thierry Henry, entre los jugadores de color, y el gran Zinedine Zidane, entre los de sangre árabe.

El último gran triunfo de los galos ocurrió en la Eurocopa de 2000, disputada en los países bajos. El 2-1 sobre Italia tuvo ribetes dramáticos puesto que los bleus igualaron a los azurri en el minuto 90 gracias a un tanto del jugador de color Sylvain Wiltord. En el alargue David Trezeguet convirtió el gol que significó el tercer título trascendente en su historia.

Pudo y quizás debió ser campeón del mundo en Alemania 2006. Si Zidane no hubiese reaccionado a la provocación de Materazzi la historia pudo ser distinta, porque de jugar a jugar el equipo del gallito era superior. Pero el genial volante nacido en las barriadas de Marsella no supo tragarse el insulto del gigantón italiano y dejó a su equipo en inferioridad numérica. Ello permitió a Italia desquitarse de la final europea de seis años antes.

Desde entonces Francia ha transitado por caminos no siempre fáciles. Ni menos exitosos.

Pero no hay que equivocarse. Los fracasos han respondido a malas decisiones puntuales más que a un agotamiento del ejemplar proyecto que los condujo a la cima.

Un ejemplo de ello es lo de Sudáfrica 2010. Obtusamente, la federación francesa mantuvo como entrenador al controvertido Raymond Domenech, respetando a rajatabla el principio de que el puesto de entrenador nacional era fruto de una cadena piramidal de sucesiones de entre los miembros del staff técnico nacional.

Pero Domenech era excéntrico –por decir lo menos-, desafortunado en sus declaraciones y más todavía en sus decisiones. Así solo logró el descrédito entre sus dirigidos, la consiguiente rebeldía e indisciplina y, como corolario, el fracaso deportivo. Hasta fue insultado públicamente por el goleador Nicolás Anelka. Al empate inicial con Uruguay le siguieron derrotas contra México y Sudáfrica. Fracaso humillante.

Ya en Brasil 2014 se notó la recuperación que ahora le permite estar ad portas de un nuevo título. Hizo una muy buena primera fase, se deshizo en octavos de final de Nigeria y solo sucumbió 0-1 ante Alemania, de la que acaba de desquitarse.

A partir de allí, con la sabia conducción de Didier Deschamps y la tranquilidad de no tener que jugar clasificatorias para esta Eurocopa, Francia fue moldeando el sólido equipo que hemos visto por televisión.
Muy posiblemente su perfección colectiva no está aún a la altura alemana. Pero va por buen camino, respaldada por su inagotable cantera de jugadores de gran técnica, habilidad y dinámica.

Por eso Francia pudo superar a Alemania y espera hacerlo también este domingo en la final contra Portugal.

Si lo consigue, claro que paladeará el sabor de un cuarto título trascendental. Pero conociendo la profundidad de la escuela francesa, sus estrategas seguramente lo considerarán como un peldaño para ir por un nuevo título mundial en Rusia 2018.