Jaime de Aguirre: el rostro tras la máscara

Imagen del autor

Por El Ágora
Actualizado el 26 de junio de 2023 - 10:04 pm

Después de la polémica renuncia a la invitación de la Feria del Libro de Frankfurt, el ministro De Aguirre ha quedado en el ojo del huracán. Todos los dardos apuntan a él, pero nadie quiere ver la situación completa. La crisis ministerial es la metonimia de la profunda crisis cultural que hay en el país, que encuentra su correlato en la política en tanto especulación empresarial.

Por SEBASTIÁN GÓMEZZ MATUS / Foto: ATON

El hecho de que un músico sea empresario ya es un precedente que llama la atención. Otro, su vinculación con el financiamiento ilegal de campañas políticas y con el anterior presidente. Su gran cometido en TVN fue precarizar la programación (ése era su cargo) con los famosos trenes programáticos, que son aquellas franjas de programas que ocupan los cinco días de la semana con matinales, teleseries y noticieros que permiten vender paquetes publicitarios por franja. Como se ve, más un negociante que un tipo dedicado a la cultura, aunque realizó la música de películas como Caluga o menta y nada menos que de La Frontera.

En Chile, la relación entre cultura y empresariado es una de las más jugosas, partiendo por la Ley de Donaciones, a la que se allegan gran parte de los agentes culturales, como se les llama hoy a quienes participan de un modo u otro en cultura (palabra cada vez más escalofriante), sobre todo formando Fundaciones de distintas layas.

No obstante, el Ministerio al cual llegó De Aguirre es una institución rodeada de polémica desde que se separó del Ministerio de Educación. Las premisas con las que trabaja en realidad se alejan cada vez más de las artes que acoge dentro de su política, además de que los propios artistas, hombres y mujeres, hacen la vista gorda del funcionamiento del Ministerio, sobre todo hoy, que hay un gobierno del gusto del hipsterío progre-neoliberal que tanto abunda. 

Con este panorama ante nosotros, para citar de refilón a un poeta de verdad como lo fue Alfonso Alcalde, es poco lo que puede exigírsele en términos de gestión y a nivel ético al nuevo ministro que, en un tiempo récord, supo defraudar a su antecesora, la antropóloga Julieta Brodsky, que salió entre críticas por la mala gestión de su cartera y su bajo conocimiento público. En otras palabras, no tenía el código político integrado, lo que puede ser un elogio.

A propósito del “cucutazo” del empresario que estuvo a cargo de la presidencia antes de Boric, otro dato no menos sugerente es que después de TVN el actual ministro asumió el cargo de director ejecutivo en CHV cuando era propiedad del conglomerado venezolano Claxson, quienes después vendieron el canal al ex presidente. Esta vinculación merece una investigación seria, sobre todo a la luz de la migración llanera en nuestro país, que fue una movida empresarial de tipo demográfica-laboral con fines ideológicos.

Chile es un país cuya población no crece y que no puede estar más precarizada en sus garantías sociales, que no las hay. Por lo tanto la “migración”, como se entiende desde el discurso progresista, en los términos de la derecha sería un flujo de recursos humanos. Las consecuencias económicas, culturales y políticas de esta jugada maestra recién comienzan a vislumbrarse desde el discurso de la delincuencia y los hechos delictivos, que son cosas distintas. 

Pero volvamos a cultura. Jaime de Aguirre en realidad es la gota que rebalsó el vaso. El Ministerio en tanto tal siempre ha funcionado de manera por lo menos sospechosa y, huelga decir, la gestión del anterior gobierno fue un poco mejor que la del actual, cuyo presidente lee poesía (detestable bandera de campaña para quienes la escribimos) y sus agentes políticos acusan un mayor capital cultural que la oposición. 

Desde la crítica que hiciera Adorno y Horkehimer a la noción de Industria Cultural en los años cuarenta, que nadie puede tomar en serio las declaraciones ni los lineamientos de las políticas públicas, que tienen un desfase original con las disciplinas que cobijan dentro de su financiamiento, aunque desde hace un tiempo han logrado estabilizarlas con el retraso inducido justamente desde la política de la subvención y la concursabilidad, dando pie a una corruptela muy a la chilena, antes entre amigotes y hoy entre amigues. 

Cito al tándem frankfurtiano: “Toda cultura de masas bajo el monopolio es idéntica, y su esqueleto —el armazón conceptual fabricado por aquél— comienza a dibujarse. Los dirigentes no están ya en absoluto interesados en esconder dicho armazón; su poder se refuerza cuanto más brutalmente se declara. El cine y la radio no necesitan ya darse como arte. La verdad de que no son sino negocio, les sirve de ideología que debe legitimar la porquería que producen deliberadamente”. 

El pasaje anterior apunta en dos direcciones: primero a nivel de dirigencia, es decir, a nivel político y ministerial, donde no les interesa ocultar el espectáculo de sus negociaciones y el consiguiente oleaje de comentarios en redes por parte de los agentes que, en el fondo, necesitan de estos acontecimientos para demostrarse politizados; y en un segundo nivel señala la calidad de cultura a la que nos exponemos con estas estrategias políticas. La calidad en arte es todo, la calidad es discutible pero en Chile ya ni siquiera se discute, o se dilapida o se ensalza, pero todo refiere a movimientos políticos de visibilidad y agenciamiento de los propios trabajos de los artistas. 

Esto último es lo más preocupante: los propios artistas están adoptando las malas prácticas políticas en sus modos, aparte de que lo menos importante sean las obras sino su posicionamiento. Ni hablar de la calidad artística de sus productos. Por eso llama la atención la escandalización de parte del sector cultural con la última polémica de la Feria de Frankfurt, a propósito de la Escuela Crítica de la misma ciudad. Al parecer, toda esta reacción en cadena no es sino un nuevo simulacro que apoya la cadena de simulacros anteriores, cuya genealogía es imposible de seguir. El nuevo ministro ha dejado caer la máscara del Ministerio. Algún escritor biempensante habría de escribir la novela ministerial, la novela fondista, la novela de Chile a través del Aleph de la cultura.