Columna de Sebastián Gómez Matus: Ir a la feria
Fuimos a la feria con Antonia, la de 10 de Julio ex Huamachuco, que es la misma de los viernes en Fray Camilo, que fue una de las primeras calles del travestismo chilensis en los primeros 2000.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO
Es domingo, día sagrado. Después de una hermosa junta con nuestros amigos Céline y Pierre, pareja francesa, grabadora y pintor-ebanista, amanecimos con el ánimo justo para ir a la feria, mi feria, nuestra. Una de las cosas que más me gusta hacer es comprar verduras y frutas, pero dentro de eso está el cachureo, y dentro del cachureo el cotorreo, el afinamiento de la paila. Como en esa anécdota de Gonzalo Rojas cuando regresa a Chile después de varios años de funcionario: lo querían llevar a un restaurante sin lenguaje de Vitacura y él pidió que lo llevaran a La Vega porque necesitaba escuchar.
Es primera vez que vamos juntos a la feria, a la mía, y conocimos a todos. Primero conversamos con un vendedor de bolsas de basura, cosa que necesitábamos, y no teníamos sencillo para pagarle. Con una calma zen a la chilena, nos dijo que no importaba y que fuéramos a pagarle a su colega, que estaba a la entrada por Portugal con 10 de Julio. Eso hicimos. Después, pasamos a comer una empanada de queso donde mi casera, y nos encabronamos al ver jóvenes haciéndole campaña a Ravinet, ese pinche conejo que quiere regresar a la política. Después fuimos a comprar apio donde mi casero de las ensaladas, que nunca me habían visto con una mujer, sólo con mis hijos. Yo soy así, reservado. Y para que alguien entre en mi vida, en mi circuitaje, tiene que ocurrir un milagro. La casera, la hermana, después de haber comprado corazón de apio y aceitunas, nos regaló otro corazón de apio, para el amor.
Seguimos en busca de frutilla y arándanos, que no compramos. Parte de hacer algo es no hacerlo. El Tao lo señala: practica el no-hacer. Bueno, eso hicimos. Compramos cerveza y nos metimos por el callejón de los coleros, donde la verdad respira antiguamente. Ya teníamos todo lo que necesitábamos para hacer ceviche (el mejor que he comido) y nos adentramos en los adoquines de Antonio Ricaurte, donde acaban de construir edificios de una nueva etapa del arribismo chileno. Cuando entramos a Raulí, hermosa calle, encontramos tres camisas que estaban pintadas para mí. Antonia me regaló una: nos costó una luca. Nos fuimos, no sin antes comprar confort.
Si Chile fuera una feria, que lo es, estaríamos lejos de ser un supermercado. Chile brilla, tiene un brillo especial y me niego a pensar que es mi mirada; el brillo es autónomo, significa algo. Creo que Chile brilla porque tiene una deuda consigo, esa deuda es la construcción de un presente glorioso. ¿Ravinet constituyente? Ravinet al patíbulo. La señora de las empanadas nos contó qué pasaba en su población con los niños y las cajas de abarrotes del covid. ¿Hasta cuándo vamos a dejar que lo hermoso sea horrible? Chile brilla, Chile brûle: se viene un terremoto, “estar preparado es todo” (Hamlet). Mientras, ir a la feria, desde siempre, parece la actividad idónea para ser feliz.
SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS
Poeta y traductor. Ha publicado “Animal muerto” (Aparte, 2021) y “Po, la constitución borrada” (facsímil digital). Entre otros, ha traducido a John Berryman, Mary Ruefle, Zachary Schomburg y Chika Sagawa. Forma parte del colectivo artístico transdisciplinar Kraken.