Esquizofrenia numérica
Mucho se ha hablado en los medios del chat GPT, mucha gente ya lo utiliza como una herramienta de trabajo o para sorprenderse de los avances tecnológicos. Lo cierto es que estamos siendo utilizados por un robot, como si no fuera suficiente ser esclavos posmodernos de las corporaciones.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO
En el fondo, es el problema que supone la técnica para la especie desde que la especie comenzó a ser reemplazada por su producción técnica. Difícil datar esta inversión entre productor y producto, pero claramente podemos precisar que, desde la aparición de la cibernética y por consecuencia del internet y hoy la tan mentada inteligencia artificial, el hombre quiere borrarse o por lo menos someterse a un nuevo régimen técnico.
Ahora, el hombre no somos todos, sino quienes trabajan para presentar una superación técnica de la especie, que generaría una suerte de vida prescindible para gran parte de la población del mundo, ya que su formación técnica es meramente funcional, si acaso. Una cosa es la técnica y otra una civilización numérica, otra es el pensamiento y los efectos que pudiera tener sobre el mismo la inteligencia artificial.
En el caso de la literatura, asunto que nos convoca, el chat GPT u otras formas de producir textos no suponen el fin del arte de la palabra. De hecho, prolonga su vida a una nueva etapa. Resulta una perogrullada, pero unos científicos o programadores de Silicon Valley no pueden acabar con una tradición tan antigua que no podemos rastrear con precisión, sobre todo por la virtualidad de su origen.
En el libro Schizophrénie numérique, de Anne Alombert, la filósofa francesa no hace referencia a una patología individual, sino que plantea la cuestión de que esta época parece sufrir de una “esquizofrenia numérica”, muy relacionada con la idea de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas (cuyo subtítulo es “esquizofrenia y capitalismo”): el capitalismo es iletrado.
No es extraño que la letra vaya en descenso en una época que se rige por números y la tecnología como mecanismo de persuasión y disociación, al punto que un software pueda reemplazar nuestras facultades de expresión, sobre todo en gente que nunca ha podido expresarse a cabalidad. Además, la literatura no se trata tanto de la expresión de alguien ni de los libros, sino de quiénes escriben esos libros.
Como lo señala Aira, podría ser que en algún momento de la técnica un par de máquinas solteras logren escribir La metamorfosis, de Kafka, incluso toda la obra del checo, pero faltaría lo esencial: Kafka. Una inteligencia artificial no puede producir una vida, con toda su experiencia en detalle, aun cuando pueda producir El Castillo o Josefina la cantora o el pueblo de las ratas.
Es lo que Aira denomina el mito personal del autor, que después de la muerte del mismo, pasa a ser un mito universal. Con esto quizás quiere decirnos que no se trata tanto de los libros que se pueden escribir, sino de quién los escribió. Por supuesto, esto es discutible, sobre todo desde que se declaró la muerte del autor. En ese sentido, tecnologías como el chat GPT podrían ayudar a su desaparición.
A su vez, la inteligencia artificial tiene como reverso proporcional lo que el filósofo alemán Gunther Anders trató bajo el título de La obsolescencia del hombre. Si ya tenemos el concepto de obsolescencia programada en los gadgets tecnológicos, eso quiere decir que el trabajo del ser humano propiamente tal es prescindible y puede ser reemplazado por las máquinas o robots. De hecho, el espacio de descanso, ocio o recreación, está invadido por el consumo algorítmico de nuestra experiencia con las series, por ejemplo, o las redes sociales.
Algo patógeno hay en hacer un scroll infinito en redes, ver nanovideos o ni siquiera verlos. El cerebro y su potencial están en loop. Una red social es un dispositivo de esquizofrenia artificialmente producida. Desde el desdoblamiento entre sujeto y perfil, como si uno mismo fuera su doble, hasta la práctica de ofertarse como mercancía en el ágora virtual. Qué es una serie si no un determinado tiempo perdido de manera predeterminada con una programación de contenidos que deterioran las capacidades esencialmente humanas, como el pensamiento y la imaginación, si acaso no son una misma cosa, además de secuestrar la movilidad y las capacidades físicas de nuestro cuerpo.
Hemos sido reducidos remotamente por una máquina liberal, que ahora nos pone ante la eventual caducidad de toda nuestra praxis “humana”.
Para la literatura esto no es importante, al menos no en el sentido en que lo es para la sociedad, seguramente porque puede integrar estos mecanismos de sumisión como recursos de liberación, como es el caso del libro Dron, del poeta Christian Anwandter. Primero, el libro fue escrito como un libro convencional, poemas atribuidos a un autor; después, los textos fueron ingresados a un programa de escritura artificial (Dronbot) desarrollado por los hermanos Adriasola. En una entrevista para la UAH, Anwandter señala lo siguiente: “Me interesaba pensar no sólo lo digital, sino que, más ampliamente, la escritura misma como tecnología y las formas en que puede pensarse la relación entre lo literario y la tecnología. Hay un olvido de la escritura y la lectura, y sus soportes más tradicionales, como tecnología”.
Al mismo tiempo, ve el internet y lo digital como una especie de soporte que enriquece las posibilidades de la poesía y de la literatura. El temor de que un chat de inteligencia artificial supere a la literatura es un temor de gente que no entiende ni hace literatura. Sin embargo, el temor es válido en términos sociales, donde la lectoescritura está mermada desde la formación y mayormente desde las prácticas tecnológicas del psicopoder, implementado sobre la vida cotidiana.
Es lo que resalta Anne Alombert en su texto ¿Cómo pensar el chat GPT? al citar la distinción que hiciera Gilbert Simondon en El modo de existencia de los objetos técnicos contra dos concepciones problemáticas de la técnica. La primera es pensar que los objetos técnicos son “merosensamblajes de materia, desprovistos de significación y que sólo presentan una utilidad”, como si se tratara de mediosneutros a los que las personas atribuyen cierta finalidad. La otra concepción, opuesta a la primera y no menos falsa, es suponer que los objetos técnicos están animados de intención, que gozan de una interioridad, incluso de una voluntad. Aquí ya nos acercamos más a la esquizofrenia, sobre todo si pensamos en que hasta ahora hemos visto a los animales hasta ahora como bestias inferiores. Al respecto, sugiero leer sobre el perspectivismo desarrollado por el antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro.
Para Simondon, ambas concepciones acusan una misma incomprensión: “en vez de interrogarse sobre los funcionamientos internos de los objetos técnicos y de considerar sus efectos psíquicos y políticos, los hombres lo sconsideran como simples útiles a su servicio o les atribuyen toda una suerte de propiedades antropomórficas”. Ese es el problema real: estas herramientas se proponen como elementos seudodemocratizadas, cuando en realidad son nuevas herramientas de fascinación y sumisión. Para la literatura, cosa viva en los extramuros de la realidad, digamos que el chat GPT son apenas las iniciales de un autor sin biografía.