En Colo Colo hoy se juega otro deporte
El golpe seco que sintió Matías Zaldivia, cuando estaba entrenando con normalidad el sábado 19 de septiembre, y que le provocó una rotura en el tendón de Aquiles, marcó el inicio de una nueva fase del deporte que hoy está practicando Colo Colo: el de las patadas arteras y “a la altura de la medallita” que ejecutan con singular gracia todos los estamentos que hoy conforman el club más popular del país.
Por SERGIO GILBERT
El naipe se revolvió entre declaraciones, comunicados, mensajes en Instagram y amenazas de llegar a la Justicia. Claro, la mesa de Blanco y Negro echó pie atrás en su intención de dejar al lesionado Zaldivia sin su sueldo. El Mati podrá recuperarse sin haber ajustes mayores a su presupuesto.
Bien por él.
Pero eso fue solo para desactivar una bomba. La crisis, en realidad, sigue viento en popa. Colo Colo es hoy un enfermo que puede morir por muchas causas distintas.
De verdad, el olor putrefacto que se huele en el Cacique desde hace varios años, no tiene un único responsable. Es un sistema, una estructura diseñada merced a intereses particulares que priman por sobre el genuino deseo del hincha anónimo. Ese que desea ver a su equipo ganar para ser un poco feliz y, si se puede, que lo logre desde abajo, venciendo obstáculos, derribando murallas; es decir, lo que no puede hacer quien sólo tiene su amor al club como única posesión. “Yo no puedo contra la injusticia y no puedo sentirme un ganador, salvo cuando veo a mi equipo dar una vuelta olímpica”, dicen los colocolinos que han hecho de su club, su verdadero y único bastión de alegría y victorias.
Pero no. En Colo Colo hoy nadie piensa en ese seguidor sin rostro. El hincha, el socio, no existe. Es accionista o simple cliente, dependiendo de qué vereda le haya tocado “en suerte” nacer. Es el que paga la entrada del palco o de la galucha del Monumental. Es el que compra camisetas en el Persa o en el mall y que, a larga, define la categoría de cliente en la tabla de marketing o en los informes presupuestarios.
Colo Colo ya no tiene rostro humano, sino que es un animal, de acuerdo a las circunstancias. Fue primero la gallina que daba huevos de oro para que inversionistas que nunca habían visto una pelota, se interesaran en participar del negocio de las sociedades anónimas. Luego fue la vaca que había que ordeñar siete veces al día para aprovechar hasta la última gota de leche para ofertar en el mercadito. Hoy, todo ello transformó a Colo Colo en un burro de carga que lleva un montón de frustraciones y que no está ni para ser rematado en la feria.
Los dueños de Blanco y Negro SAD (en eso se transformó Colo Colo) creen que se las saben todas. Siguiendo con la analogía animal, son los dueños del perro y por eso hacen lo que les viene en ganas con él. Se aprovechan de un marco legal que los favorece en su rol de empresarios emprendedores y “creadores de empleos”, y si no quieren pagar sueldos en época de pandemia o asumir costos por la lesión de un jugador, sencillamente no pagan y punto. La ley los ampara. Lo utilizan y nadie puede decirles nada (aunque el 80 por ciento de la gente crea que es injusto).
Pero no se piense que en esta modernidad que vivimos, el resto de los estamentos de Colo Colo se erige como defensor del pueblo albo. Cuernos. El Club Social -que debería ser la reserva moral de los colocolinos- es una olla de grillos con intereses políticos, que usan la camiseta y a sus ídolos intocables sólo como instrumentos para tratar de ganar influencia en la mesa grande de los dueños.
¿Y los jugadores? ¿Qué pasa con aquellos que se ponen la camiseta y salen a buscar la gloria y preservar el nombre de Colo Colo?
Tampoco son modelos de corrección. Si no les gusta el entrenador, si sienten que tocan sus nombres y sus trayectorias, son capaces de formar camarillas y armar una revuelta interna para dejar en claro que son más importantes que todo y que todos. Por cierto, más que los hinchas que los idolatran.
Y claro, se sienten y se muestran como víctimas del sistema cuando éste, como le pasa a cualquier trabajador, los arrolla y les muestra que son solo un número, un habitante anónimo y sin rostro en el mundo de Orwell.
Sí, es injusto que a Matías Zaldivia, tras su lesión del 19 de septiembre, se le deje de pagar su sueldo total y que solo reciba unos dos millones de pesos al mes y no 18 millones como dice su contrato.
Sí, es legal lo que hace Blanco y Negro de mandar todos los antecedentes para que ACHS se haga cargo del pago de la remuneración parcial del jugador porque tiene la forma demostrar que el sistema lo ampara.
Sí, es lindo que el Sifup salga a defender el interés de su asociado porque esa es su razón de ser.
Pero en serio. Déjense de tonterías. Córtenla con jugar un deporte que a nadie más que a ustedes les interesa jugar.
Afuera de su mundo individualista hay millones que hoy están llorando con lo único que tienen: sueños y una banderita en la mano.