El sueño de los niños o la extensión de la infancia (II parte)
Sebastián Gómez Matus
Una hora antes del partido, en el metro leímos un relato de Jorge Teillier, Las persianas, donde hay un sueño revelador que desplaza el lugar del sueño recurrente: una mujer. Sueña con un caballo, sueña que mata a ese caballo y que el chorro de sangre lo ciega. En la portada del libro aparece una redoma y el contenido es una bandera de Chile. Vino en la sangre. Este fue nuestro amuleto durante el día, porque, como le dije, por más que me guste el fútbol, jamás ocuparía una camiseta de la selección. Algo no menor es que este libro fue editado en Argentina. Otra cosa: en la pizzería un mesero tenía puesta la camiseta albiceleste. Creo que funcionó como amuleto negativo, es decir, resignificó ese símbolo de modo ritual. Es increíble como todos nos ponemos rituales con el fútbol, el lenguaje que adoptamos, la poesía como un clima emocional, transversal a casi todos. Es imposible desafectarse de lo que genera este grupo de hombres, sujetos populares, jóvenes que de verdad representan lo más vapuleado de nuestro país: la clase trabajadora y los vínculos humanos. Gary Medel es un ethos, Alexis otro, Vidal, Bravo, la templanza de Toselli, el gato de puerto que es Silva, etc., la amistad. Son personas que haciendo su trabajo se ven maravillosas, algo raro entre lo raro. Las cámaras de ayer estuvieron muy acertadas; recuerdo la imagen cuando Bravo le hace un cariño al vertical y se persigna. Un hombre ritual. El rostro del gato Silva antes de ejecutar el penal. Un hombre rito.
Esperamos micro alrededor de media hora en Bilbao con Tobalaba. Finalmente llegamos a dedo hasta el parque Bustamante: “El mundo no está/ como para andar/ sobreviviéndolo solo/acompáñame a caminar por el/ Parque Bustamante/ compramos después/ una caja de vino/por esta vez la pagas tú”. De allí en más, jolgorio, jarana, algunas reflexiones políticas. Las que siguen.
Conversamos con algunos compañeros y todos concordamos en algo: esta energía puede propiciar un cambio radical en el país, un cambio político. Estamos ante un hecho deportivo, por lo tanto social, histórico, y sus consecuencias debieran mirarse quizá desde una óptica distinta a la periodística y de una moral distinta a la de la victoria. Quiero ser exacto: mucha gente pensará en el lugar común del opio; es verdad que los medios van a bombardear durante días con esto, pero ¿quién puede seguir informándose con la tele o los periódicos si son todos de derecha? Y aunque fueran de izquierda, en este país eso da lo mismo, ya no existe una distinción ideológica en esos términos. Sin embargo, Chile, el equipo, es una comunidad, es un equipo socialista, versus, por ejemplo, el jugador neoliberal que es Messi, de formación europea, un simulacro de genio, un jugador de play. Por eso está tan solo, como lo vimos ayer, pero esto es harina de otro quintal. Las imágenes de Messi eran muy tristes, pero yo lo vi como la caída de un imperio, como la distancia entre lo orgánico y la máquina, entre el individualismo icónico y la comunidad por venir. Quizá lo más bello del fútbol es que es un colectivo, y eso no le resta soledad a nadie.
La situación política y cultural del país es realmente desastrosa; los medios, como trabajan para esta gente facinerosa, harán de este triunfo un vendaje, una ceguera. Nosotros creemos en la poesía, en lo inevitable. Puede que el cambio político –“un cambio de mentalidad” como dice la gente- venga de un lugar aparentemente despolitizado. A fin de cuentas, más allá de todo el negocio y la turbiedad que mueve a las Instituciones del fútbol y a las Instituciones en general, la gente que ha jugado este deporte, la oncena de anoche, la gente que no ha jugado fútbol, las mujeres que sí juegan, todos saben que dentro de la cancha es otra cosa, como un poeta que está solo frente a sí mismo y da con las palabras y sonríe y sale a la calle y ve a su país, en ruinas, como algo hermoso. Brillaban las botellas en el suelo y todos teníamos el derecho a beber en paz, al margen de los gobernantes y sus instituciones de seguridad pública. Además, como decía Heidegger, el peligro es continuo, y es un estado maravilloso, natural. El miedo es muy distinto.
No es grave, no sean moralistas. Porque si realmente fuéramos sinceros entre nosotros –como lo son los jugadores mientras juegan-, iríamos todos a sitiar La Moneda y pedirle a la presidenta que dimita, que nos pida perdón y que se vayan todos presos. Nosotros no somos asesinos ni pactamos con los asesinos de nuestros padres. Nosotros caminamos por nuestras ciudades combatiendo el miedo inducido por la Impunidad hablando claro y sin reveses. Nosotros somos otro país dentro del basural que han pretendido hacer. Nosotros, depende de nosotros.
Ayer se respiraba un clima de restauración. “El color de la sangre no se olvida”, o como dijo don Jorge Teillier, la infancia es un estado a recuperar. Ayer la realidad y la ficción fueron una sola y la misma cosa, era un sueño de niños.