El recambio de la Roja deberá seguir esperando
Un tapabocas para todos los ansiosos adictos al camino corto fue el fracaso de la Sub 20 en el Sudamericano de Ecuador.
Antes del torneo, afirmado en el muy buen equipo de la categoría de la UC, en el título de L’Alcudia el año pasado, la obligación de incluir juveniles en todos los partidos y en la complicidad de los entrenadores de cadetes plegados al coro de alabanzas sin matices, el medio futbolístico ungió a la generación 1997-1998 como la que proveería el ansiado recambio para la Roja adulta después del Mundial de Rusia 2018.
¿Eso suponía descartar a generaciones anteriores, que probablemente dentro de dos años iban a estar más maduras para asumir la sucesión?
¡Qué problema! Si está Sub 20 tenía comprado el pasaje del futuro.
Bueno, parece que el equipo de Héctor Robles era un espejismo. Fue tan mala su actuación que incluso sus mejores valores quedaron en entredicho como pronto aporte para el equipo de Pizzi.
Sierralta mostró un liderazgo descontrolado; Vargas, escaso espíritu de rebeldía; Suazo y Gutiérrez, imprecisión irritante; Ramírez, tendencia a los errores fatales; Dávila y Jara, una habilidad improductiva; Sierra y Morales, potencia con poca contundencia. Suma y sigue. Tal vez los más sólidos fueron el arquero Collao y el volante de quite Cuadra, sin que en ningún caso eso les alcance para tener en lo inmediato alguna posibilidad de llegar a la Roja mayor.
Dosis de sabiduría
Pero quizás este fracaso fue lo mejor que le podía ocurrir a Pizzi.
Nadie podrá presionarlo para que incluya a alguno de estos imberbes durante las clasificatorias. Y está por verse si algunos habrán madurado y progresado futbolísticamente como para aportar tras el próximo mundial, si es que Chile finalmente lo juega.
Como suele ocurrir en los procesos exitosos, la renovación de la Roja vendrá de una amalgama elaborada con distintas generaciones. En lo posible, más bien centrada en los que rondarán los 25 años.
Porque, aunque hoy suene impensado, la Roja post 2018 debería seguir contando con sus principales actuales figuras. Sobre todo si el equipo juega un buen mundial y las lesiones y la pérdida de ambición no van dejando heridos en el camino.
En ese escenario, hasta Claudio Bravo podría estar en el nuevo proceso. Con 35 años, el capitán perfectamente podría seguir, tal como lo hacen Justo Villar, a los 40 años, o Gianluigi Buffón, a los 38. Medel y Vidal tendrán 31; Sánchez e Isla, 30; Aránguiz y Vargas, 29. La mayoría del resto será incluso más joven. Sería ese un escenario ideal: la columna vertebral de esta generación dorada sirviendo de base y puente para la nueva Roja.
Lo sensato y realista es lo que está haciendo Pizzi. Probar a tipos bien aspectados y con cierto recorrido. Que han madurado de a poco, incluso a golpes y porrazos. Ahí están Roco, Pinares, Pavez y Valencia, entre otros. Provenientes de distintas generaciones, unas más prometedoras y exitosas que otras.
No puede ser de otro modo, pese a la brillantez actual: el fútbol chileno sigue produciendo talentos con calderas a carbón.
Cada generación no forja más de un puñado de promesas, del que se consolida a nivel de selección un número ínfimo.
Actualmente, por ejemplo, de la categoría 83 está Bravo y estuvo Valdivia; de la 84, Beausejour y Mark González, de la 85, Jara; de la 86, Fernández y Díaz; de la 87, Vidal, Medel y Carmona… Dos o tres por cada año de nacimiento, como mucho.
Así seguirá siendo mientras la dirigencia nacional no enmiende rumbo: con torneos largos y competitivos, campeonatos de cadetes más exigentes, captación de una vez por todas de los niños migrantes que aportarán nuevas cualidades al fútbol nacional.
Como todo eso es muy probable que tarde mucho, lo seguro es que la Roja seguirá dependiendo de aportes a cuentagotas.
Así las cosas, más allá de la comprensible frustración por la debacle de la Sub 20, hay que tomar las cosas con calma, asumiendo que el ansiado recambio no depende ni dependerá de una sola generación. Menos de una que demostró no estar todavía a la altura de desafíos mayores.