El fútbol chileno comenzó ahora a exportar sus propios simios

No contentos con haber envilecido la actividad en Chile, los macacos de la barra alba se hicieron famosos internacionalmente, tras haber demorado, a causa de sus incivilidades, la reanudación del River-Colo Colo para su segundo tiempo. ¿En qué momento nuestro fútbol fue cooptado por estas hordas de delincuentes?
Por EDUARDO BRUNA
A estas alturas, debemos reconocer –con vergüenza y dolorosamente- que nos hemos convertido en un país de simios. Y es que lo que hizo la barra alba en el Monumental de Núñez, durante el entretiempo del encuentro entre River Plate y Colo Colo, fue apenas una pálida expresión de lo que vemos día a día en nuestra enferma sociedad. Que esos macacos hayan demorado en varios minutos la reanudación de la segunda etapa, por encaramarse sobre los paneles divisorios entre los sectores del estadio constituye, lamentablemente, apenas una expresión pálida de incivilidades mucho peores y que han ido creciendo de manera exponencial.
Incivilidades que van desde el arrojar mascarillas en la calle con una ligereza que indigna, hasta provocar conflictos violentos de todo tipo con los más variopintos protagonistas. Desde mafiosos vendedores ambulantes hasta escolares, pasando por aparentemente correctos personajes que se salen de sus casillas por quítame estas pajas, nuestro acontecer diario está plagado de una vesania que a estas alturas ya no sólo preocupa, sino que simplemente espanta. Ni hablar de actos delictuales puros y duros. Nos hemos mexicanizado y colombianizado, al punto que Chile se ha convertido en el paraíso de los cumas y los flaites.
¿En qué momento se jodió Chile, parafraseando la pregunta que se hace el protagonista de “Conversación en la Catedral” para plantearse el derrumbe ético del Perú? No es de ahora, por supuesto. Nos jodimos como país luego de vivir una dictadura cuyo repudiable legado fue preservado luego por una despreciable clase política que para nada dimensionó la profundidad del abismo social, educacional y económico en que milicos y poderosos nos habían sumido. Recuperado su protagonismo y sus privilegios, se arreglaron escandalosamente la vida ellos, importándole un pepino la vida miserable que vivían las grandes mayorías.
Chile fue siempre un país pobre y tercermundista, pero sin ser el paraíso ni mucho menos, hasta antes de septiembre de 1973 era decente y muy digno. Sobre todo muy digno.
Los simios del fútbol, que tienen cooptada y envilecida la actividad, son sólo la expresión vergonzosa de una sociedad enferma de gravedad. Los abusos y los robos, a todo nivel, ya ni siquiera espantan. Forman parte de nuestra cotidianidad. Y si a abusadores y ladrones generalmente no les pasa nada, con mayor razón estos delincuentes que se han tomado el fútbol hacen lo que se les da la gana. La palabra “impunidad” es de las más frecuentes en nuestro vocabulario, y aunque estos macacos poseen un léxico que con suerte supera las 300 acepciones, esa sí que la conocen, al revés y al derecho.
Universidad Católica y Colo Colo están pagando, con un alto costo económico e institucional, la conducta de estos simios que se creen hinchas y no son más que una lacra. Hincha genuino es aquel que apoya leal y desinteresadamente sus colores, en las buenas y en las malas, pero que entiende que el rival es sólo un adversario, nunca un enemigo. Hincha es aquel que entiende que, como tal, su rol consiste en alentar, cantar, aplaudir y hasta pifiar a su equipo si se le da la gana, pero que su límite es ese, porque pasarse de la raya y transformarse en un energúmeno lo convierte en el peor enemigo de esos colores que dice amar.
Lo peor de todo es que estos macacos, que alcanzaron vergonzosamente notoriedad internacional en estos partidos de Copa Libertadores, ni siquiera deben tener conciencia del inmenso daño que provocan. Más bien es al revés: hasta deben sentirse orgullosos de su simiesca condición.
Dejé de ir al fútbol una tarde que, enfrentándose Colo Colo y la U, en el Monumental, y estando el partido igualado 1-1, los mal llamados hinchas albos se dieron a la tarea de destruir los asientos de asbesto que el recinto albo tenía por aquel entonces y comenzar a arrojarle los trozos a cualquier jugador azul que transitara cerca de las línea o fuera a servir un lateral. Hasta que un proyectil dio de lleno en el rostro de Pinto, volante de la U, y el corte que le produjo llevó al árbitro a suspender un partido que, obviamente, en esas condiciones no se podía jugar. Sólo alcanzaron a disputarse minutos de ese primer tiempo.
Si eso de por sí era indignante, más indignante fue lo que presencié a la salida. Hordas de simios albos salían cantando y vociferando consignas, absolutamente orgullosos de lo que habían provocado.
Esos mismos simios, tiempo después, privaron a Colo Colo de disputar en su cancha los partidos más trascendentales de esa Copa Sudamericana de 2006 que el Cacique tenía grandes posibilidades de ganar. Venciendo claramente el cuadro de Claudio Borghi, por 4-1 a Gimnasia y Esgrima de La Plata, los imbéciles de siempre agredieron con todo tipo de proyectiles a un jugador argentino que iba a servir un córner. Frente al Toluca primero, y ante el Pachuca, por la final, Colo Colo tuvo que abandonar su estadio a causa del justo castigo impuesto y enfrentar a los mexicanos en el Estadio Nacional.
Como se sabe, Colo Colo perdió 1-2 esa final ante el Pachuca, luego de haber empatado 1-1 como visitante. ¿Pudo sumar ese trofeo el Cacique jugando en su cancha? Imposible saberlo, pero la duda quedó instalada, y para siempre.
La permanente impunidad con la que han actuado estos macacos a nivel casero, los ha llevado a reiterar en el plano internacional desmanes y batallas campales que los han tenido como repudiables protagonistas a través de casi todos los estadios de Chile. Con la diferencia que, mientras acá no ha pasado nada, o muy poco, ese antro de mafiosos que es la Conmebol no ha trepidado en imponer las más draconianas sanciones. Y lo peor es que, en estas decisiones al menos, esos mafiosos han sido, generalmente, de lo más objetivos, ecuánimes y justos.
Universidad Católica, que eliminada de la Copa Libertadores debe pelear todavía por un cupo en la Copa Sudamericana, fue sancionada con tres partidos con la tribuna “Ignacio Prieto” cerrada, puesto que en ese sector se ubicaron los delincuentes que, aparte de lanzar bengalas que hasta hirieron a un niño, profirieron todo tipo de gritos racistas en contra de los hinchas del Flamengo. ¿Se creen arios estos pinganillas? A eso hay que agregar una multa de 70 mil dólares que deberá pagar la institución por esos modelos de hinchas que tiene.
Lo de Colo Colo no es mejor. La Conmebol determinó que el último partido por el Grupo F de la Copa Libertadores, frente a Fortaleza, tendrá que disputarlo sin público en las tribunas. Una decisión lapidaria para el Cacique, que tras la goleada experimentada en Núñez, frente a River, deberá jugarse su última opción de pasar a octavos ante el cuadro del estado de Ceará en un Monumental donde penarán las ánimas. Y obligado a ganar, porque la paridad no le alcanza.
El perjuicio económico para Colo Colo, por concepto de taquilla, se calcula en 300 millones de pesos. No es todo: a esa pérdida deben sumar los 90 mil dólares de multa que deberá pagar a la Conmebol, gracias a esos delincuentes que se dicen hinchas y que cometieron todo tipo de desmanes en Macul, durante el partido de los albos frente a River Plate.
Por supuesto que, conocidas las sanciones, ambos clubes anunciaron que apelarán. A la espera de ese trámite, Universidad Católica podría enfrentar a Talleres de Córdoba con público, pero tendría que cumplir luego si clasifica a la Copa Sudamericana.
En cuanto a Colo Colo, es lo mismo. Como es altamente improbable que la Conmebol, a través de su comisión disciplinaria, resuelva antes, el Cacique podría enfrentar con público a Fortaleza, pero de clasificar tendría que cumplir la sanción en su eventual encuentro de octavos. Y si no logra quedar entre los 16 mejores, el castigo quedaría pendiente para futuras instancias. La Copa Sudamericana, por ejemplo.
Respecto de la sanción pecuniaria para ambos, la apelación no tiene cabida. La Conmebol simplemente se paga descontándoles a los clubes de lo que les corresponde por su participación en esta fase de grupos.
¿Meditarán en algún momento estos delincuentes disfrazados de hinchas respecto del inmenso daño que producen al club que dicen seguir y querer? Las pinzas. Ni lo piensan ni les interesa. Estos cavernarios vienen actuando desde hace tiempo, y como la impunidad campea, seguirán cometiendo barbaridades mientras no tengamos autoridades que, más allá de los vicios que ha producido una sociedad profundamente injusta y desigual, entiendan que cambiar eso va a llevar años, quizás décadas, pero que mientras tanto se hace indispensable actuar con decisión y firmeza, porque como sea los normales y decentes son más y merecen ser protegidos de los incivilizados y los delincuentes.
Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York entre 1994 y 2001, ganó las elecciones impulsado por una plataforma electoral en que su lema fue “Tolerancia Cero”, pero que interpretó mayoritariamente los que los neoyorquinos en ese momento pedían a gritos, hartos de crímenes y delitos de toda naturaleza y calibre, que hacían de la ciudad uno de los sitios más peligrosos para vivir de todo Estados Unidos. ¿Ultra conservador? ¿Un fascista encubierto? Las etiquetas le sobraron a Giuliani, pero aplicando a rajatabla su plan, que tanto espantaba a los paniaguados, logró combatir con éxito los delitos y las incivilidades, haciendo de Nueva York una de las ciudades yanquis más seguras, tras haber sido lo más parecida a un infierno.
Aunque sea lo más políticamente incorrecto que puede haber, hay que decir que nos hace mucha falta un Giuliani. Un tipo que entienda que vivimos inmersos en una sociedad enferma que requiere de cirugía mayor. Que, mientras se acometen los profundos cambios que es urgente hacer, partiendo por la educación, los que se pasen de la raya y vulneren la ley tendrán que atenerse a las consecuencias. No con sanciones para la risa, como eso de “firma mensual”, “reclusión domiciliaria nocturna”, “reclusión total” o “no acercarse a la víctima”. Penas de cárcel efectiva, en sus distintos grados. Sencillamente porque la situación no tolera más indecisiones ni dilaciones. O la gente decente tiene un respiro o simplemente nos rendimos a los patos malos de diferentes raleas.
Mientras tanto, nuestros clubes de fútbol pueden hacer la pega que les corresponde. Denunciar a esos simios con nombre y apellido, porque los conocen de sobra, y que, como en Inglaterra, tengan que presentarse en el retén más cercano a su domicilio los días de partidos, para sólo ser puestos en libertad cuando ya no constituyen un peligro para nadie. ¿No hay leyes que lo permitan? Pues que el Ejecutivo las dicte y el Parlamento las discuta, pero con urgencia. La misma que han tenido cuando les ha convenido a ellos o a los poderosos que les financiaban las campañas.
Tengamos claro que, desde hace años, el fútbol enfermó por el virus que le inocularon estos simios. Y que puede morir si no encontramos a tiempo la vacuna. Si luego del Covid el mundo está expectante por el surgimiento de la llamada “Viruela del mono”, los monos de los estadios siguen haciendo de las suyas, sin que nunca les pase nada.