El éxito belga, o la circular de monsieur Sablon que obligó a jugar con el 4-3-3

Imagen del autor

Por José Roggero
Actualizado el 9 de julio de 2018 - 12:35 pm

La espectacular selección de Hazard, De Bruyne y Lukaku no es fruto de una «generación dorada». Dorada es más bien la decisión que tomó Bélgica hace 18 años y que, sea cual sea el resultado del partido de mañana martes ante Francia, le garantiza nuevos y mejores éxitos futuros.

El fracaso en la Eurocopa del año 2000 fue el punto de inflexión. Quedar eliminada en fase de grupo en un torneo que disputaba como local, supuso un terremoto para el orgullo belga. Mal que mal, sin ser una potencia futbolística, hasta entonces lucían un sub título y un tercer lugar en las Eurocopas de 1980 y 1972, y un cuarto puesto en el Mundial de México 1986, de la mano del genial Enzo Scifo, en el inicio de un ciclo virtuoso que se prolongó en Italia 1990 y Estados Unidos 1994.

Hace casi 20 años el ánimo estaba por los suelos. Haber sido humillada por la entonces aspiracional y tosca Turquía significó un shock que a los belgas dejó paralizados, pero por poco tiempo.

Tal vez ser permanentemente influidos por dos potencias vecinas como Francia y Holanda -ejemplos de la ejecución de proyectos impulsores hacia la cima del fútbol- actuó como un influjo que hizo reaccionar con rapidez al balompié belga.

Es que solo a partir de todas las decisiones tomadas apenas asimilado el bochorno, durante la primera década del siglo 21, se puede entender la eclosión de esta nueva sensación del fútbol que mañana martes luchará con Francia por el honor de poder disputar por primera vez una final mundialista. Únicamente desde la base construida hace ya 18 años se puede admirar sin atribuirlo al destino o a la magia la calidad de jugadores tan diversos como Hazard, De Bruyne, Lukaku, Courtois, Kompany o Fellaini.

Decididos a no quedarse en el lamento, los belgas se pusieron en acción apenas terminada esa decepcionante Eurocopa.

Las primeras conclusiones apuntaron a las causas del estancamiento. Así concluyeron que no había criterios homogéneos en las categorías formativas, poco y nada habían aprovechado el rico aporte de la migración africana, árabe y la diáspora balcánica de los años 90 y, para peor, la «Ley Bosman» surgida por entonces había debilitado el fútbol profesional, tal como le había ocurrido al resto de la clase media futbolística europea, incapaz de soportar la sangría que simultáneamente robustecía a las potencias de ese continente gracias a la libre circulación de futbolistas nacidos en la Comunidad Europea.

¿Qué hicieron entonces?

Primero que todo, entregarle el mando de la reestructuración a un entrenador, no a un gerente o a un dirigente. No: a un hombre que conocía el fútbol desde dentro. Y desde hacía años.

Eso era Michel Sablon, el padre de la nueva Bélgica. Un tipo a la sazón de 53 años, miembro de la Real Federación Belga de Fútbol y que había sido entrenador asistente en la banca de los diablos rojos en los mundiales de 1986, 1990 y 1994.

Las decisiones que tomó pueden aparecer increíbles para un fútbol desorganizado y cortoplacista como el sudamericano. Por lo mismo, vale la pena explicarlas.

Sablon juntó a su equipo colaborador y le ordenó comunicarse con todos los clubes con series menores para exigirles la entrega de toda la información sobre su trabajo formativo. En una reacción propia de la idiosincrasia belga, en poco tiempo Sablon tenía en su computador la información requerida, incluyendo toda la concerniente a 1.500 partidos jugados en las categorías cadetes en los últimos años.

Supo así cuáles eran las debilidades por atacar.

Y las encaró con prontitud. Como organigrama, dividió el fútbol menor belga en selecciones cadetes, clubes y academias formativas privadas.

Las tres decisiones clave

Reconstruido el andamiaje, Sablon redactó una circular y la envió a toda la estructura formativa del fútbol belga. Profesional y aficionada.

¿Qué ordenaba esa circular?

Básicamente, tres cosas.

La primera, incorporar en las series infantiles a la mayor cantidad posible de niños migrantes, que hacían nata en las pichangas callejeras de los barrios periféricos de Bruselas, Lieja, Brujas o Gante (por citar las principales ciudades), pero que casi no tenían cabida en el fútbol federado. Así rápidamente las series menores se poblaron de chicos africanos negros, magrebíes y de los países más dañados por la desaparición del imperio soviético.

La segunda, segmentar el tipo de partidos según la edad de los niños. Comenzaban jugando cinco contra cinco, luego siete contra siete y terminaban ya adolescentes disputando partidos normales de 11 contra 11. Así se lograba que los niños desarrollaran ante todo habilidad y osadía para proponer duelos individuales. El aprendizaje táctico venía con el tiempo, una vez que la destreza y la técnica ya estaban asimiladas.

La tercera, tal vez impensable en un país como el nuestro, donde cualquier intento de estructuración social suena a cuco estatista, consistió en obligar a los clubes a jugar con el mismo dibujo de 4-3-3, con delanteros abiertos que hubiesen aprendido a actuar de punteros desde casi salidos de la cuna.

¿Les suenan Hazard, De Bruyne, Mertens o Carrasco-Ferreira? Si hoy los podemos disfrutar es porque -¡increíble!- ningún club osó desobedecer semejante imposición.

Mejoramiento continuo

Los primeros frutos de tamaña revolución empezaron a verse en la segunda mitad de la década. Aunque fue eliminada por España a penales, Bélgica se lució en la Eurocopa sub 17 del año 2007, disputada en su suelo. La sola aparición de Hazard y Christian Benteke (un símil de Lukaku, desembarcado a última hora del plantel actual) convencieron a todo que el proyecto de Sablon iba por buen camino.

Tan bueno era el tránsito que franceses y holandeses se convencieron que en las canchas flamencas y bayonas había talento de sobra y con una madurez anticipada. Por eso el mismo Hazard fue reclutado por el Lille de Francia a los 14 años. Y Alderweireld y Vertonghen, los defensas que soportaron días atrás el vendaval brasileño, llegaron al Ajax con 16.

Tampoco en esto hubo influencia divina. Ocurría que -otra vez imposición de Sablon mediante- los clubes estaban obligados a ascender entre una y dos categorías a los mejores. Por eso Hazard disputó esa Eurocopa Sub 17 con apenas 15 años, y luego defendió a la selección sub 19 con 16 y a la adulta ingresó con 17. Lukaku y otros vivieron un recorrido igual de vertiginoso.

Pero así como los eximios eran madurados anticipadamente, los expertos se dieron cuenta que los chicos menos maduros solían quedar en el camino porque les costaba más tomar buenas decisiones durante el partido.

¿Por qué ocurría aquello?

La neurología dio con la causa. Todo era muy simple. Como tendencia general, un niño nacido en los primeros meses de un año determinado madurará en la adolescencia antes que otro nacido en los meses ulteriores. Lección: no había que deshacerse así no más de un futuro diamante en el descarte que todos los equipos del mundo hacen cada fin de año. Si el chico en cuestión resolvía mal las jugadas pese a su talento, era cuestión de esperarlo el tiempo necesario para que su mente discerniera mejor. Esa actitud de paciencia se convirtió en otro de los axiomas que rigen hoy la formación del fútbol belga.

Por todo lo descrito mañana Bélgica jugará el partido más importante de su historia ante un gigante como Francia, que revolucionó la formación de futbolistas dos décadas antes, a comienzos de los años 80.

Sea quien sea el ganador, habrá vencido el fútbol desarrollado a partir de la toma de decisiones de bien colectivo, apoyado en la ciencia médica y deportiva y que incluye y propicia al talento sin importar su origen racial.

Ese será, por cierto, el mayor triunfo de monseiur Sablon, que verá el partido sin buzo y seguramente en su domicilio debido a que se retiró en el 2012 del puesto de mando desde donde cambió para siempre al balompié de su país.