El campeón feo

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Por Julio Salviat
Actualizado el 16 de julio de 2018 - 6:10 pm

Francia estuvo lejos de ser un equipo gustador, pero sus méritos para consagrarse campeón de Rusia 21018 no pueden ser discutidos. Con un sistema a la italiana practicado por grandes jugadores derribó a los gigantes y sólo entregó un empate cuando le convenía.

Con veinte años de diferencia, la jubilosa celebración fue idéntica: millones de personas en los Campos Elíseos, marejadas humanas en torno a la Torre Eiffel, calles bloqueadas en las riberas del Sena. Tres horas demoró en 1998 el bus que trasladaba a los periodistas desde el Centro de Prensa del estadio parisino hasta el centro de la ciudad, unos cinco kilómetros. Y ahora debe haber ocurrido lo mismo.

Otras similitudes: el equipo del 98 pasó sin sustos la ronda inicial y también se encontró con Dinamarca en el tercer partido; tanto antaño como ahora, en octavos de final tuvo que enfrentar a un equipo sudamericano, y sufrió más con Paraguay entonces que con Argentina ahora; en cuartos de final no recibió goles enfrentando a Italia esa vez y Uruguay en esta; en semifinales venció muy ajustadamente a Croacia, y ahora estuvo afligida ante Bélgica; y en la final, boleta al Brasil de Ronaldo y goleada a la Croacia de Modric.

La gran diferencia radica en que el equipo que dirigía Aimé Jacquet y lideraba Zinedine Zidane hace dos décadas era mucho más brillante que el que ahora dirigió Didier Deschamp y no tuvo líder.

Lo que nadie puede discutir es si merecía el título. Ahí no hay dos opiniones: lo mereció con creces. Ganó seis de sus siete partidos, y el único empate se produjo cuando el resultado no importaba. Dejó en el camino a los grandes cucos de este Mundial: primero, a Argentina; después, a Uruguay; más tarde, a Bélgica, que le facilitó la tarea al dejar afuera a Brasil. No deja de ser importante esto último: por lo que se vio, los “verdeamarelha” eran los únicos capaces de ganar a los “bleus”.

La gente estaba con Bélgica primero y con Croacia después, por un asunto de paladar y de corazón. El juego de los belgas era vistoso y efectivo, y tenía a Eden Hazard como gran figura; el de los croatas, sacrificado y eficiente, con Luka Modric brillando en el mediocampo. Pero ninguno alcanzaba la solidez de los defensores franceses, su capacidad para manejar situaciones y ritmos en el mediocampo y la velocidad de sus contraataques.

Ese estilo algo mezquino tiene su explicación: Didier Deschamps, capitán en Francia 98, jugó y se hizo entrenador en Italia. Allí aprendió cuánto sirven las mezquindades en el fútbol. Supo que muchas veces es preferible esperar que imponerse. Con sistemas cautelosos, lo demás dependerá de la calidad de sus futbolistas. Y Francia los tenía a montones.

Hace cuatro años, cuando el país galo todavía lamentaba la eliminación de su escuadra a manos de Alemania en cuartos de final de Brasil 2014, hubo un entrenador que miró el asunto de manera distinta. Marcelo Bielsa, que dirigía al Olympique de Marsella y ya conocía el nivel de la liga francesa, vaticinó que el futuro era más que promisorio: detectó -y lo dijo- que Francia tenía el mejor contingente joven del mundo. Aventuró que una veintena de veinteañeros iban a ser contratados muy pronto por clubes de las mejores ligas europeas. Y acertó: 15 de los mejores 20 equipos catalogados en el ranking de la UEFA tiene jugadores franceses. Y tres de los cinco jugadores más caros de la historia (detrás de Messi y Cristiano Ronaldo) están Kylian Mbappé, Paul Pogba y Ousmane Dembelé. Francia ganó el título con un plantel que premia 26 años de edad. Uno menos de lo que dicen los cánones clásicos.

Jugadores de esa calidad hicieron que el sistema de Deschamps funcionara a la perfección. Con una etapa formativa común y un entrenador de larga permanencia, Francia tuvo un gran arquero, Hugo Lloris, que no fue el mejor del torneo por un error cometido en el partido final.

Su estructura de juego se basó en la fortaleza defensiva, con cuatro gigantes en línea y dos todoterrenos de buena técnica: N’Golo Kanté y Paul Pogba. Los laterales avanzaban de cuando en cuando, pero lo hacían de buena manera; Benjamín Pavard anotó uno de los mejores goles del campeonato y Lucas Hernández dejó pocos flancos por su costado. Raphaël Varane y Samuel Umtiti, altos, fornidos, grandes cabeceadores y de buena técnica, constituyeron la mejor dupla del campeonato.

Kanté sorprendió con su despliegue y Pogba superó todo lo que se le ha visto en el Manchester United, donde deambula como un fantasma y no tiene influencia alguna en el juego. En sus labores defensivas tuvieron siempre el apoyo de los otros dos volantes y de los delanteros. Blaise Matuidi y Mbappé trajinaron con acierto, marcaron con solvencia y, mientras el primero auxiliaba, el segundo sorprendía con su admirable velocidad. A ellos se unía permanentemente Antoine Griezmann, uno de los grandes de este torneo, capaz de quitar, organizar y definir.

Para que Francia fuera el equipo perfecto sólo le faltó un gran centrodelantero. Olivier Giroud fue aplaudido por su despliegue y sus correteos, pero frente al arco no tuvo éxito: sólo una vez acertó con el arco, casi nunca ganó por arriba y volvió a su país sin inscribirse en la table goleadores. Había uno mejor que él en el equipo, Ousmane Dembelé, pero el entrenador es duro de cabeza. Así como lo dejó de suplente, marginó a dos que la galería solicitaba: Karim Benzema y Frank Ribery. Y nadie puede reprochárselo