Dinastías en el fútbol: los hijos ya muestran sus credenciales
La vida del hijo de futbolista se construye con materiales distintos a los habituales y no sorprende nada que la pasión y el oficio se traspase como testimonio de posta, en forma de herencia.
Por SERGIO GILBERT J.
No es poco frecuente que los hijos de futbolistas imiten a sus padres e intenten emular la gloria que vieron o escucharon de ellos.
El niño-hijo de jugador es distinto a otros. No ve mucho a su progenitor los fines de semana, pero sí en las tardes de días laborales. No sabe mucho de lo que hace, pero tiene conciencia que, si lo hace bien o mal, de todas maneras se sabrá. En varias ocasiones, ese padre con oficio distinto puede ser ídolo de un vecino o un “enemigo” del profe de matemáticas por ser del equipo contrario. Todos tienen derecho a opinar de él. A amarlo y a odiarlo.
Por eso, la vida del hijo de futbolista se construye con materiales distintos a los habituales y no sorprende nada que la pasión y el oficio se traspase como testimonio de posta, en forma de herencia.
Claro, el peligro es inminente porque al producirse el debut en escena del hijo de futbolista, de inmediato se activa el deseo de comparación. ¿Será mejor que el papá? ¿Llegará más lejos que él? ¿Le pegará con la misma precisión a la pelota?¿Será igual de fiero?
Y lo peor es que casi hasta el infinito el efecto comparativo estará presente. Es como una maldición.
No, no es fácil ser hijo de futbolista. Los nombres de entrada se olvidan y pasan a ser “el hijo de…” antes que un sujeto con personalidad propia.
En el torneo chileno de Primera División, hay ejemplos notorios. Anote: Andrés Robles, el defensor de Antofagasta, es “el hijo de Héctor”; Fernando Cornejo, de retorno este año en Audax Italiano, es “el hijo del Corazón de Minero”; Martín Villarroel, joven volante defensivo de Santiago Wanderers, es “el hijo del viejo Moisés”; Bruno Barticciotto, hoy en Palestino, es “el hijo de Barti”: y Vicente Pizarro, que se abre paso en Colo Colo, es “el Kaiser chico, el hijo de Jaime”.
Injusta mochila la que ellos deben cargas sobre sus espaldas.
Todos, sin duda, crecieron sabiendo de las aventuras y desventuras de las carreras deportivas de sus progenitores. Y con seguridad, ellos mismos fueron los primeros que los incentivaron a seguir la misma ruta.
Pero eso no implica que cada vez que toquen la pelota nos obliguen a emularlos. No solo es una injusticia. Es, derechamente, una tontería.
Es que si bien puede que algo nos pueda hacer recordar a sus padres -su rostro, su físico, su personalidad- los jóvenes talentos con apellidos conocidos tienen el mismo derecho que alguna tuvieron los que le dieron la vida: escribir su historia, con sus propios aciertos y errores.
De hecho, ya lo están haciendo.
Andrés Robles es un zaguero fiero y muy temperamental. Su agresividad lo perjudica; Fernando Cornejo es un volante mixto con intermitencias de rendimiento; Martín Villarroel es táctico, pero le falta más agresividad; Bruno Barticciotto tiene la ventaja de jugar por ambos perfiles del ataque; Vicente Pizarro es un mediocampista de esos modernos, que contiene pero que también hace bien el pase de salida para la creación.
Todos tienen sus virtudes. Y sus limitantes. Tal vez alguno llegue a ser figura o quizás otro se quedará a medo camino.
No se sabe.
Pero lo que sea, será por lo que hagan en la cancha. No lo que puedan ser… en el nombre del padre.