De Eusebio a Cristiano Ronaldo: Portugal, la eterna promesa del fútbol
Nunca le han faltado bondades, pero siempre han terminado fallando. Independiente de lo que consigan este domingo, los lusos pueden considerarse a sí mismos como unos perfectos despilfarradores.
Lo mejor que ha dado Portugal al fútbol es Brasil.
¿Suena duro?
Puede que sí para un país abundante en talento, pero la historia respalda tal ironía: los ex colonizadores navegantes debieron mirar resignados como los ex colonizados se convirtieron en los mejores del mundo mientras que ellos son un monumento a la frustración.
Así no más ha sido. Portugal siempre prometió más de lo que ha conseguido. Es un perfecto sinónimo de espejismo. Se le suele ver como una potencia cuando en realidad sus resultados no dan más que para puntear en el ranking de las eternas promesas.
Tal vez todo sea culpa de los años 60. Los triunfos europeos del Benfica y el tercer lugar en el Mundial de 1966 (de paso, recién el primero de su historia) hicieron creer en la irrupción de una nueva potencia. Es que Portugal era como un calco de Brasil. Buen juego, habilidad y, para más remate, un goleador de estirpe, casi un émulo de Pelé: Eusebio, la “pantera negra”, nacido en Mozambique y uno de los primeros jugadores de color que lograron su redención personal emigrando a las tierras de aquellos que sometieron a sus antepasados.
Sí, definitivamente. Fue culpa de los años 60, porque después de ese tercer lugar Portugal se alejó por 20 años de citas mundialistas. Reapareció en México 86 mostrando a una pequeña joya como el puntero derecho Paulo Futre. Pero aparte de él, nada más, porque el equipo no pasó del grupo. Primera gran decepción.
Empezó allí una nueva sequía mundialista a nivel adulto, que solo acabaría 16 más tarde, en Corea-Japón 2002.
Sequía adulta, porque a partir de 1989 los lusos comenzaron un ciclo virtuoso a nivel sub 20 que los convirtió por fin en campeones mundiales ese año y también en 1991, subcampeones en 2011 y terceros en 1995.
Los dos primeros títulos revivieron esa antigua ilusión de arribar al primer mundo del fútbol.
Es que era una generación dorada. Con Luis Figo, Rui Costa, Fernando Couto, Paulo Sousa y Joao Pinto, entre otros, cada uno peleando al poco tiempo el derecho a ser considerado como el mejor en su puesto.
Lo malo es que sus éxitos colectivos juveniles eclipsaron en la adultez. Cero logro y rostros confundidos preguntándose el porqué después de cada fiasco.
La aparición de Cristiano Ronaldo a mitad de la década pasada no hizo sino que alimentar el mito de potencia en ciernes. Es verdad: con él en cancha el rendimiento se hizo consistente y duradero. Tres clasificaciones consecutivas a los mundiales de 2006, 2010 y 2014 así lo certifican.
El primero de esos torneos despertó la ilusión. En su grupo Portugal derrotó a Inglaterra y eliminó en octavos de final a Holanda. Todo acabó en semifinales con la derrota ante Francia.
Después la cosa ha ido en declive. En Sudáfrica 2010 la despedida ocurrió en octavos de final por culpa del futuro campeón España. Y en Brasil 2014 la decepción fue absoluta. Eliminación en primera ronda y un humillante debut 0-4 ante Alemania que, tal como España cuatro años antes, acabaría siendo el mejor de todos.
Todo muy decepcionante. Pero nada como la peor frustración, caída como una maldición en 2004, cuando perdió la final de la Eurocopa en su propia casa, frente a una voluntariosa Grecia, tan falta de calidad como abundante en coraje. Aquello sí que olió a tragedia. Era una despedida gloriosa para su generación de oro. En un compendio de su historial de impotencias y frustraciones, Portugal fue incapaz de imponer su talento. Era cosa de enhebrar un par de paredes, probar con una que otra gambeta dentro del área helénica, disparar algún misilazo aprovechando el buen pie de sus volantes.
No hubo caso. Nada resultó. Y la tragedia griega acabó siendo portuguesa.
Este domingo Portugal intentará aprovechar lo que tal vez sea el último envión que puede darle Cristiano Ronaldo. Difícil es que el vanidoso del Real Madrid esté en forma para la próxima Eurocopa. Y un mundial sí que le queda grande, porque no tiene compañeros a su altura.
Es ahora o nunca. Será contra una Francia que sí ha sabido sacarle provecho a las generosas canteras de sus ex colonias africanas y árabes. No como Portugal, que inexplicablemente después de Eusebio le dio la espalda a la negritud de sus ex territorios colonizados.