Cuando Perú debutó en México 70 a dos días de una tragedia nacional
El 31 de mayo de 1970, un sismo de 7,8 grados arrasó el pueblo de Yungay, cobrando la vida de 80 mil personas. Cuarenta y ocho horas después, el elenco del Rímac llevaba alegría a su vapuleado pueblo venciendo 3-2 a Bulgaria en el debut. Un recuerdo para el hermano país que hoy, 28 de julio, celebra su Independencia.
Por PATRICIO VARGAS
“Huascarán traicionero, han matado a mi puebloA un pueblo chiquitito. A un pueblo bonito.Ya no llores Yungay tierna, Ya no llores, Ya no llores, Tus jóvenes y tus glorias, todos ya están en el cielo. El 31 de mayo desapareció mi tierra. Falleció mi madre y padre. He quedado huerfanita. Huerfanita sin hermanitos” (Nelly Torres, huerfanita de Yungay).
«Si un marciano preguntase qué es el fútbol, un vídeo del partido Brasil-Perú del Mundial de México de 1970 lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística» (Alastair Reid, poeta escocés).
El 31 de mayo de 1970, luego de un violento sismo, un bloque de hielo se desprendió del nevado Huascarán, en el centro norte peruano, y arrasó con el pueblo de Yungay. Los 7.8 grados del terremoto de Ancash dejaron más de 80 mil muertos. Nada nuevo para un continente que convive con la tragedia y resignado a los devenires de la naturaleza.
Ese mismo día comenzaba el Mundial de fútbol en México. Ese que nos contaron desde niños que había sido el mejor de los mundiales y que se organizó en un país que había recibido los juegos olímpicos dos años antes. Esos juegos que, en su inauguración, vieron un papalote negro lanzado contra el presidente Díaz Ordaz, responsabilizado de la matanza de Tlatelolco, ocurrida unos días antes. Esos juegos de Smith y Carlos levantando el puño del Black Power contra el racismo en EEUU.
El alma futbolera peruana esperaba ansiosa que la rojiblanca jugara un Mundial al que había clasificado por primera vez después de la invitación uruguaya de 1930. En las clasificatorias, además de derrotar a Bolivia, se dieron el gusto de ser el último equipo en dejar fuera de un mundial a Argentina (que había peleado la organización del torneo), en una inolvidable tarde de Roberto Challe y “Cachito” Ramírez, en “La Bombonera”. El partido significó la primera transmisión vía satélite de la historia del Perú y estuvo marcado por la intensidad del juego y por episodios como el corte del short de Perico León por parte del técnico Waldir Pereira, Didí: “Si la cosa se pone complicada, te lo rompes y hacemos tiempo”.
El gobierno de la Revolución de las Fuerzas Amadas, encabezado por Velasco Alvarado, instalado luego de un golpe en 1968, hizo del triunfo una gesta nacional. Si cuatro mil personas despidieron al equipo antes del partido, imaginemos cómo fue el regreso a Lima. En un país en pleno proceso de reforma agraria, el mensaje del presidente no podía ser otro: “Júbilo nacional resuena vibrante en campos de Talara y emociona al campesino humilde”. Galeano nos dijo que el fútbol y la patria están siempre atados.
¡Perú Campeón! ¡Perú Campeón!
Dice en cada palpitar mi corazón.
Hay que ir a triunfar al mundial.
Venceremos a todo rival,
Con el lema: Perú a campeonar,
(Félix Figueroa Goytizolo. Perú campeón).
La campaña en el Mundial fue impresionante para un equipo joven, formado sólo por futbolistas que jugaban en una la liga peruana profesionalizada recién en 1951.
Hasta ese entonces, el fútbol peruano había logrado el título de campeón sudamericano en 1939 como local, y tres años antes había tenido una controvertida participación en los Juegos Olímpicos de Berlín, la que se ha mitificado con el correr de los años: luego de imponerse en el primer partido 7×3 a Finlandia, se jugaba el paso a la semifinal contra Austria. Ganaron 4×2, pero el partido fue anulado luego de algunos incidentes y el equipo peruano, al sentirse perjudicado, no se presentó a un match reprogramado. Ha pasado a la historia peruana como otro intento de Adolf Hitler por evitar que un equipo mestizo y mulato superara a uno ario. La versión colectiva de Jessie Owens. La realidad tuvo matices. Pero esa es otra historia.
El mejor Mundial tuvo el privilegio de hacer confluir a equipos inolvidables. A las semifinales llegaron cuatro selecciones campeonas del mundo, tres de ellas con posibilidades de llevarse la Copa Jules Rimet si ganaban el título. El Brasil de los cinco “dieces”, la Alemania de Beckenbauer y la Italia del “Bambino di oro”, Gianni Rivera. Las potencias europeas jugarían el partido del siglo en esa semifinal. El Uruguay de Cubillas cerraba una tetrarquía increíble, pero en la que se impondría solo un monarca. O Rei.
El equipo peruano debutaba frente a Bulgaria dos días después del desastre de Yungay. El minuto de silencio previo al encuentro, para muchos, hizo que los dirigidos por Didí entraran arrastrando las piernas, descolocados, sin magia, pesando en ellos las vidas perdidas. Uno a cero abajo y al entretiempo. En ese momento, el dirigente Javier Aramburú tuvo un momento de ingenio providencial: sacó de un macetero un puñado de tierra e hizo que los jugadores la besaran. ‘Es tierra peruana’, les dijo. Iniciado el segundo tiempo, un error del portero Rubiños los dejó dos a cero abajo. La desilusión era inminente. Pero el empuje y la enorme calidad de la generación dorada del Perú volteó la historia. Gallardo, Chumpitaz y el mejor jugador joven de esa copa, Teófilo Cubillas, dieron el tres a dos a Perú. Épico. Para los jugadores, el triunfo fue un regalo para un pueblo sufriente.
La victoria tres a cero frente a Marruecos no hizo más que acrecentar el optimismo. El imparable Cubillas, dos veces, y Roberto Challe, cerraron el triunfo. La derrota tres a uno ante Alemania Federal no disminuyó el optimismo, aunque en la ronda de cuartos de final se enfrentaran a ese mítico Brasil. El fútbol peruano se veía reflejado en el modelo futbolístico del jogo bonito y Didí, su director técnico, había sido dos veces campeón del mundo. Conocía al eventual enemigo.
En más de una ocasión el diario El Comercio habló de la posibilidad cierta de que Perú volviera a casa con la Copa Jules Rimet. Velasco Alvarado espetaba lo propio en un mensaje lleno de tonalidad marcial, “ahora o nunca. Esperamos el triunfo con fe y optimismo”. Mientras tanto, la población peruana distribuía su energía celebrando los triunfos de su selección y participando en campañas de ayuda para los afectados por la tragedia.
La derrota cuatro a dos a manos de los futuros campeones (en todas sus participaciones mundialistas: 1930,70, 78, 82 y 2018, Perú ha enfrentado a quien resulta campeón), y que para muchos significó un triunfo moral, no evitó el tibio recibimiento que tuvo el plantel al llegar a casa. Dos victorias, dos derrotas. Ocho goles a favor, ocho en contra. Séptimo lugar. Rumores de la tradicional indisciplina de algunas de nuestras selecciones sudamericanas hicieron que el gobierno abriera una investigación que incluía a una gran cantidad de funcionarios que, ministro del interior incluido, viajaron al Mundial.
La dictadura se distanció de quienes había utilizado por más de un año para imaginar su idea de nación. La Patria no podía ser víctima de derrotas.
Si bien Chile eliminaría a Perú en el camino a Alemania 74’, al año siguiente la generación dorada de Cubillas, Chumpitaz, Gallardo, Challe, Sotil y Ramírez levantaría el segundo título sudamericano de su historia.
En el camino a la clasificación para Argentina 78’, vendría el desquite con Chile en un Perú que se preparaba para el centenario de la Guerra del Salitre. Concluido el partido con un dos a cero para Perú, el dictador de turno, Francisco Morales Bermúdez, bajó a la cancha del Nacional de Lima a pedirle la camiseta número catorce a Julio Meléndez y así, entonar el himno nacional a capella con casi setenta mil personas.
Los partidos de fútbol duran siempre más de noventa minutos y es imposible separarlos del devenir de las sociedades, de sus proyectos colectivos y de sus tragedias indescifrables.
Las citas en España 82’ y treinta y seis años después en Rusia, tuvieron a Perú de vuelta. Perú en Argentina 78’. Otra gran historia.