Crónicas de Sergio Ried: Madrid, de dulce y agraz
Un agravio de la jefa de prensa, la derrota del Feña en la final y un grato encuentro con el gran Roger Federer, recuerdos de un torneo en la capital española.
Por SERGIO RIED / Fotos: ARCHIVO
EL AGRAZ
Difícil me resulta olvidar mi último Masters 1000 de Madrid en 2006. Porque tuvo de todo para nuestro tenis y para este corresponsal del programa deportivo de radio BíoBío, dirigido por Fernando Solabarrieta.
Para comenzar, no alojé, como de costumbre, en el hotel destinado a los periodistas, sino que en un modesto hostal, debido a mi tardía acreditación.
Seguido por la inexplicable actitud de la encargada de prensa, que pese a nuestra antigua amistad desde sus trabajos en torneos de Santiago y Key Biscayne, tuvo un trato despectivo para conmigo y mi hija Paola, con la que había trabajado en el Lipton de Key Biscayne.
Eso, en el plano personal, porque en el tenístico, las cosas no fueron mucho mejor. Nicolás Massú perdió en segunda ronda con Roger Federer, 6-3 y 6-2, y Fernando González de descollante actuación, cayó ante el mismo suizo en una final en la que dio lucha sólo en el primer set, que perdió 7-5, cediendo los dos restantes (la final era a cinco sets), 6-1 y 6-0, ante el mejor tenista de la historia.
Como datos anecdóticos hay que decir que en el Madrid Arena esa tarde estaban en la tribuna los Presidentes de Chile Eduardo Frei y Ricardo Lagos, que se encontraban en la capital española con motivo de una cumbre internacional.
También, sentada a pocos metros, la actriz ibérica Penélope Cruz, que con su belleza y simpatía nos hizo más grata la final.
EL DULCE
Pese a que Roger Federer fue el verdugo de los dos tenistas chilenos, conmigo tuvo un gesto que compensó con creces esas derrotas. Yo lo había conocido en el US Open un tiempo atrás, cuando lo dirigía el sueco Peter Lundgren, que recién había dejado esa misma tarea con Marcelo Ríos, por lo que teníamos una cordial relación.
Aprovechando esa amistad me acerqué a la cancha de Flushing Meadows en que se encontraba entrenando al gran Roger. Yo llevaba un ejemplar de mi revista Quince Cero, con él en la portada y en páginas centrales. Se la regalé y de ahí en adelante siempre me reconocía y charlábamos unos momentos.
Así fue como sucedió este chascarro de Madrid, cuando yo me encontraba en la sala de prensa y él apareció buscando a un periodista suizo. Lo vi y me acerque va saludarlo y le pedí que me firmara mi libro «7 VIDAS junto al tenis», recién aparecido.
Accedió gustoso y se aprestaba para llevárselo cuando tuve que decirle que, desgraciadamente, era el último de los 20 que había llevado y no podía dárselo. Comprendió la situación, se rió y me dijo: «Me lo llevas a Roland Garros».
Lo que cumplí con todo agrado.