Crónicas de Sergio Ried: Felipe Locicero, el artífice de Vilas

Nunca pensó este peluquero rosarino, que al mudarse en 1961 con su esposa e hija a Mar del Plata, iba a dejar las tijeras y el peine para convertirse en entrenador de tenis y menos aún que sería el formador del mejor tenista de la historia argentina y uno de los mejores del mundo.
Por SERGIO RIED / Fotos: ARCHIVO
En los años 50, la ciudad balneario de Mar del Plata tomó una importancia impensada, debido a la fiebre inmobiliaria que la invadió y el escribano Roque Vilas pasó a ser un personaje importante de la ciudad, porque gran parte de las escrituras pasaban por sus manos. Por lo que no extrañó que fuera elegido presidente del Club Náutico Mar del Plata, el epicentro de la alta sociedad del balneario.
Junto con su nuevo cargo, el señor Vilas fue conminado a contratar un peluquero para atender a sus empingorotados socios. Y allí estaba Felipe Locicero, que, tijera en mano, se presentó para el cargo.
A los pocos días, al fígaro le llamó la atención un chico rubiecito, zurdo, que pasaba todo el día en el frontón. Se lo hizo notar al presidente del club en una sesión de barbería y éste le respondió que era su hijo Guillermo. Locícero le comentó que su pasión era el tenis y en Rosario había sido formador de tenistas jóvenes y que le gustaría entrenar a su hijo.
En ese mismo instante, la dupla Vilas-Locicero comenzó la que sería una relación histórica para el deporte trasandino.
TRAS LOS PASOS DEL MAGO
El año 1987, tras haber culminado con gran éxito, y mucho trabajo, el torneo interempresas que yo organizaba en el Hotel Sheraton de Santiago, fui premiado por el gerente con un viaje a Buenos Aires y Mar del Plata para mí y mi esposa Frieda.
Yo pasaba por uno de mis períodos más álgidos de mi «codo de tenista», por lo que unas vacaciones me venían de maravillas.
Le había prometido a mi esposa que esas iban a ser unas verdaderas vacaciones y que no iría en busca de entrevistas ni trabajo. Ya en «La Feliz», salimos con Frieda a comprar sweters de cachemira que eran especialidad de la región. Y aprovechando que estábamos cerca del club Náutico, le propuse que fuéramos a visitarlo, ya que ese era el club de Guillermo Vilas. Claro que la cartita bajo la manga era entrevistar a Felipe Locicero, a quien yo conocía por la revista El Gráfico.

EL INVENTOR DEL «TOP SPIN»
En el Club Náutico Mar del Plata y luego de varias fotos para una crónica de la revista Deporte Total, donde yo escribía, llegamos donde el famoso coach de Vilas.
Almorzando en el restaurante del club, Locicero me confesó que con Guillermo había sido como «un amor a primera vista». Que nunca había visto a un chico tan disciplinado y trabajador y que supo desde el primer instante que su nuevo alumno estaba destinado a grandes cosas en el tenis
“Comenzábamos a las nueve de la mañana y terminábamos cuando se hacía oscuro”, me dijo el maestro, “a veces con temperaturas bajo cero».
Lo que no me dijo el profesor fue que él «inventó» el «top spin», en una época en que todos pegaban plano, y que ese «top» iba a ser inmortalizado por su discípulo y más tarde, ampliado y mejorado, por un tal Rafael Nadal .
Lo que tampoco me dijo fue que había revolucionado el tenis con su empuñadura «western», que es la que hoy, y desde la aparición de Guillermo Vilas, usan todos los tenistas del mundo.
Felipe Locicero falleció en abril de 1988.