Crónicas de Sergio Ried: El otro Pancho
Es difícil decir cuál es “el otro», entre el gran ecuatoriano Pancho Segura, de quien hablamos en otra nota, y este Pancho Gonzales, que para muchos ha sido uno de los mejores tenistas de la historia.
Por SERGIO RIED / Fotos: ARCHIVO
Ricardo Alonso González, más conocido como Pancho Gonzales (así, con “s”), nació el 9 de mayo de 1928 en Los Ángeles, California, hijo de padres mexicanos afincados en Estados Unidos. Moreno, rudo y desafiante, de casi 1.90 metros de altura, inspiraba temor en sus adversarios, no sólo por su temible servicio, su maravillosa volea y sus duros golpes de ambos lados, sino también por su soberbia, su mal genio y cara de pocos amigos, que para colmo lucía una gran cicatriz en la mejilla izquierda producto de un accidente callejero en patineta cuando tenía siete años.
«Pancho» siempre se sintió molesto por su apodo, que encontraba racista y discriminatorio, porque esa denominación se les da a los mexicanos ingresados ilegalmente a Estados Unidos. «Mi nombre es Ricardo Alonso González, vengo de una familia modesta de clase media, con padres trabajadores que nos sacaron adelante a mí y a mis seis hermanos, sin que nunca nos faltara comida ni ropa limpia. Además nací en este país, por lo que no soy ningún ‘Pancho’”, repetía constantemente el campeón, que toda su vida estuvo atormentado por una cuestión racial.
Desde los 21 años y hasta los 46, entre 1947 y 1956, dominó el tenis, aunque por haber optado por el profesionalismo en la batalla con el amateurismo marrón, no pudo participar en los Grand Slams, por lo que sólo ganó en dos ocasiones, 1947 y 1948, los National Championships de Estados Unidos (hoy US Open).
Su ranking oficial decía que era el número 109 del mundo, aunque en realidad dominó el tenis por más de una decada. La misma ficha dice que ganó nueve títulos, cuando fueron más de cien. Sólo a Tony Trabert le ganó 101 partidos en las giras de profesionales de la «troupe de Jack Kramer».
GIGANTE CON RAQUETA
Hoy, los jóvenes recién empiezan a conocerle, los mayores de 50 años no lo olvidan nunca y los que lo vimos jugar, lo catalogamos como uno de los mejores tenistas de la historia.
Yo añadiría que los que tuvimos la suerte de conocerlo personalmente y hasta intercambiar algunas pelotas con él, sencillamente atesoramos esos momentos cono un tesoro y lo tenemos en un pedestal junto a Bjorn Borg, Pete Sampras y Roger Federer.
Fue en enero de 1997 en Saint Petersburg, Florida, donde yo era tennis pro del Yatch & Tennis Club, cuando con motivo de un campeonato de la famosa «troupe» de profesionales de Kramer celebrado en un club vecino, tuve la ocasión de conocerlo, gracias a su colega, mi amigo Vic Seixas, quien lo llevó varios días a practicar a mis canchas.
Allí junto a Vic, Whitney Reed, a quien yo conocía desde que vino a Chile a una exhibición en el Stade Français, charlamos varias horas y hasta tuve la ocasión de jugar unos «doblecitos» con él, Seixas y el gran australiano Neale Frazer, que también era de la partida.
Además, durante una clínica para niños que dio durante el torneo, me felicitó por el juego de mis pequeñas hijas, Rosemarie y Paola, que asistieron a su clase.
¡Impagable!
GENIO Y FIGURA
Pero no se crea que todo fue color de rosa para Pancho. Contrajo matrimonio seis veces y se divorció cinco, fue padre de nueve hijos, con tres de sus esposas y solo Rick, el mayor, intentó seguir sus pasos en los courts, obviamente sin éxito, porque la comparación con su padre, era insalvable y siempre estuvo presente.
Este hombre indomable, irascible, que no conocía la palabra derrota, era tan buen jugador, que en las prácticas les jugaba a sus compañeros usando un solo saque y hasta con la condición de no hacer «saque y volea «, juego en el que era un monstruo con su altura y su agilidad felina.
Pancho tuvo pocos amigos y sólo ellos pueden hablar de su simpatía y generosidad. El resto, lo odiaba por su altivez, que rayaba en lo agresivo. Sus peleas y discusiones con árbitros, dirigentes y rivales son épicas, porque no concebía perder.
Tal vez la descripción más acertada de su valor como jugador la dio el gran periodista estadounidense, mi amigo Bud Collins, al decir que si le pidieran poner en juego su vida en manos de alguien, él elegiría a Pancho Gonzales.
Este atractivo gigante moreno, de pelo negro y facciones latinas, fue siempre un imán para las mujeres, pero también fue un desastre como marido. Al decir de su compadre Pancho Segura, era tan rudo, que lo más amable que les decía a sus esposas era, «cállate».
Por eso, a su muerte, por un cáncer estomacal, en Las Vegas, Nevada, el 3 de julio de 1997, sólo lo acompañaba su última esposa, Rita Agassi, hermana mayor de Andre, quien, además, fuera de acompañarlo en sus últimos momentos, fue quien pagó el funeral.