Crónicas de Sergio Ried: de «Pato» a «Pato»
Entre los muchos tenistas que conocí en mi extenso peregrinar por los courts del mundo, tengo que destacar a dos «Patos» de verdad y a uno de mentira.
Por SERGIO RIED / Fotos: ARCHIVO
En realidad, «Pato» Rodríguez y «Pato» Apey se llamaban Patricio, pero el nombre del tercero era William. Lo triste es que los tres ya han fallecido.
UN PATO DE VERDAD
Patricio Rodríguez (foto principal), mi amigo desde el colegio Saint George, es reconocido en todo el mundo como un gran entrenador y no tanto como tenista, pese a que fue muy buen jugador.
Porque en la época romántica del “tenis marrón», cuando los jugadores tenían que hacer malabares para subsistir en el tour, este «Pato» viajaba largos kilómetros por Europa, de torneo en torneo, en su viejo Volkswagen, con dos o tres sudamericanos para abaratar costos y turnarse en la conducción.
En una ocasión, se inscribió simultáneamente en dos torneos, en Huelva, España, y en Estoril, Portugal, con la mala buena (o mala) suerte que llegó a semifinales en ambos torneos y tras ganar su semi en Huelva, tuvo que salir disparado en su Volkswagen a recorrer los 400 kilómetros hasta el balneario portugués. Allí jugó a sabiendas que no podría estar en ambas finales, así es que perdió decorosamente, cobró y regresó para la final de Huelva.
En 1962, estando yo becado en Francia, tuve la ocasión de compartir uno de esos viajes en el noble coche germano de Pato, con motivo de una confrontación entre Chile y Bélgica por la Zona Europea de la Copa Davis (aún no se creaba la Zona Americana). Viajé con los dos «Patos», Rodríguez y Apey, de París a Bruselas, un trayecto que hoy se cubre en una hora, pero que en esa época nos llevó más de cuatro. Perdimos 4-1 ante los experimentados Bouchard y Brichant, pero esa es otra historia.
Cómo entrenador, «Pato» ya no tuvo que luchar por su subsistencia, ya que tras llevar a José Luis Clerc a ser el número cuatro del mundo, siguió haciendo historia como coach del peruano Jaime Yzaga y del ecuatoriano Nicolás Lapentti, para culminar su exitosa carrera de técnico, dirigiendo al guayaquileño Andrés Gómez, a quien rescató de su retiro a los 30 años, para hacerlo campeón de Roland Garros el año 1990.
También fue capitán de Chile en Copa Davis y del equipo nacional en los inolvidables Juegos Olímpicos de Atenas 2004, donde Nicolás Massú y Fernando González arrasaron con las medallas.
EL PATO ENTRENADOR
Hablar de Patricio Apey, es hablar de un gran formador de campeones, como Fernando González y Gabriela Sabatini, por nombrar a dos de sus pupilos. Pese a que como tenista también tiene su historia, sobre todo jugando Copa Davis por Chile.
Con Pato nos criamos en el Stade Français y como juveniles jugamos varios torneos en Santiago y en diferentes regiones del país, hasta que se hizo profesional y se estableció con su famosa academia, en el Sonesta Hotel de Key Biscayne, Florida, Estados Unidos.
La vida nos volvió a juntar cuando yo también tuve mi club en Saint Petersburg Beach, Florida, a unos 400 kilómetros de distancia, lo que nos permitía encontrarnos muy seguido. Principalmente en su academia del Sonesta, que era punto de encuentro de los tenistas chilenos que viajaban a Miami. Allí siempre había grandes jugadores, que para no tener que volver a sus países entre torneo y torneo, preferían quedarse en Miami, donde podían entrenar con otros de primer nivel.
El club de Pato Apey era para los aficionados al tenis, como una fábrica de chocolates para un niño.
PATO POR AZAR
William Álvarez, tenista colombiano afincado en Barcelona desde muy joven, fue uno de los personajes más populares del circuito tenístico internacional. Apodado «Pato» por su aspecto, su caminar y su cara, fue mi amigo desde el día en que se convirtió en el primer y único jugador expulsado del campeonato de Roland Garros. Sus habituales reclamos a árbitros y jueces de línea, sus comentarios en voz alta en cada punto y sus agresiones verbales a sus rivales, aquella tarde de 1963 enfrentando al australiano-italiano Martin Mulligan, sus gestos y actitudes se salieron de control y provocaron que el árbitro general de los Internacionales de Francia, en un hecho histórico, tomara la decisión de mandarlo a los camarines.
Y yo, que vivía en París como becario, estaba ahí y tuve la ocasión de conocerlo gracias a Patricio Rodríguez.
Creador de la famosa «Armada española» del siglo pasado y luego head pro de la Academia Sánchez-Casal, de su alumno estrella Emilio Sánchez Vicario, «Pato», desfiló por el mundo con su «troupe» de promesas juveniles y en varias ocasiones lo tuve con ellos en mi club en Saint Petersburg Beach.
En el primer Challenger de La Serena, el año 1997, «Pato» me presentó «al futuro número uno del mundo», un muchacho escocés, alto y tímido, llamado Andy Murray.
Este personaje único del tenis, eterno conversador, creador de un innovador sistema de entrenamiento, hincha furibundo del Español de Barcelona, vendedor de ropa de tenis, raquetas y cuánto objeto le reportara dinero, se hizo residente de Andorra para evadir impuestos, nos dejó hace unos meses, el 23 de enero pasado.