Crónicas de Sergio Ried: A Estados Unidos los boletos

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Por El Ágora
Actualizado el 13 de julio de 2023 - 1:17 pm

Pese a haber vivido varios años como becario en París, lo había hecho como estudiante, soltero y sin mayores obligaciones familiares o de trabajo. Esta vez, en 1970, lo hacía casado, con dos hijas pequeñas, para asumir un cargo importante en una agencia de publicidad en Saint Louis, Missouri (foto principal).

Por SERGIO RIED / Foto: ARCHIVO

Los dos primeros años fueron de adaptación a mi nuevo trabajo, a la vida estadounidense y a velar por mi familia. Todo ello matizado con partidos de fútbol los sábados en una liga, jugando por un equipo de latinoamericanos, y de tenis los domingo y un par de tardes en la semana, con amigos en el Club Town and Tennis de la gloria deportiva de Saint Louis, Earl «Butch» Buchholz.

Y fue jugando en su club indoors, donde mi vida iba a tomar un giro radical y cambiar para siempre.

DE PUBLICISTA A TENNIS PRO

La tarde de ese 14 de abril de 1973, jugaba con un amigo, socio del Club, sin sospechar que finalizado el partido, mi vida iba a cambiar para siempre. Butch me había estado observando desde hacía un tiempo y esa tarde me pidió que subiera a su oficina.

Ahí estoy yo con Earl «Butch» Buchholz.

Y ahí estaba yo, sentado frente a un top 5 del tenis mundial, único campeón junior de los cuatro Grand Slams, semifinalista de Wimbledon, Australia y US Open, jugador del equipo de Estados Unidos de Copa Davis y exitoso empresario.

Me dijo que me había estado mirando jugar y creía que podría servir como aporte para su staff de profesores. Me ofreció hacerme cargo de las clínicas vespertinas para adultos, de seis a nueve de la noche, de lunes a viernes.

Demás está decir que acepté la oferta y comencé en un par de días con mi nuevo trabajo.

Fotos, comunicados de prensa y avisos con mi foto y mi currículum de tenista, en las dependencias del club siguieron a la firma del contrato y mi rutina varió radicalmente.

Salía de mi trabajo a las cinco y manejaba por la autopista para a las seis estar frente a mis ocho alumnos. La verdad es que desde el primer momento me sentí muy cómodo y descubrí un talento para enseñar, que no me conocía.

De paso, comencé a ganar más, en tres horas de lunes a viernes, que en mi trabajo diario de publicista de nueve a cinco, lo que me llevó a renunciar a la agencia de publicidad y dedicarme de lleno a mi nueva profesión de tennis pro durante los siguientes cuarenta años.