Crónicas de Sergio Ried: Un cura y un descuartizador en Wimbledon

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Por Sergio Ried
Actualizado el 6 de noviembre de 2023 - 8:00 am

Siempre ha habido “chicos malos” ligados al tenis. Personajes extravagantes, algunos como salidos de una novela y otros francamente detestables.

Por SERGIO RIED / Foto: ARCHIVO

Desde que existe el tenis, siempre ha habido “chicos malos”, personajes extravagantes y algunos realmente de novela ligados a su historia. De Wimbledon, rescatamos a dos que son realmente fascinantes. Helos aquí:

Los dos primeros torneos de Wimbledon, en 1877 y 1878, dejaron una huella porque los campeones del año anterior no se presentaron a defender su título. Y teniendo en cuenta que, en esos tiempos, el campeón vigente solo jugaba la final, se creó un vacío para la versión de 1879, que ganó el reverendo John Thorneycroft Hartley, teniendo que participar desde el comienzo del torneo.

El reverendo Hartley gana su segundo título en Wimbledon.

Con su buen juego y gran agilidad, este pastor que tenía su parroquia en el norte de Yorkshire, había pasado a la segunda semana del torneo y tenía que enfrentar a C. F. Parr el día lunes, a las dos de la tarde.

Para poder llegar a tiempo al suroeste de Londres, donde se ubica Wimbledon, el reverendo debía celebrar el oficio dominical en su parroquia y entonces empezar el largo periplo hasta el All England Lawn Tennis and Croquet Club, en Church Road.

Pero quiso el destino que uno de sus feligreses cayera gravemente enfermo y requería de su presencia. Así, el reverendo se amaneció junto al paciente, sin dormir en toda la noche y comiendo solo un bocadillo. Apenas despuntó el alba, el reverendo tuvo que conducir 10 millas hasta Thrisk, donde tomó el tren de Londres hasta la estación King Cross y de ahí siguió en bicicleta hasta Church Road.

Eran las dos de la tarde y John T. Hartley -sin haber dormido ni comido- tuvo que saltar al césped y enfrentar a míster Parr, quien no tuvo problemas para endilgarle un rotundo 6-1.

SALVADO POR LA LLUVIA

Pero de algo le sirvió al reverendo ser un hombre de fe, porque terminado ese fatídico set, se desató una más de las famosas lluvias londinenses. Pasaron tres horas antes de poder reiniciarse el partido, que esta vez tenía al reverendo algo más descansado y bien alimentado. De ahí que no extrañara que se hiciera de los tres sets siguientes, perdiendo solo dos games.

De ahí a la final contra Vere Thomas St. Léger Gould.

TENISTA Y ASESINO

Este St. Léger Gould, dueño de un gran talento para el tenis y con un “revés asesino” era adicto al opio, el alcohol y al juego, y una feroz juerga de la noche anterior hizo que pese a ser el favorito, perdiera fácilmente la final contra el reverendo.

El vividor y descuartizador St. Léger Gould.

Hijo de un baronet irlandés, este noble de vida disipada se casó con la dos veces viuda francesa madame Marie Violet Giroudin, en agosto de 1907, en una concurrida y fastuosa boda. Ese fue el inicio de un doloroso final, pues su esposa compartía sus adicciones, por lo que se paseaban por diferentes casinos de Europa, radicándose finalmente en Monte Carlo, donde eran asiduos a su famosa casa de juego.

Y allí encontraron su perdición, porque en las mesas de juego conocieron a una viuda danesa llamada Emma Levin con la que hicieron amistad, presentándose como Sir y Lady.

La señora danesa, de rancia estirpe, confío su amistad a esta glamorosa pareja, por lo que una noche en que ellos habían sufrido una fuerte pérdida, no tuvo inconveniente en hacerles un préstamo de 50 libras (importante suma en esos tiempos).

Pasadas dos semanas, el tenista y su esposa aún no le devolvían el dinero a la viuda danesa, pese a los requerimientos de ella que, cansada de pedir la devolución, tomó la peor decisión de su vida: fue a cobrarles a su propia casa.

MALETA SOSPECHOSA

Pasados unos días en que la dama danesa no aparecía por el casino, una tal madame Castelazzi, dependienta de la condesa, al no encontrarla en su residencia, acudió a la Policía y contó sobre los desencuentros de su ama con la pareja de ingleses.

Pero ya estos se habían trasladado a Marsella, habiendo mandado desde la estación de Niza una gran maleta con destino a Londres.

La misteriosa maleta contenía el cuerpo apuñalado de la viuda danesa. Sus restos estaban desmembrados y cortados en pedazos.

Crimen perfecto, si no fuera por un funcionario de ferrocarriles de Marsella que vio que algo raro había en esa maleta de olor putrefacto y que goteaba sangre.

St. Leger Gould fue condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guyana Francesa, donde se suicidó en 1909. Su esposa, condenada a la pena de muerte -pena cambiada a cadena perpetua al no existir en Mónaco una guillotina, falleció de tifus en su celda en Niza, en 1914.