Columna de Sergio Gilbert y la selección chilena: hoy nos alegramos con tan poco…

Una simple victoria como local ante Venezuela -y que antes se daba como un mero trámite- se valora como si hubiese sido ante Francia, Alemania o Argentina.

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Por Sergio Gilbert
Actualizado el 21 de noviembre de 2024 - 10:57 am

Lo mejor del triunfo sobre Venezuela: la aparición de caras nuevas / Foto: GRAPHIC SPORT

Digámoslo de entrada: Chile, tras derrotar a Venezuela (4-2) en el último partido por las Clasificatorias sudamericanas de este 2024, sigue fuera y lejos, muy lejos de la zona de clasificación directa al Mundial 2026 (a ocho puntos). Su opción matemática está, sin duda, en conseguir el cupo que lleva al repechaje y que por ahora sería para Bolivia, que está sobre La Roja por cuatro puntos (13 contra 9). Y ello sin considerar que en medio está Venezuela (12) y que el único equipo que es superado por Chile es Perú -con apenas dos puntos menos (7)- que también está metido en esta disputa.

En rigor, hay que decir todo esto para explicar algo que a estas alturas todo el mundo debería tener claro: el sueño mundialista de Chile es casi una utopía. Clasificar a la Copa del Mundo sería, de verdad, algo cercano a un milagro. Bueno, mejor dicho, un batacazo.

Un cambio en la gente

Lo extraño es que, tras el triunfo frente a los venezolanos, la percepción general del medio cambió un poco. Y es raro porque, en verdad, la realidad de La Roja en estas eliminatorias es parecida a la que se vivía antes de ese partido. No hubo un salto efectivo en la tabla (más que del último al penúltimo lugar), no se jugó a la altura de todos los equipos que hoy están anotándose para ir a Mundial, ni menos se puede decir que “ahora sí se notó la mano del DT Ricardo Gareca”.

¿Por qué pasó eso? ¿Hay una explicación lógica para que hoy se esté respirando un aire más puro en torno a la selección?

Claro, hay una explicación. Pero es más emocional que estrictamente futbolística. Y no es raro porque, tras una larga serie de decepciones, desencantos e incluso momentos vergonzosos exhibidos por La Roja en los últimos años, hemos aprendido -o regresado- a conformarnos con poquito. A alegrarnos con cositas. Nuestros sueños de grandeza, esos que nos forjó la generación dorada (y que por momentos nos hizo soberbios y altaneros) ya son cosa del pasado.

Se fueron volando.

El valor de una victoria

Por eso ahora, una simple victoria como local ante Venezuela -y que antes se daba como un mero trámite- se valora como si hubiese sido ante Francia, Alemania o Argentina.

Claro, también hay que sumarle otras cositas.

Por ejemplo, nos dio felicidad que varios jugadores jóvenes como Vicente Pizarro, Fabián Hormazábal, Lucas Cepeda y Alexander Aravena ya asomen por fin como parte del recambio necesario.

También fue para regocijarse comprobar que viejos tercios como Arturo Vidal y Eduardo Vargas tienen aún la polenta y el amor propio para echarse el equipo al hombro y, con lo que les queda aún, señalar caminos a los que vienen atrás.

El factor Cabral

Y claro, cómo no pensar en positivo luego de ver que puede renacer el fútbol que nos gusta, ese pícaro y deliciosamente cachañero a través de un jugador como Luciano Cabral, que juega como si estuviera en la cancha de tierra del club de barrio. O en la calle, haciendo fintas para rematar al arco conformado por dos piedras.

Sí, todo eso nos llenó de gusto a los futboleros al ver a Chile ganándole a Venezuela.

Fue como un anticipado regalo de Navidad, un buen capítulo de término de año.

Pero nada más.

Y a no olvidarlo, porque aún estamos en el sótano oscuro, lejos, muy lejos del sueño mundialista, aunque queramos creer -o no quieran hacer creer- en los espejismos.