Columna de Sergio Gilbert: La memoria infinita de un futbolero
En las últimas horas, se ha sabido de la muerte de dos ex futbolistas: el delantero uruguayo Waldemar Victorino, a los 71 años; y el arquero de Países Bajos, Jan Jonblead, a los 82.
Por SERGIO GILBERT J. / Foto: ARCHIVO
Para muchos hinchas y seguidores del fútbol, Waldemar Victorino (foto principal) y Jan Jonblead pueden resultar lejanos o hasta desconocidos, pese a que el primero fue un goleador de fuste y gran figura de Nacional de Montevideo y de la selección uruguaya, y el otro, sencillito él, jugó dos finales del mundo con la Oranje.
Pero es lógico. Ninguno de los dos está en los rankings históricos y no fueron ídolos eternos. Apenas actores principales en momento puntuales.
Igual sus muertes generan tristeza. En especial para quienes superamos el medio siglo y que al saber de sus partidas rememoramos, en un segundo, la circunstancia, el lugar y qué edad teníamos cuando ellos se alojaron para siempre en nuestra memoria futbolera.
De Jonblead, uno que lo vio jugar en 1974 desde la casa en Santiago con una tele blanco y negro Westinghouse, nunca podrá olvidar que usaba la camiseta número 8, pese a ser portero. Rarísimo porque en Chile esa la usaba Chamaco Valdés, el que era el talento y capitán de Colo Colo y de la Roja. Tampoco se podrá ir de la mente que ni se tiró, ni eligió un lado en el penal que le remató Breitner -y que significó el 1-1 entre Alemania y Holanda en la final- sino que, simplemente se quedó parado y dio un tibio paso a la izquierda como dejando pasar la pelota…
En 1978, en tanto, ya en la tele en colores de un amigo, Jonblead dejó otra imagen perpetua en la otra final que jugó: su evidente desesperación y contrariedad cuando tras un muy buen achique a Mario Kempes ve, sin embargo que la jugada termina pésimo para él porque la pelota salta para el lado del Matador, quien convirtió así el 2-1 parcial.
Lo de Victorino, en tanto, fue en épocas más adolescentes.
En 1980, para conmemorar los 50 años del primer Mundial, la FIFA le otorgó a Uruguay -sede y campeón de la Copa del Mundo de 1930- la organización de un torneo llamado Copa de Oro, pero más conocido como Mundialito. Se invitó a todos los campeones del mundo hasta esa fecha a participar y todos aceptaron, salvo uno: Inglaterra, que fue reemplazado por Holanda, finalista de los dos últimos mundiales.
El torneo, que fue transmitido en directo para Chile por Teleonce, se jugó en el estadio Centenario y si bien el gran “gancho” era ver por primera vez como titular permanente de la selección argentina a un jovencito Diego Maradona, la gran figura terminó siendo el uruguayo Victorino por sus goles, que llevaban el sello de un 9 clásico.
Victorino, quien tenía en la banca de suplentes a Jorge Luis Siviero, quien luego sería goleador insigne en Cobreloa, no sólo fue el máximo artillero del Mundialito, sino que hizo el gol del triunfo (2-1) para Uruguay en la final ante Brasil con un cabezazo. Un héroe nacional para los celestes esa tarde.
Claro, lo de Jonbloed y Victorino quizá no fue tan importante ni trascendente para el futbol mundial. Y sus muertes apenas fueron publicitadas sólo porque en algún momento, para algunos o para millones, fueron conocidos.
Pero en verdad son eternos. Porque son parte de la memoria infinita. De unos pocos. Pero que no los olvidarán.