Columna de Sergio Gilbert: El pecado original se llama Pablo Milad

Nadie que pertenezca al mundo futbolístico nacional puede sentirse ajeno a la tremenda hecatombe organizacional, deportiva y ética que está pasando el balompié nacional y que se refleja hoy en el pésimo actuar de la selección nacional que juega las clasificatorias mundialistas.

Por SERGIO GILBERT J. / Foto: ARCHIVO

Estamos frente a una crisis multifactorial y terminal.

Esta constatación no tiene como motivación disparar a la bandada para erigirse como una especie de deidad que está por sobre el bien y el mal (suficientes gurús de papel mantequilla ya se han escuchado, visto y leído en los medios de comunicación en los últimos días) sino que, simplemente, tiene como objetivo fijar algunos puntos para una discusión que no se ha dado y que debería darse si de verdad se quiere salir del profundo hoyo en que está metida la actividad.

Y para abrir el debate, hay que comenzar en la punta de la pirámide. O sea, en los que toman las grandes decisiones.

Vamos viendo.

El primer foco hay que situarlo en los dirigentes y/o dueños de clubes. Y hacer una subdivisión: los que conducen diariamente esa omnipotente estructura llamada ANFP, y los que tienen el poder de las decisiones más importantes y que se vuelven invisibles al mimetizarse como cuerpo: el Consejo de Presidentes.

Tomando ello como base, no es posible obviar a la dirección de la ANFP, con Pablo Milad y todo su contingente en la mesa de Quilín, como signo del pecado original de la crisis. Porque es un hecho que en el directorio de la ANFP hay incapacidad e ignorancia, pero, peor que eso incluso, un evidente entreguismo por parte de quien hoy lo encabeza.

Pablo Milad es la síntesis de la ineficacia. Es el ejemplo perfecto de la injustificable llegada al lugar menos indicado para sus reales (y tal vez limitadas) capacidades.

Y se puede entender porque su vida pública está signada con el rútulo del amiguismo, más que el de la meritocracia. De hecho, accedió al cargo tras una operación política del gobierno de Sebastián Piñera (el simple hecho que haya sido presidente de Curicó no lo calificaba para el puesto) y su figuración política anterior a su llegada a la ANFP (intendente) la obtuvo sólo por tener protección y favoritismo de un grupo de la elite que lo vio como un agente útil a sus intereses.

Un peón en el tablero de ajedrez.

Milad, de verdad, no tiene las capacidades para liderar. Al menos el fútbol chileno. El ex atleta se rige por lo que le dicen los que hoy realmente tienen el poder (empresarios y representantes más hábiles e intelectualmente mejor preparados) y, si fuera poco, también por lo que él considera “la voz de la gente” (o sea, lo que dice cierta parte de la prensa y las redes sociales), lo que se ha visto claramente reflejado en sus decisiones para sacar y poner entrenadores en La Roja.

El presidente de la ANFP no le ha apuntado a nada en su gestión. Las ha errado en todas y lo peor es que varias veces esos errores han sido consecuencia de determinaciones de otros (los dirigentes-representantes) que lo han dejado a él como emblema de las metidas de pata.

Milad no tiene un plan propio. Menos un proyecto técnico, reflexionado, discutido y consensuado para salir del pésimo e histórico mal momento de la actividad en Chile.

Debió abandonar la cancha antes que Ben Brereton