Columna de Sebastián Gómez Matus: Una biblioteca
En la esquina de Caupolicán con Girardi se encuentra una de las mejores librerías de Santiago, atendida por don Héctor Lamur, definido como “recuperador” en el mural que hay por la salida oriente de la estación Santa Isabel del Metro.
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO
Guiado por mi intuición y tras varios meses de no visitarlo, el miércoles pasado fui a ver a don Héctor Lamur y comprobé que mi intuición libresca no me falla y que él está mejor de salud. Acababa de comprar una biblioteca muy nutrida y con mucha literatura; una pareja de profesores había revisado antes que yo y se llevaban cosas que me hubiese gustado llevar conmigo. Uno de esos profesores era un señor octogenario que fue muy amable.
Apenas se fueron, don Héctor me preguntó si acaso sabía quién era ese viejito. Respondí que no y me contó la siguiente historia: cuando Pinochet se declaró “insano” para enfrentar un juicio, los jueces resolvieron enviar a un neuropsiquiatra para que viera si podía o no enfrentar un juicio de acuerdo a su salud mental. “Pinocho” y el doctor caminaron durante un rato y a la media hora de charla, inquieto, el dictador le preguntó qué quería saber. Martin Cordero Alari dijo que con lo que habían conversado le bastaba para hacer su informe; lo declaró en su sano juicio y lo habilitó para enfrentar a la justicia que, como sabemos, nunca se hizo. Sin embargo, podemos entender esta pequeña anécdota como un triunfo de la inteligencia por sobre la brutalidad.
La pareja de profesores amigos se fue y mientras don Héctor seguía contándome de su amistad con el doctor, me dediqué a buscar joyas entre papeles resquebrajados y el aroma a libro viejo que amo. Busqué en las tres mesas largas donde habitualmente dispone los volúmenes; tengo que haber apartado uno cincuenta o sesenta libros, de los cuales le compraría algunos y le pediría si me podía guardar los demás.
Con los años, ha subido los precios (quizá se dio cuenta de que vendía muy barato), y mi presupuesto de esa tarde no alcanzó para todo lo que quería. Al día siguiente, las dos torres que aparté fueron mezcladas con los demás libros y tuve que reanudar la búsqueda para encontrar los que no pude llevar el primer día.
La biblioteca pertenecía a Héctor Martínez Muñoz, que invariablemente ponía su nombre en la portadilla del ejemplar, seguido de la ciudad, el mes y el año en que había adquirido el libro. Concluimos que debió haber sido homosexual, pues la cantidad de libros referentes al tema era buena parte de la biblioteca. Por una nota que encontré, también supimos que había sido profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Chile.
De todas las cosas que quedan olvidadas en los libros, uno podría armar una suerte de mapa del lector al cual pertenecieron esos ejemplares. Quizá tendría que darse el caso de que fuera una biblioteca completa, para armarse una idea de quién se trataba. También bastaría con un par de ejemplares. Vistos así, los libros están en representación de una persona que dedicó su vida a la lectura y que queda expuesta a través de sus preferencias literarias en una librería de viejo.
Entre muchas cosas encontré cartas, hojas manchadas por el tiempo que servían de separador de página, un boleto de bus que dice “TAXIBUS – LOCOMOCION COLECTIVA – CONTROL ESTATAL – GAMONEDA CHILE – D 751555” y que va para la colección de boletos de don Héctor.
Entre las joyas que encontré, me traje la primera edición en italiano de “La giornata d´un scrutatore”, de Italo Calvino, y “Punto y Aparte”, sus ensayos traducidos por Gabriela Sánchez Ferlosio, supongo que la hija del gran escritor Rafael Sánchez Ferlosio.
También tuve suerte al encontrar “El diablo enamorado”, de Jacques Cazotte, libro que siempre había querido leer, sobre todo por la mitología que hay alrededor del autor, que murió en el patíbulo condenado por Lavau, que también había sido parte de la sociedad de los iluminados.
Además, encontré “Historia de la Eternidad y Discusión”, de Borges; “Libro del Cielo y el Infierno”, de Borges y Bioy; “Introducción a la simbólica del mal”, de Paul Ricoeur (ediciones Megalópolis); “La vida nueva”, de Dante (primera edición de Siruela); “Santiago de memoria”, de Roberto Merino; “Exterminador”, de William Burroughs, y “Por una vanguardia revolucionaria”, del poeta italiano Edoardo Sanguinetti, el que más atesoro. Este último libro está publicado en Editorial Tiempo Contemporáneo el año 1972, traducción de un tal Emilio Renzi, en una colección dirigida por Ricardo Piglia.
Saquen sus propias conclusiones.