Columna de Sebastián Gómez Matus: Muere la poeta Lyn Hejinian

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Por El Ágora
Actualizado el 1 de marzo de 2024 - 11:00 am

Su obra y trabajo como editora tiene una relevancia que no podemos evaluar desde acá. Sobre todo en un país donde la lectura está circunscrita a la agenda política más que a la radicalidad formal de la poesía.

Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO

Conocida por su relación con los poetas de L=A=N=G=U=A=G=E y por la vasta obra que supo coordinar con la eterna colaboración entre amigas y amigos, el pasado 24 de febrero murió la poeta, ensayista, traductora y editora norteamericana Lyn Hejinian. En Chile se publicó el libro más referencial de su obra, Mi vida (Aparte, 2019), con excelente traducción de Tatiana Lipkes. Y su secuela, Mi vida en los noventa (Bisturí 10, 2019), por si a alguien le interesa comenzar a leerla.

Uno de los trabajos más interesantes que realizó como editora fueron las publicaciones de Tuumba Press, editorial mítica que duró alrededor de ocho años, y que a través de hermosas y económicas plaquettes dio a conocer el trabajo de varias poetas que hoy componen buena parte del canon de la radicalidad formal, como lo son Bernadette Mayer, Alice Notley o Rae Armantrout, por mencionar a tres de las más interesantes. Publicó 50 títulos de poesía que pueden ser consultados en su mayoría en este link: http://eclipsearchive.org/ .

Durante años enseñó en la Universidad de California, de donde era oriunda. Como la gran mayoría de los poetas del lenguaje, su poesía iba acompañada de un gran aparataje teórico, lo que en algunas personas encuentra detractores y en otras, epígonos insustanciales.

La influencia de las poéticas del lenguaje es innegable y la obra y el trabajo como editora de Hejinian tiene una relevancia que no podemos evaluar desde acá. Sobre todo en un país donde la lectura está circunscrita a la agenda política más que a la radicalidad formal de la poesía. Al contrario de cómo funcionaba la escena de avanzada en Estados Unidos, acá surgió una política de estandarización oficial, donde es imposible distinguir a un/a poeta de otro/a. En ese sentido, la lectura de los libros de Hejinian puede ayudar a espabilar la modorra recursiva en que ha caído la pléyade de lxs poetastrxs progresistas, síntoma ultraliberal por excelencia.

Una de las virtudes de los Language poets era que, a pesar de estar medianamente alineados, la diversidad de registros e intereses hacía proliferar distintas maneras de entender el oficio, cultivando cada uno un estilo personal que, por principio, rehuía la convención, enemiga toral del arte y la poesía. De allí la intrigante escritura desplegada en Mi vida, una prosa autobiográfica que tiene distintos niveles textuales, muy comentada y establecida como canon en varias de las academias estadounidenses.

En fin, una de las poetas de mayor actividad entre siglos, que quiso generar una escritura intergénero o sin género. Siempre desde la poesía, entendida como un modo de proceder y de pensar, renuente a las tendencias. Es de esperar que su trabajo se vuelva más conocido. Entre los reconocimientos que destacan su trabajo se cuentan la beca de la Fundación Guggenheim, otra de la California Arts Council y una beca de la National Endowment para traducir a su amigo el poeta ruso Arkadii Dragomoschenko, cuyos versos vienen a cuento para despedir a una gran poeta: “Allí nada termina, allí hay un océano de aire”.