Columna de Sebastián Gómez Matus: “En tierra seca” de Rocío Godoy

Se trata del primer libro de poesía de la actriz Rocío Godoy (1995), que pertenece al colectivo EMA, publicado por la editorial Bisturí 10.

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Por Sebastián Gómez Matus
Actualizado el 10 de marzo de 2025 - 4:28 pm

La actriz Rocío Godoy se eventura en la poesía / Foto: INSTAGRAM

Me habían recomendado el primer libro de una poeta que no proviene de la poesía, sino que del teatro. Alivio, dije, alguien que no es una poeta tridimensional o una poeta 24/7.

Desconfié sí de la procedencia de esta nueva poeta (los talleres de su editora) y, lamentablemente, no me equivoqué. Pero no todo está perdido. La responsabilidad no es de la actriz Rocío Godoy, cuyo debut incluye en la primera parte las taras mentales de su mentora y la inflación formativa de su taller, mientras que en la segunda sección del libro parece haber un despegue hacia lo personal, un distanciamiento con la conserjería del taller.

Puede que me equivoque, pero la gran mayoría de poetas bisoños que salen por Bisturí 10 provienen del taller de la editora. Algo a tener en cuenta.

Manipulación autoral

Tal vez sea improcedente comentar de manera crítica un libro que detrás tiene una manipulación autoral, como cuando alguien utiliza la mente de otro para sus propósitos. El pronóstico es el siguiente: quien dicta el taller consigue entusiastas en su incansable trabajo de redes y prepara una suerte de pléyade epigonal para que reproduzca, con variaciones de verosimilitud autoral, sus precarias ideas sobre la poesía y la imposibilidad del decir, la palabra lenguaje y la cacha de la espada. Todas esas lecturas mega atrasadas del posestructuralismo francés y la resaca de una jerga insoportable. Estamos en el primer cuarto del primer siglo de un nuevo milenio.

El “guiar procesos creativos”, como eufemísticamente llama a su “trabajo”, está haciendo más irreparable el daño que hace en el “ecosistema del libro” y en particular a las personas que confían en su mentoría.

¿Qué culpa puede tener una actriz a la que le interesa la poesía y ve que hay un taller que se promociona bien? Ninguna. El título del libro era sugerente y de inmediato se acomodaba en el taxón de la crisis ecológica: la tierra va hacia una desertificación, pero esa desertificación tiene un correlato emocional, vincular, y la correlación entre cambio climático y tecnologías inmersivas es estrecha.

Una influencia negativa

Hasta el título, todo iba bien, incluso el nombre Rocío Godoy es un lindo nombre para una poeta. Pero ya desde el epígrafe se nota la influencia, cuando no la colonización, de la guiadora de procesos. María Negroni (como Anne Carson) es una obsesión limitante para la autora de fondo, que insiste con la limitación de sus propias lecturas, es como si le hubiese dicho: que el epígrafe sea de ella.

Además, María Negroni responde a este canon de “escuelas creativas” de la poesía que portan el signo inequívoco del liberalismo.

El camino equivocado

Habiendo tanto por leer afuera y poco adentro, las y los talleristas se allegan al negocio equivocado. La principal falencia estilística en la primera parte de “En tierra seca” es sintáctica, pues recae en la típica dicción parapoética, en eso que suena a poesía porque hay un desorden que no sólo no consigue las imágenes, sino que descuida musicalmente la página, y no estoy hablando del anacoluto, que es un recurso extraordinario.

Un ejemplo: “Ciegamente aletear/ polillas de noche azotan”. En el fondo, da la impresión de que es un collage de frases que no logan juntarse. Otra línea: “Por lilas de noche al sótano fueras”. Cada poeta encuentra su dicción, pero Godoy, a pesar de que tiene algo que decir, algo que se percibe disperso en el libro, todavía no la encuentra. Curiosamente, sucede otra cosa en la segunda parte de “En tierra seca”.

Las formas de producción y de promoción de la poesía actual terminan echando al agua a gente muy inocente, en este caso, y en otros, muy pagada de sí misma (incluso con su primer libro). El apremio patronal que hay detrás del libro le juega en contra a una actriz que tiene sagacidades y cosas que decir.

La portada de «En tierra seca», poemas de Rocío Godoy.

Lo interesante

Uno de los puntos interesantes del libro es que reconstruye una historia familiar desde distintos ángulos, sin caer en la autoconmiseración, pero sobre todo con una sensualidad que podría ser trabajada en un próximo libro. Algo que a todas luces está perdido en el panorama nacional donde impera una anorgasmia general, una actitud incansablemente beligerante.

La sensualidad la encontramos en ese durazno que aparece en algunos poemas, en “una mujer pintada hasta los huesos […] suda, se abre hasta los hombros” o en el poema que da título a la colección: “Cada día más mujer se toca/ el cuello con los dedos/ juguetea”. Sensualidad en la ambigüedad, lejos de cualquier discurso dice algo que logra distanciarse de su mentoría, donde la resequedad, la aridez, hace “estilo”.

Cuando Godoy “abraza las piernas junto al maizal” está llegando a lo que sería su mundo, no la cancha rayada que le impusieron. En ese mismo poema (p.23), surge algo intimidante: “Si es posible desaparecer/ qué ha sido mirar entonces”.

Hay destellos que logran hacernos respirar bajo la capa asfixiante y depredadora de su guía, destellos que hacen pensar en nuevos poemas, en una búsqueda personal no mediada.

La poesía es un trayecto personal

El tallerismo nacional es un epifenómeno ultra outdated de las escuelas creativas y también eco de un síntoma que cuajó al otro lado de la cordillera con la poesía del todo-vale.

Para poder compartirla, la poesía se escribe a solas. Es lo que Bailly llama “la acción solitaria del poema”. Generar un séquito de poetillas no es un acto de generosidad.

“En tierra seca” está anclado en la siguiente imposibilidad: “Quise habitar una casa” y “Ni en ella ni en su madre ni en su casa/ habita en reposo”. Rompe con la genealogía del cobijo: está a la intemperie, donde al parecer están los poetas. “Un poeta no se cuida de la vida”, dijo Duras. La frustración como lector de que este libro pudo haber sido un buen libro de poesía, la frustración que produce el Entrometido, del que tanto habla César Aira, la producción liberal de entrometidxs.

“Yo era mínima”, de nuevo, da paso a un yo meramente gramatical para que las imágenes hagan lo suyo. Esto recuerda a Teillier: “Soy de nuevo pequeño”.

Rocío Godoy está por encontrar una voz, la alcanza cuando se aleja de su taller: “La gracia se nos colaba en la compra de chucherías”. Es cierto que en la segunda parte el libro tiende a mejorar ostensiblemente (¿cómo habrá sido el montaje de los poemas?) con imágenes como ésta, clara y rotunda, lejos de esos bucles sintácticos: “Una araña lleva en su vientre sangre de codorniz”.

La familia en versos

Como un fondo secreto de la familia, está el sexo, de donde surge lo que podríamos llegar a decir o callar. Esto es claro en el libro, hay una especie de tacto deseante sobre la tierra seca que supone una familia que, por lo demás, parece contener todos los dramas que puede producir.

No hay padre sino abuelo, aborto, distancia de tías, hermano fantasma, un poema a la abuela, etc. “Lo familiar a gotas/ sonríe/ sus dientes parecen de leche […] prefiere no hablar de su madre/ cuando está a punto de pronunciar la ma/ se la come/ le cae mal”. Allí encontramos nuevos indicios de una poética en crisis con lo familiar, porque hay “en el hombro de su casa un canto”.

Esa periferia, ese canto de hombro, podría ser un lugar para que la voz de Godoy habite en reposo. En fin, ella misma se da cuenta: “Está naciendo el poder/ de las cosas que no tengo”.

La promesa de la segunda parte

En realidad, es asombrosa la mejora en la segunda parte. Quizá se deba al epígrafe de Emma Villazón, pero también porque se nota una suerte de emancipación de la propia voz, “ese gusano”. De hecho, creo que el libro es claramente dos libros, aunque cuentan la misma historia, formalmente la primera mitad es una suerte de landing (“en tierra”) y la segunda parte (“seca”), funciona como el adjetivo coloquial cuando alguien dice: es seca, que viene de golpe seco, bien dado, acertado, ya no de la aridez de la primera parte, digamos, de la tierra de procedencia.

En esta segunda parte, leemos versos que recuerdan a la mejor Pizarnik: “El animal que soy se abreva en mí”, donde sujeto de enunciación y sujeto enunciado están contaminados.

Es intrigante la situación tras bambalinas del libro, llama la atención el contraste sintáctico entre la primera parte y la segunda, donde básicamente leemos a otra poeta o, por fin, a una poeta: “Salgo de ahí con flores en la boca/ mientras el peso de la niebla se va”. A esto, le sigue una adjetivación memorable: “Un celeste umbrío”. Desde la p.30 en adelante, el libro muestra cualidades que no están en la primera sección, o que están, pero apretujadas, constreñidas, reñidas incluso con el contenido del poema y la dicción de los mismos.

Esperemos que Rocío Godoy se aleje de esa primera parte, porque “si la voz recrea el volumen de un cuerpo”, es mejor que acuda hacia el volumen de su propia voz.