Columna de Sebastián Gómez Matus: “Afantasía”, un síntoma de época
Parece un síntoma descriptivo de la época en la que vivimos, pero también parece un psicologicismo que quiere hacerse real…
Por SEBASTIÁN GÓMEZ MATUS / Foto: ARCHIVO
Este lunes, en un diario local, se publicó un artículo sobre un concepto novedoso que seguramente viene a imponer una moda de uso. Se trata de la “afantasía”, que se define someramente como la “condición que no permite a las personas soñar o imaginar”. Parece un síntoma descriptivo de la época en la que vivimos, pero también parece un psicologicismo que quiere hacerse real.
Encandilados por los dispositivos tecnológicos, fascinados por las posibilidades de la inteligencia artificial, hemos transigido en abandonar nuestra capacidad más elegante: imaginar. Podríamos preguntarnos con toda calma si hay algo más sofisticado que la mente, alguna tecnología superior al sueño, señalar que la sobrexposición a las pantallas reduce la capacidad de figuración. O, de un modo ya dramático, que borra nuestra mente o la reemplaza por un automatismo.
Cuando alguien cuenta un sueño es común escuchar a otra persona que dice: yo nunca recuerdo lo que sueño. O peor: yo nunca sueño. Técnicamente, todos soñamos, aunque no lo recordemos. Sin embargo, se plantea que la screen distraction suprime el inconsciente, que ya es represión. Que explota sus capas al punto de no poder soñar, en parte, porque la narrativa de la realidad hiperfragmentada extrae el don máximo según Leibniz: la atención. De todas formas, no sería raro que nuestro cerebro comience a cesar su función onírica, puesto que el internet, a través de los dispositivos (no se experimenta de otro modo), está estructurado como un inconsciente en la palma de la mano. La pobreza de las imágenes invade nuestros receptores neuronales, vulnera nuestras capacidades cognitivas. Como se sabe, uno de los prerrequisitos del capitalismo es ser iletrado. La estupidez es uno de los negocios más lucrativos. La afantasía, un extractivismo psíquico.
Si una población puede prescindir de la imaginación y del sueño como escenario simbólico del mundo interior de un sujeto, el proyecto de destrucción del otro parece concluido, con lo que la sociedad se acaba. Si no tenemos acceso a nosotros es imposible que podamos relacionarnos con otra persona. En otros términos, si no somos capaces de imaginar (de producir imágenes en nuestra mente y animarlas), estamos renunciando al logos.
Toda la historia de nuestra especie proviene del sueño, respaldo innato de la imaginación. Su siamés. De hecho, un mundo onírico rico en imágenes propicia una mente saludable y capacitada para reflexionar. La imaginación es el gimnasio del cerebro. La afantasía colinda con la afasia de tal modo que el auge de la inteligencia artificial oculta su doble fondo: renuncia a la voluntad y las capacidades cognitivas.
El neurólogo Adam Zeman, académico de la Universidad de Essex, en entrevista con la BBC, definió la afantasía como “la ausencia de visión mental o incapacidad de visualizar”. Resulta cuando menos paradójico que en una época, bautizada por Gombrich como visual, no seamos capaces de elaborar imágenes mentales y que rechacemos la sofisticación de la mente humana por imágenes que nos vacían de nosotros, justamente en una época donde la identidad hace proliferar la “reproducción de los perfiles”.
Nos hemos alejado de lo que nos vuelve sensibles e inteligentes, para volvernos reactivos y discursivos, en un sistema de redes que estandariza la experiencia, si cabe todavía esta palabra. Por ejemplo, un amigo dice que sus sueños son su Netflix natural, una programación única. Cada noche se prepara para entrar en el sueño como quien entra a un cenote, para encontrar el corazón innumerable, las imágenes que regresan transmutadas en símbolos. Prescindir de la imaginación es prescindir de la imagen, prescindir de los sueños es abandonar la posibilidad de otro mundo. Como escribiera el poeta Gérard de Nerval al comienzo de su clásica Aurelia: “El sueño es una segunda vida”.
Tal parece que ni siquiera nos importa nuestra primera vida. La correlación entre afantasía y screen distraction es altísima. Mientras Silicon Valley avanza con su modelo de realidad y se enriquece a base de trabajo gratuito de parte de los usuarios a nivel mundial, los índices demuestran que los bebés nacen con el coeficiente intelectual más bajo. Recién ahora comienza a legislarse la exposición de los bebés a las pantallas, cuando lo mínimo recomendable es que no se les exponga antes de los 18 meses.
Tampoco hay verdadera educación tecnológica en los establecimientos educacionales. La cadena del desánimo es continua, no pierde eslabón, la fatiga no descansa, la precariedad reluce en el rostro de las personas. En fin, la gente no sueña, no imagina: la gente ve series, revisa sus redes sociales, ve videos de perritos y los memes son filosofía política. Se llama economía de la atención.